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martes, 8 de agosto de 2023

 


Peronismo doctrinario vs radicalismo pragmático: las dos caras de la política argentina

La política argentina históricamente se ha movido entre dos polos: el peronismo doctrinario y el radicalismo pragmático. Estas dos corrientes, que representan visiones distintas sobre cómo abordar los asuntos públicos, han estado en constante tensión y definen gran parte del debate político en el país.

El peronismo, desde sus orígenes, ha estado fuertemente basado en la doctrina política delineada por Juan Domingo Perón. Los principios del justicialismo, la tercera posición, la justicia social y los derechos de los trabajadores constituyen la columna vertebral que guía las acciones de los gobiernos peronistas. Esta fuerte adhesión a una ideología es vista por sus partidarios como una fortaleza en términos de coherencia, pero sus críticos la consideran una limitación para adaptarse a los cambios.

Por el contrario, el radicalismo se ha caracterizado históricamente por un pragmatismo que antepone las soluciones viables a la ortodoxia doctrinaria. Desde Yrigoyen a Alfonsín, los gobiernos radicales han tendido a priorizar reformas y políticas públicas que tengan un impacto concreto, aun cuando contradigan principios teóricos. Este enfoque flexible les ha permitido construir consensos amplios, pero también ha sido visto por sus detractores como una falta de rumbo definido.

Esta bifurcación entre doctrina y pragmatismo ha definido el debate político argentino, con el peronismo inclinándose hacia la ortodoxia ideológica y el radicalismo hacia la adaptabilidad. Sin embargo, en la práctica, la línea que separa estas posturas no siempre es tajante. Algunos gobiernos peronistas han implementado medidas pragmáticas, mientras que radicales han defendido firmemente sus convicciones. Pero el núcleo de cada una de estas corrientes sigue anclado en estos dos enfoques contrapuestos.

La política argentina transita constantemente entre estas dos visiones. Quizás el camino más fructífero sea intentar una síntesis, donde la adaptabilidad no implique un abandono total de principios, y donde la doctrina no se transforme en un dogma inflexible. Encontrar ese punto de equilibrio entre pragmatismo y doctrina podría ser una vía para lograr reformas reales sin resignar la coherencia de un modelo de país. Pero mientras tanto, la tensión entre estas dos almas de la política local seguirá marcando el pulso del debate nacional.

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