Buscar este blog

martes, 16 de abril de 2019

La División del Trabajo Social y Las reglas del método sociológico

La idea Europea de control social a través de la instituciones, Notre Dame icono de control del ser humano

Aparir de la lectura de los capítulos de “La División del Trabajo Social” y “Las reglas del método sociológico” donde busca establecer la noción de sociedad desde la perspectiva de Émile Durkheim, teniendo en cuenta los siguientes conceptos claves:
lazos sociales, solidaridad social, visión organicista, conflicto, división de funciones.
 Durkheim pensaba que las personas tenían una esencia social porque ,si  los hombres no estuvieran inclinados por naturaleza hacia sus semejantes, hacia la fábrica de la sociedad en su conjunto y hacia sus costumbres e instituciones, nunca hubieran surgido. Mantenía que los hombres difieren de los animales, debido exactamente a que las imágenes y las ideas intervienen entre los impulsos innatos y la conducta. Las personas tienen multitud de pasiones. Si estas no se contienen se multiplican hasta el punto de que el individuo se convierte en esclavo de ellas. Esto llevó a una (a primera vista) curiosa definición de libertad como control externo de ellas. Las personas son libres siempre que las fuerzas externas controlen sus pasiones ; de estas fuerzas, la más general e importante era la moralidad común. Es la civilización la que ha hecho al hombre tal como es; es lo que le distingue del animal: el hombre sólo es hombre debido a que ha sido civilizado . Teniendo en cuenta sus ideas sobre las pasiones humanas innatas y la necesidad de controlarlas mediante una moralidad común, no es sorprendente que Durkheim se interesara enormemente por la internalización de las costumbres sociales a través de la educación y, en términos más generales, de la socialización. La moralidad social existe fundamentalmente en el nivel cultural, pero también es internalizada  por el individuo. En palabras de Durkheim, la moralidad común «penetra en nosotros» y «forma parte de nosotros (Ritzer). El Hecho Social se caracteriza por ser externo al individuo, coercitivo, independiente y general. Puesto que esas transformaciones dependen de causas sociales, la psicofisiología no puede explicar más que las formas inferiores de nuestra vida psíquica. Es la sociedad la que en gran parte explica al individuo. La guerra de clases. Procede que  el individuo no se halla en armonía con su función, porque ésta le ha sido impuesta por la fuerza. Qué es lo que constituye la coacción: toda especie de desigualdad en las condiciones exteriores de la lucha. Es verdad que no existe sociedad en la que esas desigualdades no se encuentren. Pero disminuyen cada vez más. La sustitución de la solidaridad mecánica por la solidaridad orgánica, hace esta disminución necesaria. La verdadera libertad individual no consiste, pues, en la supresión de toda reglamentación, sino que es el producto de una reglamentación, porque esta igualdad no emana de la naturaleza. Una tal anarquía constituye un fenómeno morboso es de toda evidencia, puesto que va contra el fin mismo de toda sociedad, que es el de suprimir, o cuando menos moderar, la guerra entre los hombres, subordinando la ley física del más fuerte a una ley más elevada. En vano, para justificar este estado de irreglamentación, se hace valer que favorece la expansión de la libertad individual. Nada más falso que este antagonismo que con mucha frecuencia se ha querido establecer entre la autoridad de la regla y la libertad del individuo. La división del trabajo no se la podía hacer responsable, como a veces injustamente se la ha acusado; que no produce por necesidad la dispersión ni la incoherencia, sino que las funciones, cuando se encuentran suficientemente en contacto las unas con las otras, tienden ellas mismas a equilibrarse y a reglamentarse. Pero esta explicación es incompleta, pues, si bien es verdad que las funciones sociales buscan espontáneamente adaptarse unas a otras, siempre y cuando se hallen de una manera regular en mutuas relaciones, por otra parte, esa forma de adaptación no se convierte en una regla de conducta como un grupo no la consagre con su autoridad. Una regla, en efecto, no es sólo una manera de obrar habitual; es, ante todo, una manera de obrar obligatoria, es decir, sustraída, en cierta medida, al libre arbitrio individual. Ahora bien, sólo una sociedad constituida goza de la supremacía moral y material indispensable para crear la ley a los individuos, pues la única personalidad moral que se encuentra por encima de las personalidades particulares, es la que forma la colectividad. Sólo ella también tiene la continuidad e incluso la permanencia necesaria para mantener la regla por encima y más allá de las relaciones efímeras que diariamente la encarnan. Hay más, su función no se limita simplemente a erigir en preceptos imperativos los resultados más generales de los contratos particulares, sino que interviene de una manera activa y positiva en la formación de toda regla. En primer lugar, es el árbitro designado por modo natural para solucionar los conflictos de intereses y asignar a cada uno de éstos los límites que convengan. En segundo lugar, es la primera interesada en que reinen el orden y la paz; si la anomia es un mal, lo es, ante todo, porque la sociedad la sufre, no pudiendo prescindir, para vivir, de cohesión y regularidad. Una reglamentación moral o jurídica expresa, pues, esencialmente, necesidades sociales que sólo la sociedad puede conocer; descansa sobre un estado de opinión y toda opinión es cosa colectiva, producto de una elaboración colectiva. Para que la anomia termine es preciso, pues, que exista, que se forme un grupo en el cual pueda constituirse el sistema de reglas que por el momento falta. Ni la sociedad política en toda su totalidad, ni el Estado, pueden, evidentemente, sustraerse a esta función; la vida económica, por ser muy especializada y por especializarse más cada día, escapa a su competencia y a su acción Ahora bien, en el orden económico el grupo profesional no existe, como no existe la moral profesional.. Sin duda, los individuos que se dedican a una misma profesión se hallan en relaciones los unos con los otros por el hecho de sus ocupaciones similares. Pero esas relaciones nada tienen de regulares; dependen del azar de los encuentros y tienen, con mucha frecuencia, un carácter por completo individual. ante todo la organización corporativa no es necesariamente un anacronismo vemos en el grupo profesional es un poder moral capaz de contener los egoísmos individuales, de mantener en el corazón de los trabajadores un sentimiento más vivo de su solidaridad común, de impedir aplicarse tan brutalmente la ley del más fuerte a las relaciones industriales y comerciales. La sociedad no es la única interesada en que esos grupos especiales se formen para regular la actividad que se desenvuelve en los mismos y que, de otra manera, se haría anárquica; el individuo, por su parte, encuentra en ello una fuente de goces, pues la anarquía le resulta dolorosa. También él sufre con las sacudidas y desórdenes que se producen siempre que las relaciones interindividuales no se encuentran sometidas a alguna influencia reguladora. Para el hombre no es bueno vivir así, en pie de guerra, en medio de sus compañeros inmediatos. Esta sensación de hostilidad general, la desconfianza mutua que de ella resulta, la tensión que exige, da lugar a estados penosos cuando son crónicos; si amamos la guerra, amamos también las alegrías de la paz. Los
cuales el individuo aprende las maneras de un determinado grupo o sociedad, es decir adquiere las herramientas físicas, intelectuales y, más importantes aún, morales necesarias para actuar en la sociedad. Es la sociedad la que define ciertas cosas como sagradas y otras como profanas.

No hay comentarios:

La Fragilidad de la Condición Humana

  En la antigua Grecia, vivía un inventor y artesano llamado Dédalo, conocido por su gran habilidad y creatividad. Dédalo fue contratado por...