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lunes, 10 de noviembre de 2025

La Anatomía de la Tragedia: Un Análisis Aristotélico de El Rey Lear

La Anatomía de la Tragedia: Un Análisis Aristotélico de El Rey Lear

1. Introducción: El Eco de Aristóteles en la Tempestad de Shakespeare



La Poética de Aristóteles, tratado fundacional de la teoría literaria, y El Rey Lear de William Shakespeare, una de las cumbres de la dramaturgia universal, se erigen como hitos axiales de la cultura occidental, separados por casi dos milenios. No obstante, la vasta distancia temporal y contextual no hace sino acentuar la asombrosa fidelidad con que la obra de Shakespeare resuena con los principios articulados por el filósofo estagirita. Este ensayo sostiene que El Rey Lear, lejos de ser una mera tragedia de personaje, se consagra como una encarnación paradigmática de la tragedia aristotélica, manifestando sus principios estructurales y emocionales con una perfección insuperable. Para demostrar esta tesis, se analizará secuencialmente cómo la obra cristaliza los conceptos de mythos (la trama como alma de la tragedia), hamartia (el error fatal del héroe), los elementos cardinales de la fábula compleja —peripecia (reversión) y anagnórisis (reconocimiento)— y la culminación del propósito trágico en la catarsis del espectador.


2. Mythos: La Trama como Alma de la Tragedia



Para Aristóteles, la estructura de los acontecimientos es el principio arquitectónico de la tragedia. Sostenía que la fábula o trama (mythos) es "el elemento primero y esencial, la vida y el alma de la tragedia". Este postulado es fundamental, pues establece que no son los caracteres en abstracto, sino la imitación de sus acciones (mímesis práxeos) y la concatenación causal de estas, lo que genera el impacto estético y el significado profundo de la obra.


La trama de El Rey Lear cumple de manera impecable con la definición aristotélica de una "acción elevada y completa". La decisión inicial del rey de abdicar y repartir su reino basándose en un "concurso de vanidad" no es un incidente aislado, sino el motor que pone en marcha una insoslayable "disrupción en el estado y un proceso de decadencia" de alcance cósmico. El error de Lear, por su naturaleza pública y regia, no solo desata una crisis familiar, sino que subvierte el orden natural y político. La acción es completa: posee un principio claro (el juicio de amor), un nudo de sufrimiento ascendente y un final devastador que se desprende de sus premisas con lógica inexorable.


Asimismo, la obra establece su propia legalidad interna, regida por el principio de "verosimilitud" (kata to eikós). La máxima sentenciada por Cordelia en la escena inaugural, "de nada, nada puede hacerse", se erige en la ley que gobierna la caída de Lear. Su acción inicial, vaciada de juicio racional y amor genuino, solo puede engendrar un vacío absoluto: la pérdida del poder, la razón, el amor y, finalmente, la vida. La tragedia no es, por tanto, fruto del azar, sino la consecuencia necesaria y verosímil de una elección primigenia, demostrando que "el factor humano genera sus propias consecuencias". La impecable coherencia de esta trama nos conduce directamente al agente trágico que la desencadena.


3. El Héroe Trágico y la Hamartia: El Error Fatal de Lear


Aristóteles comprendió que, para que la tragedia lograra su fin catártico, el protagonista no podía ser ni un hombre enteramente virtuoso, cuya caída nos parecería una injusticia intolerable, ni un villano consumado, cuya desgracia celebraríamos. Propuso, estratégicamente, un personaje "intermedio", cuya caída desde una posición de grandeza, causada no por una maldad intrínseca sino por un "gran error de juicio (hamartia)", es lo que suscita con precisión la compasión y el temor en el público.


Lear es el arquetipo de este héroe. Se nos presenta como un "poderoso rey y anciano" de vasta reputación, una figura que por su estatus es "mejor que nosotros", lo que magnifica el impacto de su posterior descenso. Su hamartia específica, el error que precipita la catástrofe, es una funesta combinación de su "necesidad de adulación" y su "pobre juicio". Este defecto fundamental de su carácter es la "gran causa" que lo induce a cometer los errores fatales: es ciego a la verdad del silencio honesto de Cordelia y sordo a todo salvo la elocuencia vacía de Goneril y Regan. Sus decretos de desheredar a su hija leal y desterrar a su consejero más fiel, Kent, son actos de "furia" y una "monstruosa imprudencia" que inauguran su tránsito de la felicidad a la más absoluta desdicha.


Así, la hamartia de Lear no es meramente una falla de carácter, sino la grieta sísmica que fractura la propia estructura de la fábula, precipitando las inevitables réplicas de la peripecia y la anagnórisis.


4. La Estructura del Sufrimiento: Peripecia y Anagnórisis


Aristóteles valoraba por encima de todo las fábulas complejas, aquellas que no se limitan a mostrar un cambio de fortuna, sino que lo articulan a través de la peripecia (reversión) y la anagnórisis (reconocimiento). Estos dos elementos, que alcanzan su máxima eficacia al ocurrir simultáneamente, trazan el viaje del héroe desde la cima de la fortuna y la ignorancia hasta el abismo del sufrimiento y, paradójicamente, el vértice del conocimiento.


4.1. La Peripecia: El Descenso a la Nada



La peripecia en El Rey Lear es de una brutalidad explícita. La fortuna del monarca se revierte de forma dramática y progresiva. Tras ceder su poder a cambio de lisonjas, Lear es despojado sistemáticamente del respeto y el séquito que había conservado. El punto de inflexión de esta reversión llega con la cruel pregunta de Regan, al cuestionar la necesidad de su último caballero: "¿Qué necesidad de uno?". Esta frase se convierte en el vértice retórico que sella su despojo, marcando el final de su caída "de la majestad a la mendicidad" y arrojándolo de los palacios a la intemperie de una tormenta que es tanto meteorológica como psíquica.


4.2. La Anagnórisis: El Conocimiento a través de la Locura



El proceso de reconocimiento o anagnórisis de Lear es una revelación que emerge, irónicamente, del corazón de su locura, en un arco de conocimiento que se profundiza en fases sucesivas. No se trata de una lista de descubrimientos, sino de una dolorosa progresión hacia la verdad. El proceso se inicia con una herida personal y externa: en la tormenta, su mente fragmentada se obsesiona con la "ingratitud filial", el primer peldaño de su comprensión. Este reconocimiento cataliza una introspección más honda, llevándolo a una verdad filosófica universal sobre la condición humana. Su locura le concede una visión penetrante sobre la hipocresía del mundo, una "visión clara sobre la corrupción" que le permite "ver cómo va el mundo sin ojos". Este conocimiento culmina en el gesto simbólico de despojarse de sus ropas, reconociendo que el "hombre sin adornos" no es más que un "animal pobre, desnudo y bifurcado". Finalmente, despojado de todo poder y de toda ilusión, alcanza el reconocimiento más íntimo y redentor: en su reencuentro con Cordelia, recupera su autoridad como padre (autoritas) precisamente cuando ha perdido toda potestad legal (potestas), reencontrando así su identidad más esencial.


La culminación de este doloroso viaje de reversión y reconocimiento es lo que produce el efecto final y definitorio de la tragedia en el espectador: la catarsis.


5. La Finalidad de la Tragedia: La Catarsis del Espectador



La eficacia catártica de la obra no reside en el mero espectáculo del dolor, sino en la férrea verosimilitud de su mythos, que nos convence de la inevitabilidad del sufrimiento de Lear. El propósito supremo del arte trágico, según Aristóteles, es provocar la catarsis, una "purificación" de las emociones de compasión y temor en el espectador. Este proceso no es un simple desahogo, sino que implica un "esclarecimiento cognoscitivo", un aprendizaje sobre la condición humana.


El Rey Lear es una máquina perfectamente calibrada para suscitar estas dos emociones clave:



• Compasión: La audiencia siente una profunda piedad ante el "infortunio inmerecido" de Lear. A pesar de su error inicial, el castigo que recibe es de una desproporción abrumadora. El sufrimiento extremo de un rey anciano, traicionado por sus hijas y abandonado a la locura en medio de la tempestad, genera una compasión ineludible.


• Temor: El temor emerge porque la caída de Lear, un hombre "semejante a nosotros mismos" en su humanidad falible, es causada por errores de juicio —la vanidad, la ceguera ante la verdad— que reconocemos como potencialmente propios. Su destino, aunque extremo, parece una posibilidad latente en la condición humana, invitando al espectador a temer una fragilidad análoga en sí mismo.


Más allá de la purga emocional, la catarsis que provoca El Rey Lear posee un profundo valor cognoscitivo. Como afirma Aristóteles, la tragedia es "más filosófica y de mayor dignidad que la historia" porque trata de lo universal. La obra obliga al espectador a confrontar dilemas universales sobre la justicia, la locura y la naturaleza. Al presenciar el trágico despliegue de las consecuencias de una acción imprudente, el público ejercita su propia prudencia (phrónesis), alcanzando un nivel de comprensión más elevado sobre la fragilidad de la existencia humana.


6. Conclusión: La Tragedia Perenne


El análisis de El Rey Lear a través del prisma de la Poética revela una convergencia teórica de una fuerza asombrosa. La obra de Shakespeare, con su mythos rigurosamente estructurado, su héroe noble pero falible que se precipita al abismo por una hamartia, y su uso magistral de la peripecia y la anagnórisis como motores del conocimiento, cristaliza con una perfección insuperable el ideal trágico aristotélico.


Al alinear de manera tan precisa la arquitectura de la acción, el error del héroe y el doloroso viaje hacia el autoconocimiento, Shakespeare logra plenamente "el fin de la tragedia". Demuestra así el poder atemporal del arte trágico para provocar en su audiencia una profunda purificación emocional y un esclarecimiento cognoscitivo. A través de la tempestad que azota a Lear, resuena con una claridad imperecedera el eco de Aristóteles, cumpliendo con el que el filósofo consideraba el propósito supremo del arte trágico: purgar nuestras emociones para clarificar nuestro entendimiento.

Referencias

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