viernes, 6 de septiembre de 2024

Yo, tú, él. Nosotros, vosotros, ellos



Yo, tú, él. Nosotros, vosotros, ellos: Reflexiones sobre las palabras, los actos y el odio selectivo


En el principio fue el verbo, la palabra. Así comienza el Génesis, uno de los textos más antiguos que dan testimonio del poder creador de lo que decimos o pensamos. "Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz". Desde ese momento inicial, las palabras se establecieron como fundamento del mundo. Sin embargo, en esa narrativa bíblica podría cuestionarse: ¿por qué Dios dijo en lugar de simplemente pensar ? Tal vez porque en el pensamiento reside la verdad pura, pero es en la palabra donde encontramos la ambigüedad, la interpretación y hasta la mentira. Jacques Lacan, filósofo y psicoanalista, ya advertía: "No puedo decir todo lo que pienso". Y es precisamente esa imposibilidad la que le otorga a la palabra un poder transformador, moldeador de realidades, aunque no necesariamente de verdades.


Quien tiene el monopolio de la palabra tiene el monopolio de la realidad. Pero la verdad... esa siempre será una construcción colectiva, frágil e inestable. Las generalidades, por ejemplo, son una herramienta poderosa para simplificar el caos del mundo, pero también son peligrosas cuando reducen la complejidad humana a categorías fáciles de digerir. Es aquí donde surge una pregunta incómoda: ¿por qué odiamos al ladrón común, pero no sentimos el mismo desprecio hacia el corrupto?

El odio selectivo: ¿pecado o pecador?

Imaginemos dos escenarios. En el primero, alguien sufre un robo en plena calle. La sociedad entera clama justicia, condena al delincuente y exige castigos ejemplares. El ladrón es señalado como el mal absoluto, un ser indigno de compasión. Ahora imaginemos el segundo escenario: un funcionario público desvía millones de pesos del erario. Aunque el daño económico y social es infinitamente mayor, la reacción pública suele ser mucho más tibia. El corrupto puede incluso justificarse ante los ojos de muchos con frases como: "Es parte del sistema", "Todos lo hacen" o "La política es así".


¿Por qué esta diferencia? Ambos actos son delitos penados por la ley. Ambos implican la apropiación indebida de bienes ajenos. Sin embargo, mientras el ladrón es objeto de un odio visceral, el corrupto parece recibir una especie de indulgencia social. Este fenómeno revela algo profundo sobre cómo construimos nuestras emociones colectivas. No odiamos el acto, sino al actor. O mejor dicho, odiamos al actor que podemos identificar fácilmente —el ladrón de poca monta—, pero nos resistimos a culpar a aquellos cuyas acciones están envueltas en complejidades institucionales o mediáticas.


Un ejemplo claro de esto lo encontramos en casos como el de Martín Redrado o el caso Niembro en Argentina. Personajes públicos involucrados en actos de corrupción logran reinventarse tras sus escándalos, viviendo sin mayores sobresaltos. Al final, no son ellos los culpables; es "el sistema", "la política", "las circunstancias". Nos resulta más cómodo externalizar la culpa que enfrentarla cara a cara.

Odiemos el pecado, no al pecador

La frase "odiar el pecado, no al pecador" ha sido repetida por siglos en contextos religiosos y morales. Sin embargo, rara vez la aplicamos en nuestra vida cotidiana. Si algo es negativo, ciertamente es el sentimiento de odio. Pero si vamos a odiar, hagámoslo de manera consistente. Que nuestro rechazo sea hacia el acto injusto, no hacia el individuo que lo comete. Después de todo, todos somos susceptibles de caer en errores. Lo importante es aprender a distinguir entre el acto y la persona, entre el delito y el contexto.


Cuando generalizamos, simplificamos demasiado. Decimos "todos los políticos son corruptos" o "todos los ladrones son iguales", ignorando las particularidades de cada caso. Esta tendencia a agrupar bajo etiquetas nos impide reflexionar críticamente sobre las causas estructurales que permiten tanto el robo callejero como la corrupción gubernamental. Mientras culpemos únicamente a los individuos, evitaremos mirar hacia los sistemas que los habilitan.

Palabras y realidades: ¿quién controla la narrativa?


Volvamos al principio: en el principio fue la palabra. Las palabras crean mundos, pero también los destruyen. Hoy en día, quienes controlan el discurso dominante tienen el poder de definir quién es el villano y quién merece perdón. Los medios de comunicación, las redes sociales y las instituciones juegan un papel crucial en esta dinámica. Un ladrón común queda atrapado en una narrativa de marginalidad y violencia, mientras que un corrupto puede beneficiarse de un relato más sofisticado que lo presenta como víctima de las circunstancias.


Por eso es fundamental cuestionar las narrativas que consumimos. Debemos preguntarnos: ¿quién está contando esta historia? ¿Qué intereses hay detrás? Y sobre todo: ¿qué palabras estamos usando para describir el mundo que habitamos?

Conclusión: Yo, tú, él. Nosotros, vosotros, ellos


Las palabras nos dividen y nos unen. Nos permiten señalar al otro ("él", "ellos") o incluirlo en nuestro círculo ("nosotros", "vosotros"). Pero también pueden alienarnos, llevarnos a odiar sin entender. Frente a la tentación de juzgar apresuradamente, recordemos que el verdadero cambio comienza con una reflexión honesta sobre nuestras propias contradicciones.


Al final, tal vez lo más importante no sea quién dijo qué, sino qué hacemos con lo que escuchamos. Porque en nuestras manos está decidir si usamos las palabras para construir puentes o para levantar muros.


Fin.


Boicot

 Boicot

El último gran acto individual del hombre fue hacer fuego. Fue tan revolucionario que decidió crear a los dioses para hacernos olvidar a aquellos hombres que lo dominaron en primera instancia. El hombre comparte con el animal la lucha por la subsistencia y la reproducción. La diferencia es que, en lugar de usar su cuerpo - garras, uñas, dientes -, el hombre creó herramientas: arco, flecha, arado, para los alimentos; y para la reproducción, chocolates y flores.

Así vivimos nuestras vidas, con un profundo convencimiento de que somos los artífices de nuestro destino. Pero, en rigor de verdad, las herramientas culturales de subsistencia, que nos parecen hoy en día tan arraigadas, fueron reemplazadas por una red de solidaridades anónimas e imperceptibles. Es la solidaridad propia del industrialismo. Esa autoridad, esa fuerza externa - moral, social, normativa - es la conciencia colectiva, que no está constituida por la suma de las conciencias individuales, sino que es algo exterior a cada individuo y resume el conjunto de creencias y sentimientos comunes al promedio de una sociedad. Esta red abastece a ese animal llamado consumidor. Todas las mañanas, al poner el saquito de té en la taza con agua caliente, una inmensa red de relaciones finaliza con ese acto. Desde los labriegos de la provincia de Misiones que lo plantan y lo cosechan, para ser estacionado por el acopiador, hasta el camionero que lo lleva a la planta donde será fraccionado en saquitos, al repositor que lo coloca en la góndola, y al combustible del auto que lo trae del supermercado, todo para el dios consumidor.

¿Les suena conocido? El gobierno de Macri hizo un spot publicitario de una empanada. Pero esta red de solidaridad es anónima, pues cada parte de la cadena cree que trabaja para su propio beneficio, el de ganar dinero. Y puede destruirse al final de la línea, si San Consumidor decide comprar té importado. Destruirá toda la base de la red, porque el consumidor es quien manda, ese ente individual, el amo y señor, al que los grandes monopolios buscan enredar en contratos irrompibles.

¿Cuántas papas fritas, chisitos, maníes y caramelos compró San Consumidor durante el conflicto de PepsiCo? ¿Y cuántas veces se habrá dicho a sí mismo: "Yo no puedo hacer nada", mientras hurgaba en la bolsa de papas fritas? Los trabajadores de Chile, Turquía e India agradecen que San Consumidor argentino mantenga viva la red de solidaridad anónima que ahora les beneficia a ellos. También le agradecen a San Consumidor que, con sus impuestos, se tomen deudas en dólares para fugar a paraísos fiscales.

Acá, en el Chaco, hay una casa que vende todo tipo de snacks. Es nacional. Por esas cosas de pueblo chico que tiene la ciudad de Resistencia, es común ver por la calle al dueño, quien ha reducido la jornada de sus empleados a 4 horas porque ya no sabe cómo mantener abierto el negocio. Desde que pasó la represión, trataré por todos los medios de comprar las papas fritas allí. Ese será mi acto de solidaridad: el boicot.

Lo políticamente correcto

 Lo políticamente correcto

He oído durante todo este año un contra-discurso bastante fuerte. En la sociedad hay valores y normas a seguir, y si no las seguimos, dentro de la sociedad hay métodos de coerción para ponernos en el camino correcto. Existen instituciones que funcionan como policías de la moral, instituciones laicas creadas por nuestra constitución.

Quiero contar una anécdota que resume un poco esto. Tengo un tío comisario, y entre sus deberes está el de vigilar la vida familiar de sus subalternos. Uno de ellos había abandonado a su legítima esposa por otra mujer, lo que generó una extraña charla. Mi tío, el comisario, tuvo que reprenderlo y lo instó a volver con su esposa. Pero, como Resistencia era y es un pueblo chico, el subalterno estalló y le contestó: "Usted no me venga con eso, porque no deja a la colorada y vuelve con su esposa". Pueblo chico, infierno grande. Mi tío fue puesto al descubierto. Años después, al retirarse, se divorció y se casó con la colorada.

¿Por qué una institución interviene en la vida personal de alguien? Importa poco que ambos compartieran el "pecado"; las fuerzas coercitivas de la burocracia los llevaron a tener una ridícula situación. Hay otras instituciones que funcionan con el mismo mecanismo, tienen una función determinada, pero actúan como agentes de la moral, como la medicina o los hospitales, que reprenden a los adolescentes por no cuidarse en sus relaciones sexuales, o con el típico "porque comiste esto no sabes que te hace mal". Ni hablar de la escuela.

Esas instituciones son un repositorio cultural de pequeñas normas morales y reproducen hacia adelante su mensaje de "esto no se hace", "esto no se dice" y "esto no se toca". Allí nace lo políticamente correcto. La reproducción cultural hace que se vuelvan dogmas a seguir como sociedad, y cada uno de los individuos debe seguirlos; de lo contrario, será estigmatizado para toda su vida.

Hoy muchos medios de comunicación están en franca lucha por la hegemonía cultural, en su afán de defender, frente a las críticas - legítimas o no -, los dichos de un gobierno políticamente incorrecto. A lo largo de su vasta vida pública, el presidente Macri ha dado muestras de ser un político políticamente incorrecto. Su desapego a la verdad, su xenofobia, su forma discriminatoria de ser y su insensibilidad social son vistas hoy como transgresiones, fruto de alguien más preocupado por hacer que por hablar, de alguien ocupado en poner todo para salir adelante.

Mientras fue otra cosa, no pasó a mayores. Pero ahora es presidente, y sus formas pasan a ser el repositorio cultural del PRO, su partido político. Los dichos de sus ministros lo revelan: frases que en otros tiempos habrían sido escandalosas, como "el que no tenga para pagar, que no cargue nafta", "si tienes frío, abrígate dentro de tu casa", "la gente dice que Milagro Sala debe estar presa", "si hay incendios, hay que rezar", "si tu empresa anda mal, dedícate a otra cosa", "¿de qué te quejas de la factura de luz, si solo sale una cena?", o "las minitas se embarazan para cobrar la asignación". Y la lista sigue.

Todos estos dichos son políticamente incorrectos. Solo por esta luna de miel suenan aquí y allá como transgresiones. La pregunta que me hago es: ¿puede una sociedad políticamente correcta tener un gobierno políticamente incorrecto? La respuesta está abierta todavía. El daño más grande es aceptar la incorrección y verla como ejemplo. Aunque estas existan y todos las tengamos, la reproducción cultural a la larga es patrimonio de todos, y se puede volver un principio a seguir. Las denostaciones del otro, sin entender el porqué de sus circunstancias, nunca reparan el problema.

jueves, 5 de septiembre de 2024

La dura realidad de las estadísticas (que nadie recuerda)

 

La dura realidad de las estadísticas (que nadie recuerda)

Ah, las estadísticas... esos números fríos y objetivos que supuestamente nos dicen la verdad sobre el mundo. ¡Ja! Claro, como si alguien en una conversación casual dijera:

“¿Sabías que el 95% de los aviones aterrizan sin problemas? Me siento súper seguro volando.”

No, lo que realmente escuchas es:
“¿Te conté de esa vez que mi primo, que es amigo del vecino de un piloto, casi se estrella? ¡Yo ya no me subo ni a un dron!” 🙃

Las estadísticas dicen una cosa, pero la gente… la gente recuerda lo que “le contaron”. Porque claro, ¿para qué confiar en años de investigación y miles de datos cuando tu tía Marta tiene una historia que te hará dudar de TODO? 🤔

Y es que la realidad se deduce de la estadística, pero la memoria se queda con lo que suena más épico. Si un estudio dice que solo el 0.001% de las veces un tiburón ataca a alguien en la playa, ¿qué recordamos? Exacto: “¿Te acuerdas de Tiburón, la película? ¡Eso me va a pasar a mí!”

Porque ¿quién necesita ciencia cuando tenemos la maravillosa habilidad de acordarnos de la peor anécdota? 😂

Así que, la próxima vez que alguien te hable de probabilidades y números... tú simplemente dile:
“Eso está muy bien, pero yo conozco a un amigo de un amigo que...”.

Y ahí, ¡boom! Acabas de ganar el debate con la mejor arma: la anécdota sin fuentes confiables. 😎

#EstadísticasVsChismes #YoConozcoALguienQue #CienciaEsSospechosa #TodoPorUnBuenChisme


¿Quién tiene razón? Reflexiones filosóficas a través de un meme

 





Este meme presenta un dilema filosófico sobre la creación y la existencia.

La imagen muestra dos figuras: una nube oscura con un brazo que señala hacia abajo, y una figura humana simplificada en la parte inferior.

El título pregunta "¿Quién tiene razón?", planteando el dilema central.

La nube dice "Yo soy tu creador!", sugiriendo que representa a un ser divino o una fuerza superior que afirma haber creado al humano.

La figura humana responde "No! Yo soy tu creador!", contradiciendo a la nube y afirmando ser el creador de la entidad superior.

Este meme juega con la idea filosófica de si los dioses crean a los humanos o si los humanos crean a los dioses en su mente. Plantea la cuestión de la relación entre la humanidad y lo divino, y quién realmente "crea" a quién.

El humor y la reflexión surgen de esta paradoja: ¿Es la entidad superior quien crea al ser humano, o es la mente humana la que concibe y da forma a la idea de un ser superior?

No hay una respuesta definitiva, lo cual es parte del punto del meme - invita al espectador a reflexionar sobre estas profundas cuestiones existenciales y filosóficas.

Título: ¿Quién tiene razón? Reflexiones filosóficas a través de un meme

En la intersección del humor y la reflexión filosófica, un meme reciente captura un dilema ancestral sobre la creación y la existencia. La imagen presenta dos figuras contrastantes: una nube oscura con un brazo señalando hacia abajo y una figura humana simplificada en la parte inferior.

El título provocativo, "¿Quién tiene razón?", establece el escenario del debate central. La nube proclama con autoridad, "¡Yo soy tu creador!", sugiriendo una entidad divina o una fuerza superior que afirma haber dado origen al ser humano. En un acto de contradicción reveladora, la figura humana responde con igual convicción, "¡No! ¡Yo soy tu creador!", desafiando la noción de que la creación proviene de una entidad superior y proponiendo que es la mente humana la que da forma a estas concepciones.

Este meme juega ingeniosamente con la antigua pregunta filosófica sobre si los dioses crean a los humanos o si los humanos crean a los dioses en sus mentes. Más allá de su aparente simplicidad visual, plantea una cuestión profunda sobre la naturaleza de la relación entre la humanidad y lo divino: ¿Quién realmente "crea" a quién?

El humor emerge de la paradoja misma: ¿Es la entidad superior la que origina al ser humano, o es la mente humana la que imagina y da forma a la idea de un ser superior? Esta reflexión invita al espectador a considerar las complejidades de las creencias religiosas, la formación de identidades culturales y las profundas interrogantes existenciales que persisten a lo largo de la historia de la filosofía.

En última instancia, el meme no ofrece una respuesta definitiva, sino que estimula el pensamiento crítico y el debate sobre estas cuestiones fundamentales, recordándonos que la búsqueda de respuestas puede ser tan intrigante como el propio dilema que plantea.