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"Blog personal de Pablo Barreto, diseñador gráfico e ilustrador y Sociólogo, que sirve como portafolio de su trabajo creativo y espacio para sus reflexiones sobre cultura, diseño y vida. Un archivo digital con más de 15 años de contenido auténtico y diverso.".

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domingo, 21 de septiembre de 2025

Filosofía: claves ocultas en Borges que inquietaban a Foucault

TLDR

 Foucault partía de una lectura de Borges, especialmente de “El idioma analítico de John Wilkins”, para mostrar cómo un mundo ordenado por semejanzas radicales (renacentista) colapsa hacia otro nuevo regímen de conocimiento: el clásico. Pablo Barreto En el Renacimiento, el saber y la realidad estaban profundamente entrelazados: las palabras participaban del mundo, los seres estaban conectados por analogías, similitudes, simpatías, reflejos, etc. Pablo Barreto Con el paso al pensamiento clásico, ese universo simbólico y mágico se “fractura”: lo que antes se leía como signos del mundo deja de funcionar así, la semejanza deja de ser confiable, y predomina la medición, la identidad y el orden sistemático. Pablo Barreto Don Quijote, para Foucault, no es solo personaje sino metáfora: es el testigo anacrónico del fin del mundo de la semejanza, la figura que resiste (y sufre) al enfrentarse con la nueva lógica del saber que exige claridad, medida, distinción. Pablo Barreto La herencia de ese quiebre clásico nos sigue marcando: aunque ya no vivimos en el mundo renacentista, las estructuras del pensamiento moderno —el lenguaje como herramienta representacional, la ciencia de lo claro y distinto, del análisis— siguen condicionando lo que creemos que podemos saber y cómo podemos pensar.
 Pablo Barreto

Introducción: El Vértigo de Borges y el Nacimiento de una Arqueología

En el prefacio de Las palabras y las cosas, Michel Foucault confiesa que el libro nació de la risa. No una risa de simple diversión, sino una que "sacude... todo lo familiar al pensamiento", un vértigo intelectual provocado por la lectura de un pasaje de Jorge Luis Borges. En su ensayo "El idioma analítico de John Wilkins", Borges atribuye a "cierta enciclopedia china" una clasificación zoológica que Foucault cita como catalizador de su propia arqueología: .
..está escrito que "los animales se dividen en a] pertenecientes al Emperador, 
b] embalsamados, 
c] amaestrados, 
d] lechones, 
e] sirenas, 
f] fabulosos, 
g] perros sueltos, 
h] incluidos en esta clasificación, 
i] que se agitan como locos, 
j] innumerables, 
k] dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, 
l] etcétera, 
m] que acababan de romper el jarrón, 
n] que de lejos parecen moscas". 

 La importancia estratégica de esta cita no reside en su exotismo, sino en su poder desestabilizador. La taxonomía china revela, por su radical alteridad, el límite de nuestro propio pensamiento, la "imposibilidad de pensar esto". Al yuxtaponer lo incongruente, Borges no solo expone un orden exótico, sino que destruye el "lugar común" mismo, el suelo sobre el cual nuestros sistemas de ordenamiento pueden siquiera existir, revelando el abismo de lo inordenable. Esta clasificación heteróclita expone la arbitrariedad de nuestras propias "tablas" del saber, las rejas invisibles a través de las cuales percibimos y organizamos el mundo como coherente.

 Este ensayo argumentará que la transición del Renacimiento a la Época Clásica, lejos de ser una evolución lineal, constituyó un cisma en la estructura de la experiencia, una violenta reconfiguración del ser. Fue una profunda fractura epistemológica, una mutación en el a priori histórico que fija las condiciones de posibilidad del saber. Siguiendo la arqueología de Foucault, se demostrará cómo el pensamiento occidental transitó desde una episteme basada en la infinita red de la semejanza a una nueva configuración articulada por la representación, el orden y la identidad. Este cambio no fue un mero ajuste de teorías, sino el desmantelamiento de un mundo y la erección de una nueva disposición epistemológica sobre sus ruinas.

Para comprender esta fractura, primero exploraremos la "prosa del mundo" renacentista, un universo denso de signos y correspondencias que debían ser descifrados. A continuación, analizaremos la figura de Don Quijote, quien, en el análisis de Foucault, encarna el anacronismo trágico de la semejanza en un mundo que ya ha comenzado a regirse por la identidad. Finalmente, describiremos la nueva episteme clásica, un espacio claro y distinto donde el saber se organiza como un cuadro (tableau) ordenado por la razón analítica. El desorden revelado por Borges nos obliga a interrogar el orden que fue desmantelado, aquel en el que las palabras y las cosas aún no habían roto su antiguo y mágico compromiso. 

1. El Orden de la Semejanza: La Prosa del Mundo Renacentista

Para comprender la magnitud de la fractura que daría paso a la Época Clásica, es crucial sumergirse en la episteme del siglo XVI. En esta configuración del saber, no existía una separación tajante entre el lenguaje y el mundo. Las palabras no eran meros símbolos arbitrarios, sino que poseían una materialidad, una sustancia que las hacía partícipes de la realidad que designaban. El mundo mismo era concebido como un gran texto, una "escritura de las cosas" plagada de signos y blasones que el sabio debía descifrar. El conocimiento no era una observación distante, sino una inmersión en este tejido semántico donde la naturaleza y los libros antiguos formaban un discurso único y coherente. Todo este universo estaba organizado por el poder soberano de la similitud.

 Foucault desvela no cuatro ideas distintas, sino las cuatro cuerdas inseparables que tejían la misma red de correspondencias: una similitud de contacto (convenientia), una de reflejo (aemulatio), una de proporción (analogia) y una de fuerza (sympathia). Juntas garantizaban que el cosmos se mantuviera como un eco perpetuo de sí mismo:

* Convenientia (Conveniencia): Es la semejanza que surge de la adyacencia y el ajuste. Las cosas que se tocan o bordean comparten naturalezas, creando una "cadena ininterrumpida" de seres. El cuerpo se ajusta al alma, la planta al suelo, lo vivo a lo inerte, en una continuidad cósmica donde cada anillo de la existencia se conecta con el siguiente. El mundo es, en su totalidad, la conveniencia universal de las cosas.

* Aemulatio (Emulación): Es una forma de semejanza que opera a distancia, sin necesidad de contacto. Funciona como un juego de espejos donde las cosas se reflejan unas a otras a través del espacio. El cielo imita al rostro humano, los ojos emulan a los astros, las plantas acuáticas a las estrellas. La emulación crea "círculos concéntricos, reflejados y rivales", una competencia de reflejos que asegura que el microcosmos y el macrocosmos se respondan mutuamente.

* Analogia (Analogía): A diferencia de las dos figuras anteriores, la analogía permite superponer un vasto conjunto de relaciones. Su centro es el hombre, "el gran foco de las proporciones", que sirve como punto de referencia para todas las similitudes. Así como el hombre es análogo a Dios, su cuerpo lo es al cosmos, sus órganos a los planetas y sus humores a los elementos. La analogía es un principio de irradiación que garantiza que todo el universo pueda ser pensado a través del prisma de la figura humana.

* Sympathia (Simpatía): Es la fuerza dinámica que mueve el mundo y atrae las cosas entre sí, incluso a grandes distancias, sin la necesidad de un reflejo visible. La simpatía transforma el universo en un espacio de atracciones y repulsiones (su contraparte, la antipatía), asegurando que "el mundo permanezca idéntico". La antipatía, a su vez, preserva la identidad de cada cosa, impidiendo que se disuelva en un todo indiferenciado. Este juego de fuerzas garantiza la cohesión y la diversidad del cosmos.

En este marco, el saber era fundamentalmente una hermenéutica. El conocimiento consistía en la interpretación de las signaturas, las marcas visibles que la naturaleza había impreso en la superficie de las cosas para revelar sus afinidades ocultas. Una planta con forma de corazón era un signo de su poder para curar las dolencias cardíacas; el nogal, con su fruto semejante a un cerebro, indicaba su virtud para los males de la cabeza. Conocer no era clasificar según estructuras visibles, sino leer estas marcas, como demuestra el método de un naturalista como Ulisse Aldrovandi. Su obra no es una descripción, sino una legenda: "cosas que leer". Para él, hacer la historia de un animal era "recoger toda la espesa capa de signos que han podido depositarse en ellos o sobre ellos", desde su anatomía hasta su uso en blasones, leyendas o magia. El mundo del Renacimiento era, por tanto, un espacio cerrado y tautológico, un inmenso libro donde cada página remitía a todas las demás en un juego infinito de espejos. Sin embargo, esta densa y rica prosa del mundo estaba a punto de deshilacharse. Su fractura, el momento en que las semejanzas comenzaron a engañar y los signos a flotar sin anclaje, quedaría inmortalizada en la figura melancólica y ridícula de un hidalgo enloquecido por la lectura. 

2. Don Quijote: La Sátira de un Mundo Desencantado

En el análisis arqueológico de Foucault, Don Quijote trasciende su condición de personaje literario para convertirse en una figura epistemológica fundamental. Su locura no es meramente individual; representa el desfase histórico de toda una forma de saber. Él es el último caballero de un mundo que ya ha desaparecido, un anacronismo viviente que intenta aplicar las leyes de la semejanza a una realidad que ha comenzado a regirse por la fría y clara identidad. Don Quijote es, en palabras de Foucault, "el héroe de lo Mismo". Sus aventuras no son más que un meticuloso peregrinaje en busca de las signaturas del mundo, un intento desesperado por hacer que la realidad se ajuste a la verdad escrita en los libros de caballerías. Él mismo es "a semejanza de los signos", un "largo grafismo flaco como una letra" que ha escapado de las páginas para imponer su orden sobre las cosas. Su viaje es un ejercicio de desciframiento: busca en el mundo las marcas que confirmen que la prosa de los libros sigue siendo la prosa del mundo.

 Es precisamente en este esfuerzo donde se manifiesta la gran fractura. Para Don Quijote, los molinos de viento son gigantes porque su forma y movimiento emulan la figura descrita en las novelas; la venta es un castillo porque sus signos superficiales remiten a la semejanza de una fortaleza. Sin embargo, el mundo que lo rodea, el incipiente mundo clásico, responde con la cruel insistencia en la identidad: las cosas ya no remiten a una red secreta de semejanzas, sino que se presentan en su ser distinto, listas para ser ordenadas en el cuadro del saber. Un molino es, ante todo, idéntico a sí mismo. El error de Quijote, en términos clásicos, es su fracaso en realizar las dos operaciones fundamentales del nuevo saber: la medida y el orden. Ve semejanzas en todas partes, pero es incapaz de analizar las cosas en sus identidades y diferencias constituyentes; su locura es precisamente su inhabilidad para pensar dentro de la nueva mathesis. Como concluye Foucault, en la figura de Don Quijote "la escritura ha dejado de ser la prosa del mundo; las semejanzas y los signos han roto su viejo compromiso". Las palabras, antes inscritas en el corazón de las cosas, ahora vagan a la aventura, sin un referente que las ancle.

 La segunda parte de la novela evidencia la emergencia de una nueva relación del lenguaje consigo mismo. Don Quijote ya no es reconocido por las marcas de la caballería, sino porque los personajes han leído la primera parte de sus aventuras. El lenguaje ya no remite al mundo a través de la semejanza, sino que se repliega sobre su propia existencia. El libro se convierte en objeto de su propio relato. La realidad de Don Quijote ya no depende de su correspondencia con una epopeya antigua, sino de la fidelidad a la historia que ya se ha escrito sobre él. En este giro, la ficción se independiza y adquiere el "poder representativo del lenguaje", la capacidad de crear su propia verdad.

 Caracterizado por Foucault como "lo negativo del mundo renacentista", Don Quijote vaga en el intersticio entre dos eras del saber. Es la prueba viviente de que el viejo orden de la semejanza se ha vuelto ilegible. Su figura errante deja tras de sí el espacio vacío donde un nuevo orden, el de la representación y el análisis, habrá de erigirse.-

 

3. El Advenimiento de la Representación: El Orden Clásico

La fractura encarnada por Don Quijote da paso a una nueva episteme, la de la Época Clásica. Si el saber renacentista buscaba interpretar un texto profundo y superpuesto, el pensamiento clásico se propone desplegar la realidad en un "cuadro" (tableau) ordenado y transparente. La tarea del conocimiento ya no es la hermenéutica de las similitudes ocultas, sino la taxinomia, la construcción de un sistema universal de identidades y diferencias.

 El primer gesto del pensamiento clásico, cuyo exponente fundamental es Descartes, es deconstruir la soberanía de la semejanza. La similitud es degradada al estatus de "ocasión de error", una "mixtura confusa" que impide el acceso a la verdad clara y distinta. El nuevo fundamento del conocimiento es la comparación, una operación que permite analizar todas las cosas a partir de dos principios fundamentales:

* La Medida: Descompone las cosas en unidades comunes para establecer relaciones de igualdad y desigualdad. Permite analizar lo semejante según la forma calculable de la identidad y la diferencia.

* El Orden: Establece series que van de lo simple a lo complejo. Dispone las diferencias en grados crecientes, permitiendo recorrer el campo del saber con un movimiento "absolutamente ininterrumpido".

Esta doble operación de medida y orden es la base de la mathesis universalis, el proyecto de una ciencia general de todo orden posible. La mathesis no se limita a las matemáticas, sino que se convierte en la condición de posibilidad para todos los saberes empíricos de la época. Desde la gramática general, que busca el orden lógico del discurso, hasta la historia natural, que pretende establecer un cuadro completo de los seres vivos, pasando por el análisis de las riquezas, todo el saber clásico se organiza como una ciencia del orden.

 Esta mutación epistemológica transforma radicalmente la naturaleza del signo. El signo renacentista era una figura ternaria: una marca visible (la signatura), un contenido oculto y la semejanza que unía a ambos como una tercera entidad real. El signo renacentista era una cosa en el mundo: la forma de corazón de una hoja era la marca material que la conectaba con el corazón humano a través de la semejanza. El signo, la cosa y su lazo eran tres elementos reales. El signo clásico, en cambio, se retira del mundo para convertirse en una herramienta mental. Se simplifica y se vuelve binario, compuesto únicamente por un significante y un significado. La palabra "corazón" ya no participa del órgano; es un significante arbitrario que, por convención, se une a un significado (el concepto). La semejanza se evapora, dejando solo una relación binaria, transparente y analítica, cuya única función es representar el pensamiento con claridad. El lenguaje, que en el Renacimiento era una cosa más entre las cosas, se convierte ahora en el sistema privilegiado que permite ordenar y articular el conocimiento sobre el mundo.

 Así, la Época Clásica disoció el círculo cerrado del Renacimiento. Por un lado, quedaron los signos, convertidos en instrumentos de análisis y combinación dentro del espacio de la representación. Por otro, las cosas, despojadas de su lenguaje intrínseco, mudas y entregadas a su pura identidad. Es en esta distancia abierta entre el lenguaje y el ser donde se constituyeron las ciencias clásicas y una nueva forma de concebir la verdad como correspondencia ordenada.


 

Conclusión: La Herencia del Cuadro

El análisis arqueológico de Michel Foucault revela que la transición del Renacimiento a la Época Clásica no fue una mera sucesión de ideas, sino una mutación violenta y fundamental en las reglas del juego del saber. El pensamiento occidental transitó desde un mundo concebido como un texto infinito de semejanzas que debían ser interpretadas, a un universo desplegado como un cuadro ordenado por la representación. La prosa del mundo, densa y mágica, fue sustituida por la claridad analítica de la mathesis, y el hermeneuta renacentista cedió su lugar al taxónomo clásico.

 La significación de esta ruptura, tal como la expone Foucault, trasciende la mera historia de la ciencia. Nos obliga a reconocer la profunda historicidad de nuestros propios modos de pensar. Demuestra que categorías que a menudo consideramos universales y ahistóricas —como el "orden", la "verdad" o incluso la "naturaleza humana"— son en realidad productos de configuraciones culturales específicas y transitorias. La episteme de una época no es una elección consciente, sino el subsuelo inconsciente que determina lo que es posible pensar, decir y conocer en un momento dado.

Aunque ya no habitamos el espacio epistemológico del clasicismo, la herencia de su gran proyecto ordenador sigue profundamente inscrita en nuestro pensamiento. La idea de un saber que clasifica, que mide, que distribuye la realidad en "cuadros" para dominarla, continúa siendo una de las matrices fundamentales de la racionalidad moderna. El espejo del Renacimiento, que reflejaba infinitamente las similitudes del mundo, se fracturó para dar paso al cuadro de la representación. Aún hoy, seguimos intentando ensamblar los fragmentos de ese espejo roto, condicionados por la cuadrícula que el pensamiento clásico trazó sobre la faz de las cosas.

Preguntas Frecuentes (FAQ)

Pregunta Respuesta

¿Qué significa “el espejo de la semejanza”?

Es una metáfora para ese modo de ver el mundo renacentista: todo estaba reflejado, correspondencias entre las cosas, signos que se leían mutuamente. El “espejo” fracturado es la pérdida de esa lógica, cuando ya no se puede sostener esa red de semejanzas como fundamento del conocimiento.

¿Por qué Borges? ¿Qué aporta su escritura a Foucault?

Borges ofrece ejemplos literarios que trascienden lo puramente estético: su clasificación “china” imaginaria evidencia lo arbitrario de los sistemas de orden que damos por naturales. Esa facultad de Borges (de pensar lo extraño, lo otro, lo incongruente) permite ver lo inconsciente o lo tácito en las epistemes dominantes. Pablo Barreto

¿Qué cambio ocurre en la “fractura epistemológica”?

Se pasa de un mundo donde lo semejante tiene valor interpretativo (los signos, analogías, reflejos) a uno donde predomina la representación clara, la medición, el orden, la identidad. El signo deja de tener una presencia mágica, material, simbólica; se vuelve algo más abstracto, convencional. Pablo Barreto

¿Cuál es el papel de Don Quijote en este ensayo?

Don Quijote representa el quiebre: es la figura que vive con los pies en ambos mundos. Ve gigantes donde hay molinos, castillos donde hay ventas; intenta leer el mundo según las reglas antiguas de la semejanza, pero choca con la realidad del nuevo orden. Es la metáfora viva de la transición. Pablo Barreto

¿Qué implica para nuestro pensamiento contemporáneo reconocer esta herencia clásica?

Que muchas ideas que damos por naturales —claro vs oscuro, orden vs caos, identidad vs diferencia, lo racional como autoridad— vienen de esta episteme clásica. Reconocerlo nos permite cuestionar estas estructuras, entender su contingencia histórica, abrir huecos de resistencia donde otras formas de conocimiento —menos ordenadas, más simbólicas, más híbridas— puedan emerger.

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