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viernes, 6 de septiembre de 2024

Boicot

 Boicot

El último gran acto individual del hombre fue hacer fuego. Fue tan revolucionario que decidió crear a los dioses para hacernos olvidar a aquellos hombres que lo dominaron en primera instancia. El hombre comparte con el animal la lucha por la subsistencia y la reproducción. La diferencia es que, en lugar de usar su cuerpo - garras, uñas, dientes -, el hombre creó herramientas: arco, flecha, arado, para los alimentos; y para la reproducción, chocolates y flores.

Así vivimos nuestras vidas, con un profundo convencimiento de que somos los artífices de nuestro destino. Pero, en rigor de verdad, las herramientas culturales de subsistencia, que nos parecen hoy en día tan arraigadas, fueron reemplazadas por una red de solidaridades anónimas e imperceptibles. Es la solidaridad propia del industrialismo. Esa autoridad, esa fuerza externa - moral, social, normativa - es la conciencia colectiva, que no está constituida por la suma de las conciencias individuales, sino que es algo exterior a cada individuo y resume el conjunto de creencias y sentimientos comunes al promedio de una sociedad. Esta red abastece a ese animal llamado consumidor. Todas las mañanas, al poner el saquito de té en la taza con agua caliente, una inmensa red de relaciones finaliza con ese acto. Desde los labriegos de la provincia de Misiones que lo plantan y lo cosechan, para ser estacionado por el acopiador, hasta el camionero que lo lleva a la planta donde será fraccionado en saquitos, al repositor que lo coloca en la góndola, y al combustible del auto que lo trae del supermercado, todo para el dios consumidor.

¿Les suena conocido? El gobierno de Macri hizo un spot publicitario de una empanada. Pero esta red de solidaridad es anónima, pues cada parte de la cadena cree que trabaja para su propio beneficio, el de ganar dinero. Y puede destruirse al final de la línea, si San Consumidor decide comprar té importado. Destruirá toda la base de la red, porque el consumidor es quien manda, ese ente individual, el amo y señor, al que los grandes monopolios buscan enredar en contratos irrompibles.

¿Cuántas papas fritas, chisitos, maníes y caramelos compró San Consumidor durante el conflicto de PepsiCo? ¿Y cuántas veces se habrá dicho a sí mismo: "Yo no puedo hacer nada", mientras hurgaba en la bolsa de papas fritas? Los trabajadores de Chile, Turquía e India agradecen que San Consumidor argentino mantenga viva la red de solidaridad anónima que ahora les beneficia a ellos. También le agradecen a San Consumidor que, con sus impuestos, se tomen deudas en dólares para fugar a paraísos fiscales.

Acá, en el Chaco, hay una casa que vende todo tipo de snacks. Es nacional. Por esas cosas de pueblo chico que tiene la ciudad de Resistencia, es común ver por la calle al dueño, quien ha reducido la jornada de sus empleados a 4 horas porque ya no sabe cómo mantener abierto el negocio. Desde que pasó la represión, trataré por todos los medios de comprar las papas fritas allí. Ese será mi acto de solidaridad: el boicot.

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