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viernes, 27 de septiembre de 2024

"Jesús, el Maestro que Inspira: Una Lección de Dedicación y Solidaridad"

 



Cuando escuchas que todo está mal, la gente comienza a repetirlo, y lo que sigue es el desgano, la apatía. Todo se hunde en ese discurso. Si todo está mal, ¿para qué hacer bien mi trabajo, si a nadie le importa? Si todo está mal, ¿para qué cumplir con las obligaciones diarias, si no parece hacer diferencia? ¿Para qué ser honesto y recto, si todo a mi alrededor parece torcido?

Sin embargo, en nuestra vasta geografía chaqueña, aún me emocionan algunas personas. Aunque no siempre sepamos qué piensan o sienten, su vida diaria nos deja un ejemplo que llega a nuestros oídos. Como el maestro de primaria de Pompeya, Chaco, que siente verdadera pasión por su trabajo. Desde fuera, cualquiera notaría su dedicación a sus alumnos. Además de enseñar en la primaria, también es profesor en la escuela secundaria de Wichí. No le importa que haya 30 kilómetros entre ambas localidades; lo único que le importa es cumplir. Nunca se le ocurre dejar a sus chicos sin clases, y cuando no tiene un medio de transporte, se atreve a pedir prestado. Un jueves, tuvo que recurrir a la solidaridad de su vecino, quien conocía su valía y le prestó una moto.

Algunos dirán que eso solo pasa en el interior, como si esos hombres y mujeres no fueran chaqueños, como si fueran extranjeros. En Resistencia, rara vez pensamos en la solidaridad de unos con otros. Ese jueves, el maestro inició su camino con la moto prestada, bajo el sol abrasador. A 22 kilómetros de Wichí, la moto le dio una mala noticia: un neumático pinchado detuvo su viaje. Lo aterraban dos cosas: la moto y la soledad del camino. Ambas parecían conspirar para que no llegara a tiempo a sus clases. Frente a este percance, la única solución era dejar la moto oculta en el monte y continuar el trayecto a pie. Una paz le llenó el alma: cumpliría con sus clases.

La silueta de un auto apareció en el horizonte. Con la moto escondida, elevó su pulgar, como un romano reclamando la vida de un gladiador caído. Al finalizar su jornada con los chicos, lo inesperado: comenzó a llover con fuerza, y en esos días, nadie entra ni sale. La moto tendría que esperar. El sábado también trajo lluvia, y fue recién el domingo cuando pudo ocuparse del asunto. La solidaridad no tardó en aparecer de nuevo, una camioneta lo llevó hasta su moto. Tras tres días, allí seguía, guardada en el monte. El conductor de la camioneta lo dejó y se fue, tenía sus propios asuntos que atender. Más tarde, al llegar a Resistencia, recibió un mensaje de texto: "Ya estoy en Pompeya con la moto, gracias, chamigo. Jesús".

No podía ser de otra manera, el maestro se llamaba Jesús. En vísperas del Día del Trabajo, saludo a este compañero y le digo: no te conozco, pero esta anécdota me inspira. ¡Cuántos hombres quisieran, y no pueden, lograr inspirar!

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