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domingo, 27 de agosto de 2023

Desentrañando el Enigma de Beltrán: Entre el Estrés y la Búsqueda de Poder


Asistió a la cita médica, estaba sereno. Esa calma previa a la tormenta. El doctor, un hombre de cincuenta años, lo recibió vestido con su impoluto uniforme blanco. Lo único que rompía esa blancura era su cabellera canosa. La consulta, fría y aséptica, parecía un santuario. Con su voz monótona que resonaba como un canto litúrgico, el doctor lo trajo de vuelta a la realidad y a la necesidad de entablar una conversación.

"Es estrés", le dijo el médico.

- ¿Qué? -

- Estrés, Sr. Beltrán, ¿le puedo hacer algunas preguntas? -

- Sí - y se sumió nuevamente en esa calma nerviosa. Sabía que algo andaba mal y ese algo tenía un nombre.

- ¿Duerme bien? ¿A qué se dedica? ¿Ha experimentado algo fuera de lo común en su rutina? -

- Sí -, soy empleado, fui asaltado -

- Eso es, trate de no pensar en eso, déjelo atrás, le voy a recetar unas pastillas -

El médico quedó pensativo por un momento, recordó una conversación con el representante de un laboratorio. Se preguntó si él era la persona que estaba buscando. Lo examinó minuciosamente de arriba abajo. Algo en su rostro le dio la respuesta. Sacó su bolígrafo dorado, con su nombre grabado en él, y tomó un pequeño papel blanco que parecía tener un significado incomprensible. Se dirigió al cajón de su escritorio.

La caja tenía un aspecto industrial y sobrio, capaz de silenciar las dudas incluso del más escéptico. Bautizada con un nombre extraño, despertaba una fe mística. Era la cura.

- Tome una cada 12 horas -

- ¿Para qué son? - preguntó con el temor de quien blasfema al cuestionar un salmo.

- Para el estrés - mintió el médico. Era una pastilla con un gen que anulaba el miedo.

- Que tenga buen día, Sr.... -

Antes de darse cuenta, escuchó cómo la puerta se cerraba a sus espaldas. Y cada uno siguió con lo suyo; el médico olvidó su rostro apenas salió de la consulta.

Una semana pasó. Era temprano cuando la secretaria abrió la puerta y recogió el periódico del suelo. Lo llevó al consultorio. El médico llegó, saludó y esperó dos respuestas de su secretaria: "Buen día" y "recién a las 9 hay alguien".

Bien, tendría tiempo para ojear el periódico y disfrutar de un segundo café. Fijó la mirada en un artículo, su rostro se desfiguró. Se acercó más al diario.

“Todos quieren saber quién es este hombre, hace una semana era una persona común. Pero desde hace 6 días, se ha rebelado contra todas las injusticias que se cruzan en su camino. Golpeó a un inspector que le estaba poniendo una multa cuando volvía de pagar el estacionamiento. Destrozó un supermercado chino porque el cajero le dijo que no tenía cambio. Y destrozó a palazos un automóvil que le impedía sacar el suyo de su garaje. Ahora está participando en una ocupación de una oficina en demanda de mejores condiciones laborales. Este periodista le pudo hacer algunas preguntas y Beltrán respondió:

- Estamos hartos de vivir con miedo, de temer perder nuestro trabajo, el mismo miedo que nos obliga a tolerar tantas injusticias de nuestros jefes. Eso se acabó, no nos iremos de aquí hasta que obtengamos lo que pedimos...-.”

"Beltrán".

La ira subió a la cabeza del médico. Registró en sus cajones, tomó el papel garabateado y leyó en voz alta: "Beltrán". Agarró las cajas del medicamento Fearnex, que ya no parecían tener un aura sagrada. Arrugó el papel y metió las cajas en una bolsa para deshacerse de ellas. Ahora, quien sentía miedo era él; temía la cura para el miedo.

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