Cartografías Arbitrarias: Poder, Saber y Lenguaje en Foucault y Borges
Este ensayo nace de una risa, la misma que, según relata Michel Foucault, le asaltó al leer en un texto de Jorge Luis Borges la clasificación de los animales de una "cierta enciclopedia china". Aquella taxonomía fantástica, que agrupaba a los seres en categorías como "pertenecientes al Emperador", "que acaban de romper el jarrón" o "que de lejos parecen moscas", funciona como un catalizador perfecto para deconstruir los órdenes del saber que consideramos naturales. La risa de Foucault no es de simple deleite, sino de un asombro que agrieta los cimientos de nuestro pensamiento, revelando la arbitrariedad de los sistemas con los que cartografiamos la realidad. Esta anécdota, en apariencia marginal, destruye "el sitio mismo en el que podrían ser vecinas" las cosas y nos obliga a formular la pregunta que articula toda la genealogía del poder: ¿quién traza los mapas del saber y con qué fines?
La tesis central de este análisis sostiene que las estructuras de poder y los sistemas de conocimiento son aparatos inseparables que se constituyen mutuamente. No existe un saber neutral que el poder venga a aplicar o distorsionar, ni un poder que se ejerza sin producir su propio campo de verdad. En esta simbiosis, el lenguaje, a través de sus clasificaciones, nomenclaturas y discursos, se erige como el instrumento primordial mediante el cual se construyen realidades arbitrarias y se moldea la subjetividad. El acto de nombrar, de clasificar, no es una inocente operación de etiquetado, sino un ejercicio de poder que define lo visible, lo pensable y, en última instancia, lo posible.
Para explorar esta interdependencia, el ensayo seguirá un itinerario preciso. Comenzaremos con la crítica borgiana a la universalidad de la clasificación como punto de origen del proyecto arqueológico de Foucault. A continuación, analizaremos el poder inherente al acto de nombrar, rastreando su función desde la investidura divina hasta el vasallaje político. Seguidamente, exploraremos la fractura epistémica que Foucault sitúa entre el Renacimiento y la Época Clásica, donde el lenguaje transita de ser la "prosa del mundo" a un soberano sistema de representación. Finalmente, examinaremos cómo las tecnologías de poder disciplinario, nacidas de esta nueva racionalidad, producen la figura del sujeto "anormal", un producto discursivo cuya existencia misma legitima la intervención y el control. Partimos, pues, de esa disrupción conceptual provocada por Borges para adentrarnos en el análisis minucioso de las maquinarias de poder-saber que gobiernan la modernidad.
2.0 El Vértigo de la Taxonomía: La Crítica Borgiana como Origen
El cuento de Jorge Luis Borges, "El idioma analítico de John Wilkins", junto con su ya célebre taxonomía china, actúa como una crítica devastadora a la pretensión de objetividad de cualquier sistema de clasificación. No es un mero divertimento literario, sino una máquina conceptual diseñada para exponer la contingencia de la razón occidental y la imposibilidad de construir un lenguaje que refleje de manera transparente el orden del universo.
Borges yuxtapone magistralmente dos intentos de ordenar el mundo que, pese a sus diferencias, revelan la misma limitación fundamental. Por un lado, el proyecto racional del siglo XVII de crear un lenguaje filosófico universal, dividiendo el universo en categorías lógicas. Por otro, la fantástica enciclopedia china, que clasifica a los animales de la siguiente manera:
a] pertenecientes al Emperador, b] embalsamados, c] amaestrados, d] lechones, e] sirenas, f] fabulosos, g] perros sueltos, h] incluidos en esta clasificación, i] que se agitan como locos, j] innumerables, k] dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l] etcétera, m] que acaban de romper el jarrón, n] que de lejos parecen moscas.
A partir de esta comparación, Borges extrae una conclusión inevitable que resuena en todo el pensamiento crítico posterior: "notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural". La razón, añade, es tan simple como demoledora: "no sabemos qué cosa es el universo". Al sernos inaccesible el esquema divino o la estructura última de la realidad, todos nuestros órdenes son meras construcciones, conjeturas provisionales que dicen más sobre los límites de nuestro pensamiento que sobre la naturaleza de las cosas.
Esta revelación literaria no es solo una idea afín al pensamiento de Foucault; es, en sus propias palabras, su punto de origen. Foucault confiesa que fueron el "asombro" y el "malestar" ante el texto de Borges los que dieron nacimiento a su proyecto arqueológico en Las palabras y las cosas. Aquella taxonomía hizo "añicos toda la familiaridad del pensamiento occidental", revelando la contingencia de nuestros códigos culturales, aquellos que fijan de antemano los órdenes empíricos con los que nos relacionamos.
Si todo orden es, en última instancia, una construcción arbitraria, se vuelve crucial plantear la pregunta fundamental que se deriva de esta premisa: ¿quién construye dicho orden y con qué fines se ejerce el poder de clasificar el mundo?
3.0 El Poder de Nombrar: De la Gracia Divina al Vasallaje Político
El poder de clasificar se manifiesta en su forma más elemental y potente en el acto de nombrar. Lejos de ser un ejercicio neutral de designación, nombrar es un acto de soberanía que define la identidad, la función y la relación de un sujeto con una estructura de poder. Al asignar un nombre, se inscribe a un individuo en un orden simbólico y social, otorgándole un propósito o marcando su subyugación. La tradición bíblica ofrece arquetipos claros de cómo el cambio de nombre sella un nuevo pacto con la autoridad divina o un nuevo estatus político.
| Personaje | Significado del Cambio de Nombre |
|---|---|
| Saraí a Sara | El paso de "mi princesa" a "princesa" universaliza su estatus. Ya no es la princesa de Abraham, sino la matriarca de la nación que Dios establecerá a través de él. El cambio de nombre refleja su nuevo rol en el pacto divino. |
| Jacob a Israel | La transformación de "suplantador" a "el que lucha con Dios" simboliza una relación radicalmente nueva con lo divino. El nombre deja de definirlo por su pasado conflictivo con los hombres para inscribirlo como el fundador de una nación que llevará su nombre. |
| Oseas a Josué | El cambio de "salvación" a "Yahvé es salvación" es una clara investidura de poder y propósito divino. Moisés, como representante de la autoridad, le confiere un nombre que lo prepara para su rol crucial como líder militar y espiritual. |
| Matanías a Sedequías | En contraste con los ejemplos anteriores, este caso ilustra el nombramiento como acto de subyugación. El rey Nabucodonosor de Babilonia impone un nuevo nombre al rey de Judá para marcar su vasallaje y la pérdida de su soberanía. El poder de nombrar aquí es el poder del conquistador. |
El análisis se extiende al caso paradigmático de Lucifer. Su nombre original, derivado del latín "portador de luz", describía su naturaleza primigenia y su alta jerarquía. Tras su rebelión, este nombre no es sustituido por otro otorgado por Dios, sino que es suplantado por títulos que definen su nueva función como adversario del poder divino: Satanás ("adversario" en hebreo) o Diablo ("calumniador" en griego). La pérdida o alteración del nombre original se convierte así en una forma de condena, una marca de infamia que define al sujeto no por lo que es, sino por su relación de antagonismo con el poder que lo ha expulsado del orden.
Este poder elemental de nombrar, capaz de sellar un destino divino o de imponer un yugo político, es el germen de los sistemas de conocimiento más complejos que, a lo largo de la historia, han buscado ordenar, clasificar y, en definitiva, controlar la realidad.
4.0 La Fractura Epistémica: Del Mundo como Prosa al Lenguaje como Representación
Para entender el poder que el lenguaje adquiere en la modernidad, es crucial analizar la transición entre dos formas de saber, o epistemes, que Michel Foucault delinea en su genealogía. La ruptura entre la episteme del Renacimiento y la de la Época Clásica no es una simple evolución, sino una profunda reorganización del orden del conocimiento que redefine por completo la relación entre las palabras y las cosas.
Durante el siglo XVI, el saber operaba bajo el régimen de la semejanza. El lenguaje no era un sistema arbitrario de signos, sino que estaba entretejido en la fábrica del mundo. La escritura era considerada "la prosa del mundo", una marca más entre las cosas, unida a ellas por una red de correspondencias articulada a través de la convenientia, la aemulatio, la analogia y la sympathia. Conocer era, fundamentalmente, descifrar estas signaturas que Dios había depositado en la naturaleza.
Foucault identifica a Don Quijote como "el héroe de lo Mismo", la figura que encarna el ocaso de esta era. Su locura no es una simple alucinación, sino su insistencia en leer el mundo a través de las semejanzas que le dictan los libros de caballería. En su peregrinaje, descubre con amargura que "las palabras y las cosas han roto su antiguo parentesco". Las semejanzas ahora engañan, y los signos vagan a la deriva, sin un mundo que los ancle.
De esta fractura emerge el nuevo y formidable poder del lenguaje en la Época Clásica (siglos XVII y XVIII): la representación. El lenguaje ya no es parte de las cosas, sino un sistema de signos autónomo y soberano que sirve para ordenarlas, analizarlas y disponerlas en un "cuadro" (tableau). Este "cuadro" no debe entenderse como una pintura, sino como una tabla, una matriz de clasificación que permite al pensamiento "llevar a cabo un ordenamiento de los seres". Las palabras se liberan de su atadura material para convertirse en instrumentos de un nuevo saber que busca la claridad, la distinción y la clasificación universal.
Este nuevo poder taxonómico del lenguaje, su capacidad para construir un tableau —una tabla donde todo ser puede ser ordenado y clasificado—, no se limitará a la naturaleza. Es precisamente esta racionalidad clasificatoria la condición de posibilidad para las tecnologías de poder disciplinario. Pues la misma lógica que permite crear un "cuadro" de los seres vivos permitirá, más adelante, construir un "cuadro" de las normas sociales —salud, moralidad, productividad— contra el cual los individuos serán medidos, clasificados y, finalmente, declarados "normales" o "anormales".
5.0 La Mirada Disciplinaria: La Producción del Sujeto "Anormal"
A partir del siglo XVII, y consolidándose en el XIX, emerge una nueva tecnología de poder que ya no busca la aniquilación espectacular del cuerpo del condenado, sino su domesticación y corrección. Este poder, que Foucault denomina disciplinario y normalizador, opera a través de la vigilancia, el examen y la clasificación en instituciones como la prisión, el hospital, la escuela y el taller. Su objetivo es producir "cuerpos dóciles y útiles", sujetos ajustados a una norma.
Este cambio implica una transformación fundamental en el ejercicio del poder. Se transita de un poder jurídico, que opera a través de la distinción entre lo legal y lo ilegal, a un poder de la norma, que funciona mediante la perpetua distinción entre lo normal y lo anormal. Esta nueva distinción ya no es gestionada por jueces, sino por un nuevo ejército de "expertos" —médicos, psiquiatras, educadores— que vigilan y corrigen a los individuos en nombre de una verdad científica o social. La categoría del "individuo anormal" se consolida como la confluencia de diversas figuras históricas, entre las que destaca el "monstruo humano": aquel que transgrede simultáneamente las leyes de la naturaleza y las de la sociedad.
La "infamia" de Borges, tal como se despliega en su Historia universal de la infamia, es la materia prima literaria de la que se nutre la analítica del poder de Foucault. Sus narraciones no son meras ilustraciones, sino que revelan las condiciones de posibilidad de la filosofía política al ofrecer arquetipos de vidas definidas por la transgresión, productos de los mismos mecanismos de poder que Foucault describe.
* Lazarus Morell:
El "atroz redentor" cuya infamia reside en la fusión perversa de piedad y criminalidad. Morell "predicaba la Biblia a los viajeros... mientras tanto, sus cómplices les robaban los caballos", revelando cómo el poder puede operar en la impostura, utilizando los discursos sagrados para fines profanos.* Hákim de Merv:
El "profeta enmascarado" cuya infamia se construye mediante la manipulación de la visibilidad y la verdad. Su poder emana de una máscara que oculta un rostro supuestamente divino, demostrando cómo el control de lo visible produce efectos de poder.* Judas Iscariote:
El paradigma teológico del hombre infame. Un único acto de traición lo inscribe para siempre en la historia del poder, convirtiendo su nombre en el arquetipo de la deslealtad. Su caso ilustra a la perfección la tesis sobre el poder de nombrar, pero con una complejidad añadida. La existencia de otro apóstol, Judas Tadeo, evidencia la necesidad de una gestión discursiva para "separar la marca", demostrando que no es el nombre en sí el que condena, sino el acto que lo inscribe en la historia del poder. El poder no solo asigna nombres, sino que gestiona activamente su ambigüedad para asegurar la infamia de un acto específico.Tanto en los análisis históricos de Foucault como en las narraciones de Borges, el "anormal" y el "infame" no son realidades preexistentes, sino productos de un sistema de poder-saber que los define, los nombra y los clasifica para poder controlarlos. Son la prueba viviente de que el poder no solo reprime, sino que produce sujetos. Este poder, a su vez, documenta y archiva estas vidas, convirtiéndolas en objetos de su propio discurso, en casos de estudio para su saber en expansión.
6.0 Conclusión: El Archivo y la Vida Infame
El recorrido de este ensayo partió de la risa de Foucault ante una clasificación de Borges para desvelar la profunda conexión entre ambos pensadores: la revelación borgiana de que todo orden es una construcción arbitraria encuentra su desarrollo genealógico en el análisis foucaultiano de las tecnologías de poder-saber. Las cartografías con las que nombramos y ordenamos el mundo no son neutrales; son instrumentos de poder que producen la realidad que pretenden describir, moldeando a los sujetos y definiendo los límites de lo normal y lo anormal.
El concepto de "hombre infame", tal como lo desarrolla Foucault, se erige como la máxima expresión de esta tesis. Estas "vidas breves", rescatadas de archivos policiales o judiciales, solo existen para nosotros porque "esas palabras decidieron sobre su libertad, su desgracia, con frecuencia sobre su muerte y en todo caso su destino". Son la prueba irrefutable de que el poder no se limita a reprimir o castigar, sino que, fundamentalmente, produce la realidad y la verdad sobre los sujetos. El apóstata, el sodomita, el alborotador, no son más que destellos verbales atrapados en la maquinaria administrativa del poder. Su existencia es puramente discursiva, un efecto del archivo que los nombró para controlarlos.
Esta perspectiva crítica mantiene una relevancia ineludible en el presente. Las clasificaciones y "verdades" que operan hoy en nuestra sociedad —en la medicina, la psiquiatría, la criminología o la economía— no son menos arbitrarias que las de la enciclopedia china de Borges. Detrás de cada categoría, de cada diagnóstico, de cada perfil, se esconde una racionalidad política, un ejercicio de poder. La tarea que nos legan Foucault y Borges es la de mantener una vigilancia constante, la de preguntar siempre qué estructuras de poder sostienen los órdenes que damos por sentados, y qué vidas son producidas, moldeadas o excluidas por las cartografías que trazamos sobre el mundo.
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