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jueves, 11 de noviembre de 2010

La anomalía kirchnerista Por Ricardo Forster

Kirchner, su nombre, habilitó el regreso, bajo nuevas condiciones, de lenguajes emancipatorios extraviados entre las derrotas y los errores; hizo posible una lectura en espejo de otras circunstancias históricas al mismo tiempo que nos desafió a que encontráramos las palabras que pudieran nombrar lo que permanecía sin nombre de este giro de la historia. Un desafío que nada tiene que ver con la melancolía de un retorno a antiguos paradigmas, pero que tampoco cree en la tierra arrasada ni en la absoluta novedad que nace de sí misma, sino que vuelve a reencontrar los mil hilos de una memoria desgarrada entretejidos, ahora, con los lenguajes que buscan, de diversos modos, nombrar lo inédito de una actualidad sorprendente y conmovedora de tradiciones anquilosadas. Algo de todo esto se vio en la Plaza del adiós y del juramento, de la tristeza y de la nueva conjura portada por una generación que busca producir su propio tiempo con sus palabras y sus experiencias, pero sabiendo de antiguas deudas que se cuelan con las nuevas demandas. Tal vez algo de todo esto, que quedará por seguir vislumbrando, sea lo que hoy nombramos bajo el nombre de kirchnerismo. Un nombre que sabe de la memoria del peronismo, que conoce de sus laberínticos zigzagueos, de sus vaciamientos, de sus límites y de su potencia reencontrada bajo ese giro impensado y tan difícil de encasillar y de comprender para aquellos que se habían instalado cómodamente en el fin de la historia y en la retórica de la resignación. Allí, en esa extraordinaria encrucijada, alguien, una figura extraña que vino del sur patagónico, escribió para siempre su nombre en la memoria popular.

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