sábado, 7 de septiembre de 2024

Hoy en día, el concepto del "destino impuesto por los dioses".

 Hoy en día, el concepto del "destino impuesto por los dioses", tan central en la mitología y la tragedia griega, puede ser reinterpretado desde diversas perspectivas filosóficas, adaptándolo a un contexto secular y moderno. A continuación, te ofrezco varias aproximaciones para explicarlo en términos filosóficos actuales:


1. Determinismo

Desde una perspectiva determinista, el "destino impuesto por los dioses" puede ser interpretado como una forma de determinismo, donde las acciones humanas están predeterminadas por factores externos o superiores. El determinismo sostiene que todo lo que ocurre en el mundo, incluidas las decisiones humanas, está causalmente determinado por eventos anteriores. Esto podría explicarse mediante:

  • Determinismo causal: Las decisiones y acciones de una persona están predeterminadas por las leyes de la naturaleza, el contexto histórico, la biología y el entorno. En este marco, el destino es la suma de las influencias que guían el comportamiento humano, no la voluntad de los dioses, pero el resultado sigue siendo la inevitabilidad de los acontecimientos.

  • Determinismo genético o psicológico: Las decisiones de una persona podrían estar condicionadas por su biología o su crianza. Aquí, el "destino" sería la influencia de factores como la genética, el inconsciente, la educación y las circunstancias sociales.

2. Filosofía existencialista

La filosofía existencialista, especialmente en autores como Jean-Paul Sartre y Albert Camus, desafía la noción de un destino impuesto, ya sea por dioses o por cualquier otra autoridad trascendental. Para Sartre, "la existencia precede a la esencia", lo que significa que no estamos predestinados a nada; más bien, somos responsables de nuestras propias decisiones y acciones. Desde esta perspectiva, el concepto griego de destino impuesto es rechazado, ya que los seres humanos crean su propio significado a través de sus elecciones, aunque este proceso esté lleno de angustia y responsabilidad.

Sin embargo, Camus plantea la idea del "absurdo", que puede ofrecer un paralelo interesante. En su obra El mito de Sísifo, Camus sugiere que, aunque la vida no tiene un propósito o destino trascendental, los seres humanos siguen buscando sentido. En este sentido, la lucha de los personajes trágicos griegos podría reflejar el conflicto humano por encontrar sentido en un mundo que no ofrece respuestas definitivas, lo que podría compararse con la aceptación del absurdo.

3. Compatibilismo

Una perspectiva contemporánea es el compatibilismo, que intenta reconciliar el determinismo con el libre albedrío. Desde este punto de vista, el "destino impuesto por los dioses" no niega que los seres humanos tomen decisiones, pero esas decisiones están condicionadas por circunstancias previas. La persona puede sentir que está actuando libremente, aunque su futuro esté determinado. Esto recuerda a los personajes trágicos griegos, quienes, aunque intentan tomar decisiones por sí mismos, terminan cumpliendo su destino inevitable.

4. Psicoanálisis

En el marco psicoanalítico, el destino impuesto por los dioses podría reinterpretarse como el inconsciente colectivo (en términos de Carl Jung) o las fuerzas del inconsciente individual (Sigmund Freud). Las figuras divinas del mito griego representan fuerzas psíquicas que condicionan el comportamiento humano. El destino impuesto por los dioses sería, en este sentido, la proyección de impulsos o traumas profundos que guían nuestras acciones sin que estemos completamente conscientes de ellos. Al igual que en los mitos, los seres humanos están sujetos a fuerzas internas que a menudo escapan a su control consciente.

5. Fatalismo

El fatalismo, una postura filosófica cercana a la interpretación clásica del destino, sostiene que los eventos están predestinados y que las decisiones humanas no pueden alterar el curso de la historia. Desde esta perspectiva, la idea del "destino impuesto por los dioses" es un reflejo de un universo en el que las fuerzas inmutables (no necesariamente divinas) controlan el flujo de los acontecimientos. El ser humano puede conocer su destino, pero no puede evitarlo.

En la actualidad, el fatalismo suele ser una posición minoritaria, ya que muchas corrientes filosóficas modernas tienden a enfatizar el poder del libre albedrío o la agencia humana, pero sigue siendo una perspectiva interesante en debates sobre la inevitabilidad en la vida.

6. Perspectiva científica contemporánea: el azar y la incertidumbre

Desde una perspectiva científica y más secular, el "destino impuesto por los dioses" podría reemplazarse por la noción de probabilidades, azar y caos. La teoría del caos y la física cuántica, por ejemplo, sugieren que, aunque el universo sigue ciertas leyes físicas, también existe un componente de aleatoriedad en los eventos. Esta incertidumbre introduce una nueva forma de destino: no una predeterminación absoluta, sino un marco donde las probabilidades y la complejidad juegan un papel crucial en el devenir de las cosas.

En resumen, en la filosofía contemporánea, el "destino impuesto por los dioses" se traduce en una variedad de interpretaciones que abordan la tensión entre la determinación externa (ya sea por causas naturales, sociales o psicológicas) y el libre albedrío humano. Hoy en día, en lugar de depender de la voluntad de los dioses, el destino puede verse como una combinación de factores externos y las decisiones que los individuos toman en sus vidas, siempre con un margen de incertidumbre y responsabilidad personal.

Clitemnestra

Clitemnestra es una figura central en la mitología griega, conocida por su papel en la tragedia de la Casa de los Atridas. Era la esposa de Agamenón, rey de Micenas, y madre de Orestes, Electra e Ifigenia. Su historia está profundamente marcada por el ciclo de la venganza que permea las tragedias griegas, especialmente en obras como La Orestíada de Esquilo.



Uno de los episodios más notables en la vida de Clitemnestra es su venganza contra Agamenón por el sacrificio de su hija Ifigenia. Según el mito, Agamenón, antes de partir a la Guerra de Troya, sacrificó a Ifigenia para aplacar la ira de la diosa Artemisa y asegurar vientos favorables para su flota. Este acto despiadado llenó a Clitemnestra de ira y resentimiento.

Cuando Agamenón regresó victorioso de Troya, Clitemnestra, junto con su amante Egisto, lo asesinó en un acto de venganza. Este asesinato desencadenó una serie de eventos trágicos, pues Orestes, el hijo de ambos, fue impulsado por los dioses a matar a su propia madre para vengar la muerte de su padre.

Clitemnestra es una figura compleja: en algunas interpretaciones es vista como una mujer que busca justicia, mientras que en otras, es representada como una asesina cruel. Su carácter refleja temas de poder, traición, venganza y el conflicto entre el deber familiar y el deseo personal.

Clitemnestra aparece en varios escritos de la literatura clásica griega, principalmente tragedias que exploran los temas de venganza, destino y justicia. Aquí tienes algunos de los textos más relevantes donde es mencionada:

  1. "La Orestíada" de Esquilo (458 a.C.)

    • Este es el ciclo de tres tragedias más famoso en el que Clitemnestra desempeña un papel central. Las obras incluyen:
      • Agamenón: La primera parte de la trilogía, en la que Clitemnestra asesina a su esposo Agamenón cuando regresa de la Guerra de Troya.
      • Las Coéforas: La segunda parte, en la que Orestes, hijo de Clitemnestra, regresa para vengar la muerte de su padre asesinando a su madre.
      • Las Euménides: La tercera parte, donde Orestes es juzgado por el asesinato de su madre y los dioses deciden su destino.
  2. "Electra" de Sófocles (c. 410 a.C.)

    • En esta tragedia, el enfoque está en Electra, hija de Clitemnestra, quien conspira con su hermano Orestes para vengar la muerte de Agamenón. Clitemnestra aparece como una figura que debe enfrentar la retribución por su crimen.
  3. "Electra" de Eurípides (c. 413 a.C.)

    • Similar a la versión de Sófocles, esta obra de Eurípides también narra la venganza de Electra y Orestes contra Clitemnestra, pero con un tono más psicológico, mostrando a Clitemnestra bajo una luz más matizada.
  4. "Ifigenia en Áulide" de Eurípides (c. 405 a.C.)

    • En esta tragedia, se narra el sacrificio de Ifigenia, hija de Clitemnestra y Agamenón. Clitemnestra trata de impedir la muerte de su hija, lo que genera el resentimiento hacia su esposo que luego desencadenará su venganza.
  5. "Ifigenia entre los Tauros" de Eurípides (c. 414 a.C.)

    • Aunque Clitemnestra no aparece directamente, se menciona su asesinato a manos de Orestes y cómo este suceso afecta la vida de su hermana, Ifigenia, quien se cree muerta.

El "destino impuesto por los dioses" 



En la mitología y la tragedia griega se refiere a la idea de que el destino de los seres humanos está predeterminado por fuerzas divinas, es decir, por los dioses del panteón griego. Esta noción implica que ciertas situaciones o eventos importantes en la vida de una persona, especialmente aquellos relacionados con el sufrimiento, la tragedia o la gloria, están fuera de su control y son dictados por los dioses desde el momento de su nacimiento.

Este destino (o moira, como se le llamaba en griego) era visto como algo inevitable, inmutable, y muchas veces cruel. A menudo, los personajes trágicos intentan evitar o desafiar su destino, pero en el proceso, suelen caer precisamente en las circunstancias que intentaban evadir. Este conflicto entre el libre albedrío y el destino impuesto por los dioses es uno de los ejes fundamentales de las tragedias griegas.

En el caso de Clitemnestra, como en muchas figuras de la tragedia, su destino parece marcado por el ciclo de la venganza y la violencia que afecta a su familia, los Atridas. Este destino de sufrimiento y destrucción familiar es, en parte, el castigo por las acciones de sus ancestros (como Tántalo y Atreo), y es algo que los personajes heredan y no pueden eludir. Sin embargo, sus decisiones personales, como asesinar a Agamenón, también juegan un papel crucial.


viernes, 6 de septiembre de 2024

Yo, tú, él. Nosotros, vosotros, ellos



Yo, tú, él. Nosotros, vosotros, ellos: Reflexiones sobre las palabras, los actos y el odio selectivo


En el principio fue el verbo, la palabra. Así comienza el Génesis, uno de los textos más antiguos que dan testimonio del poder creador de lo que decimos o pensamos. "Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz". Desde ese momento inicial, las palabras se establecieron como fundamento del mundo. Sin embargo, en esa narrativa bíblica podría cuestionarse: ¿por qué Dios dijo en lugar de simplemente pensar ? Tal vez porque en el pensamiento reside la verdad pura, pero es en la palabra donde encontramos la ambigüedad, la interpretación y hasta la mentira. Jacques Lacan, filósofo y psicoanalista, ya advertía: "No puedo decir todo lo que pienso". Y es precisamente esa imposibilidad la que le otorga a la palabra un poder transformador, moldeador de realidades, aunque no necesariamente de verdades.


Quien tiene el monopolio de la palabra tiene el monopolio de la realidad. Pero la verdad... esa siempre será una construcción colectiva, frágil e inestable. Las generalidades, por ejemplo, son una herramienta poderosa para simplificar el caos del mundo, pero también son peligrosas cuando reducen la complejidad humana a categorías fáciles de digerir. Es aquí donde surge una pregunta incómoda: ¿por qué odiamos al ladrón común, pero no sentimos el mismo desprecio hacia el corrupto?

El odio selectivo: ¿pecado o pecador?

Imaginemos dos escenarios. En el primero, alguien sufre un robo en plena calle. La sociedad entera clama justicia, condena al delincuente y exige castigos ejemplares. El ladrón es señalado como el mal absoluto, un ser indigno de compasión. Ahora imaginemos el segundo escenario: un funcionario público desvía millones de pesos del erario. Aunque el daño económico y social es infinitamente mayor, la reacción pública suele ser mucho más tibia. El corrupto puede incluso justificarse ante los ojos de muchos con frases como: "Es parte del sistema", "Todos lo hacen" o "La política es así".


¿Por qué esta diferencia? Ambos actos son delitos penados por la ley. Ambos implican la apropiación indebida de bienes ajenos. Sin embargo, mientras el ladrón es objeto de un odio visceral, el corrupto parece recibir una especie de indulgencia social. Este fenómeno revela algo profundo sobre cómo construimos nuestras emociones colectivas. No odiamos el acto, sino al actor. O mejor dicho, odiamos al actor que podemos identificar fácilmente —el ladrón de poca monta—, pero nos resistimos a culpar a aquellos cuyas acciones están envueltas en complejidades institucionales o mediáticas.


Un ejemplo claro de esto lo encontramos en casos como el de Martín Redrado o el caso Niembro en Argentina. Personajes públicos involucrados en actos de corrupción logran reinventarse tras sus escándalos, viviendo sin mayores sobresaltos. Al final, no son ellos los culpables; es "el sistema", "la política", "las circunstancias". Nos resulta más cómodo externalizar la culpa que enfrentarla cara a cara.

Odiemos el pecado, no al pecador

La frase "odiar el pecado, no al pecador" ha sido repetida por siglos en contextos religiosos y morales. Sin embargo, rara vez la aplicamos en nuestra vida cotidiana. Si algo es negativo, ciertamente es el sentimiento de odio. Pero si vamos a odiar, hagámoslo de manera consistente. Que nuestro rechazo sea hacia el acto injusto, no hacia el individuo que lo comete. Después de todo, todos somos susceptibles de caer en errores. Lo importante es aprender a distinguir entre el acto y la persona, entre el delito y el contexto.


Cuando generalizamos, simplificamos demasiado. Decimos "todos los políticos son corruptos" o "todos los ladrones son iguales", ignorando las particularidades de cada caso. Esta tendencia a agrupar bajo etiquetas nos impide reflexionar críticamente sobre las causas estructurales que permiten tanto el robo callejero como la corrupción gubernamental. Mientras culpemos únicamente a los individuos, evitaremos mirar hacia los sistemas que los habilitan.

Palabras y realidades: ¿quién controla la narrativa?


Volvamos al principio: en el principio fue la palabra. Las palabras crean mundos, pero también los destruyen. Hoy en día, quienes controlan el discurso dominante tienen el poder de definir quién es el villano y quién merece perdón. Los medios de comunicación, las redes sociales y las instituciones juegan un papel crucial en esta dinámica. Un ladrón común queda atrapado en una narrativa de marginalidad y violencia, mientras que un corrupto puede beneficiarse de un relato más sofisticado que lo presenta como víctima de las circunstancias.


Por eso es fundamental cuestionar las narrativas que consumimos. Debemos preguntarnos: ¿quién está contando esta historia? ¿Qué intereses hay detrás? Y sobre todo: ¿qué palabras estamos usando para describir el mundo que habitamos?

Conclusión: Yo, tú, él. Nosotros, vosotros, ellos


Las palabras nos dividen y nos unen. Nos permiten señalar al otro ("él", "ellos") o incluirlo en nuestro círculo ("nosotros", "vosotros"). Pero también pueden alienarnos, llevarnos a odiar sin entender. Frente a la tentación de juzgar apresuradamente, recordemos que el verdadero cambio comienza con una reflexión honesta sobre nuestras propias contradicciones.


Al final, tal vez lo más importante no sea quién dijo qué, sino qué hacemos con lo que escuchamos. Porque en nuestras manos está decidir si usamos las palabras para construir puentes o para levantar muros.


Fin.


Boicot

 Boicot

El último gran acto individual del hombre fue hacer fuego. Fue tan revolucionario que decidió crear a los dioses para hacernos olvidar a aquellos hombres que lo dominaron en primera instancia. El hombre comparte con el animal la lucha por la subsistencia y la reproducción. La diferencia es que, en lugar de usar su cuerpo - garras, uñas, dientes -, el hombre creó herramientas: arco, flecha, arado, para los alimentos; y para la reproducción, chocolates y flores.

Así vivimos nuestras vidas, con un profundo convencimiento de que somos los artífices de nuestro destino. Pero, en rigor de verdad, las herramientas culturales de subsistencia, que nos parecen hoy en día tan arraigadas, fueron reemplazadas por una red de solidaridades anónimas e imperceptibles. Es la solidaridad propia del industrialismo. Esa autoridad, esa fuerza externa - moral, social, normativa - es la conciencia colectiva, que no está constituida por la suma de las conciencias individuales, sino que es algo exterior a cada individuo y resume el conjunto de creencias y sentimientos comunes al promedio de una sociedad. Esta red abastece a ese animal llamado consumidor. Todas las mañanas, al poner el saquito de té en la taza con agua caliente, una inmensa red de relaciones finaliza con ese acto. Desde los labriegos de la provincia de Misiones que lo plantan y lo cosechan, para ser estacionado por el acopiador, hasta el camionero que lo lleva a la planta donde será fraccionado en saquitos, al repositor que lo coloca en la góndola, y al combustible del auto que lo trae del supermercado, todo para el dios consumidor.

¿Les suena conocido? El gobierno de Macri hizo un spot publicitario de una empanada. Pero esta red de solidaridad es anónima, pues cada parte de la cadena cree que trabaja para su propio beneficio, el de ganar dinero. Y puede destruirse al final de la línea, si San Consumidor decide comprar té importado. Destruirá toda la base de la red, porque el consumidor es quien manda, ese ente individual, el amo y señor, al que los grandes monopolios buscan enredar en contratos irrompibles.

¿Cuántas papas fritas, chisitos, maníes y caramelos compró San Consumidor durante el conflicto de PepsiCo? ¿Y cuántas veces se habrá dicho a sí mismo: "Yo no puedo hacer nada", mientras hurgaba en la bolsa de papas fritas? Los trabajadores de Chile, Turquía e India agradecen que San Consumidor argentino mantenga viva la red de solidaridad anónima que ahora les beneficia a ellos. También le agradecen a San Consumidor que, con sus impuestos, se tomen deudas en dólares para fugar a paraísos fiscales.

Acá, en el Chaco, hay una casa que vende todo tipo de snacks. Es nacional. Por esas cosas de pueblo chico que tiene la ciudad de Resistencia, es común ver por la calle al dueño, quien ha reducido la jornada de sus empleados a 4 horas porque ya no sabe cómo mantener abierto el negocio. Desde que pasó la represión, trataré por todos los medios de comprar las papas fritas allí. Ese será mi acto de solidaridad: el boicot.

Lo políticamente correcto

 Lo políticamente correcto

He oído durante todo este año un contra-discurso bastante fuerte. En la sociedad hay valores y normas a seguir, y si no las seguimos, dentro de la sociedad hay métodos de coerción para ponernos en el camino correcto. Existen instituciones que funcionan como policías de la moral, instituciones laicas creadas por nuestra constitución.

Quiero contar una anécdota que resume un poco esto. Tengo un tío comisario, y entre sus deberes está el de vigilar la vida familiar de sus subalternos. Uno de ellos había abandonado a su legítima esposa por otra mujer, lo que generó una extraña charla. Mi tío, el comisario, tuvo que reprenderlo y lo instó a volver con su esposa. Pero, como Resistencia era y es un pueblo chico, el subalterno estalló y le contestó: "Usted no me venga con eso, porque no deja a la colorada y vuelve con su esposa". Pueblo chico, infierno grande. Mi tío fue puesto al descubierto. Años después, al retirarse, se divorció y se casó con la colorada.

¿Por qué una institución interviene en la vida personal de alguien? Importa poco que ambos compartieran el "pecado"; las fuerzas coercitivas de la burocracia los llevaron a tener una ridícula situación. Hay otras instituciones que funcionan con el mismo mecanismo, tienen una función determinada, pero actúan como agentes de la moral, como la medicina o los hospitales, que reprenden a los adolescentes por no cuidarse en sus relaciones sexuales, o con el típico "porque comiste esto no sabes que te hace mal". Ni hablar de la escuela.

Esas instituciones son un repositorio cultural de pequeñas normas morales y reproducen hacia adelante su mensaje de "esto no se hace", "esto no se dice" y "esto no se toca". Allí nace lo políticamente correcto. La reproducción cultural hace que se vuelvan dogmas a seguir como sociedad, y cada uno de los individuos debe seguirlos; de lo contrario, será estigmatizado para toda su vida.

Hoy muchos medios de comunicación están en franca lucha por la hegemonía cultural, en su afán de defender, frente a las críticas - legítimas o no -, los dichos de un gobierno políticamente incorrecto. A lo largo de su vasta vida pública, el presidente Macri ha dado muestras de ser un político políticamente incorrecto. Su desapego a la verdad, su xenofobia, su forma discriminatoria de ser y su insensibilidad social son vistas hoy como transgresiones, fruto de alguien más preocupado por hacer que por hablar, de alguien ocupado en poner todo para salir adelante.

Mientras fue otra cosa, no pasó a mayores. Pero ahora es presidente, y sus formas pasan a ser el repositorio cultural del PRO, su partido político. Los dichos de sus ministros lo revelan: frases que en otros tiempos habrían sido escandalosas, como "el que no tenga para pagar, que no cargue nafta", "si tienes frío, abrígate dentro de tu casa", "la gente dice que Milagro Sala debe estar presa", "si hay incendios, hay que rezar", "si tu empresa anda mal, dedícate a otra cosa", "¿de qué te quejas de la factura de luz, si solo sale una cena?", o "las minitas se embarazan para cobrar la asignación". Y la lista sigue.

Todos estos dichos son políticamente incorrectos. Solo por esta luna de miel suenan aquí y allá como transgresiones. La pregunta que me hago es: ¿puede una sociedad políticamente correcta tener un gobierno políticamente incorrecto? La respuesta está abierta todavía. El daño más grande es aceptar la incorrección y verla como ejemplo. Aunque estas existan y todos las tengamos, la reproducción cultural a la larga es patrimonio de todos, y se puede volver un principio a seguir. Las denostaciones del otro, sin entender el porqué de sus circunstancias, nunca reparan el problema.