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martes, 12 de marzo de 2013

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domingo, 3 de marzo de 2013

LA HISTORIA RECORDADA, RESCATADA, INVENTADA


LA HISTORIA RECORDADA, RESCATADA, INVENTADA
 POR BERNARD LEWIS
 BREVIARIOS
 FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
 282
 MÉXICO
 1976
A.P.
 tanto y tan poco...
 Prefacio.
 De cuando en cuando el historiador se ve precisado a abandonar su época, su ámbito
familiar y su tema, para considerar globalmente la naturaleza de su disciplina y de su
vocación. Tal ha sido mi propósito al escribir estas páginas. Mis ejemplos los he tomado
principalmente de la historia del Medio Oriente por ser la que mejor conozco; he procurado
así mismo ahondar en el análisis y sacar conclusiones generales sobre la esencia del,
conocimiento histórico, su redacción y su estudio, así como sus funciones y objetivos en
las sociedades humanas.
 La oportunidad de estructurar estas reflexiones me la brindó la Universidad Yeshiva de la
ciudad de Nueva York al invitarme a dar las llamadas Conferencias Gottesman
correspondientes a 1974. Deseo expresar aquí mi reconocimiento tanto a la Universidad como
a su generoso benefactor por haber hecho posible este trabajo. Mi reconocimiento también al
auditorio, cuyas preguntas y comentarios me permitieron eliminar del texto original algunas
máculas.
 Agradezco, de igual modo, a mis amigos los profesores Elie Kedourie y Michael Zand sus
consejos y ayuda en torno a algunos de los puntos tratados en estas conferencias.
 B.L.

I. MASADA Y CIRO

La celebración de fiestas conmemorativas de algún acontecimiento histórico en el Medio
Oriente es una antigua costumbre que ha prevalecido hasta nuestros días. Hoy son
festividades
 cívicas, antiguamente eran días de ayuno y revestían carácter religioso.   Los
aniversarios históricos se   multiplican día tras día en las nuevas naciones independientes
del Medio Oriente y otras regiones. Las revoluciones y liberaciones se suceden en cadena y
cada nuevo golpe de Estado es declarado "día de fiesta nacional", pero también han sido
motivo de recuerdo y celebración grandes acontecimientos que tuvieron lugar en la época
medieval. Destacan entre ellos: la conquista de Constantinopla por los turcos, quienes en
1953 celebraron el quinto centenario; el primer milenio de la fundación de El Cairo por el
califa fatimida Almoiz, celebrado con una serie de festejos en aquella ciudad en 1969, y el
noveno centenario, conmemorado por los turcos en 1971, de la decisiva batalla de Manzikert,
a raíz de la cual Anatolia dejó de ser griega y cristiana para definirse como turca y
musulmana. El nacimiento y la muerte de grandes héroes y de grandes sabios, cuya cuna no es
extraño que se disputen numerosos pueblos, es también motivo de celebración, ya sea pública
o privada, local o nacional.
 En palabras de Thomas Heywood:
 Siete ciudades se pelean hoy por Homero, quien en vida no tuvo hogar ni agujero.
 El primer milenario del nacimiento de Avicena (según el calendario musulmán) lo celebraron
los persas, los árabes y los turcos, reclamándolo todos como suyo. Tras póstuma anexión, su
pueblo natal, próximo a Bujara, le valió ser declarado en la Unión Soviética héroe de la
cultura, con una ciudadanía retrospectiva
 que le otorgó la República Socialista Soviética de Uzbekistán.
 Aunque es menos frecuente la conmemoración de acontecimientos que se remontan, a la
historia antigua, en los que es difícil precisar lo que ocurrió y cómo ocurrió, en estos
años ha habido en el Medio Oriente un par de celebraciones de ese tipo que han revestido
especial significación en los países respectivos. Una de ellas en relación   con   la
heroica defensa y caída final de Masada, en la rebelión judía contra los romanos en el año
66; y otra, el vigésimo quinto centenario del reinado de Ciro el Grande y de la fundación
del Imperio persa, celebrada en Irán bajo los auspicios del propio sha.
 Una y otra celebraciones presentaron varios rasgos en común: ambas tuvieron un fondo
político-militar y no religioso como otras festividades en las que se conmemoran hechos de
la antigüedad y ambas gozaron del patrocinio oficial. Más aún, la conmemoración de Ciro se
debió a iniciativa directa del sha; y la de Masada, aunque no fue directamente propuesta
por las autoridades del Estado de Israel, éstas supieron aprovecharla y convertirla en
motivo de culto nacional. Así lo demuestra la reinhumación solemne, llevada a cabo con
máximos honores en un cementerio militar, de los huesos descubiertos en las ruinas de
Masada, y la recién adoptada costumbre, por las tropas de paracaidistas israelíes, de
prestar juramento de fidelidad ante las mencionadas ruinas con las palabras: "¡Masada no
volverá a caer!"   Ambas conmemoraciones lograron despertar el fervor nacional.
 Pese a que en una de ellas se recordó una victoria y la fundación de un Imperio, y en la
otra una derrota y la destrucción de un Estado, ambas coincidieron en exaltar la dedicación
y el heroísmo de inspiración nacionalista.
 Masada y Ciro constituyen evocaciones históricas que comparten, además, otras
características: ambas se refieren a acontecimientos olvidados, cuando no   enteramente
desconocidos, de sus   respectivos pueblos, y ambas fueron   rescatadas   gracias   a   la 
 existencia   de   fuentes   de   información externas. Nada se comenta de Masada en la
tradición rabínica. En su abundante literatura jamás aparece siquiera mencionado el nombre
y hasta su grafía en hebreo es incierta. La única fuente de información sobre la heroica
muerte de los defensores de Masada es la crónica de Flavio Josefo, un judío renegado que
escribió en griego y cuyos escritos no   se   consideran   dentro   del patrimonio  
cultural de la tradición judía.   De la obra de Josefo existe una versión hebrea que
alcanzó considerable difusión, debido a un judío italiano que vivió probablemente en el
siglo X. De esta adaptación se han realizado numerosas reimpresiones y ha sido traducida al
judeo -árabe, al judeo-español y, más de una vez, al yiddish. No obstante, las partes
dedicadas a Masada jamás habían despertado mayor interés.   Más insólito aún es que los
persas no sólo no contaran con documentación alguna acerca de Ciro el fundador de su
Imperio, sino que ni siquiera; guardaran memoria de su nombre. Las fuentes de información
acerca de
 este gobernante, que mereció ser llamado el Grande, eran básicamente judías y griegas y,
hasta hace muy poco, los persa sabían de la Biblia o de los historiadores griego menos aún
de lo que los judíos podrían haber sabido de Josefo.
Ha habido así mismo algunas semejanzas en cuanto a la forma y los procedimientos empleados
en el rescate de estos dos capítulos extraviados de la historia antigua, con gran similitud
de elemento: en uno y otro casos. En cuanto al aspecto arqueológico, cabe mencionar: por lo
que toca a Ciro, el descubrimiento e interpretación de un sello cilíndrico procedente de
Nínive y que actualmente si conserva en el Museo Británico de Londres, que es la única
pieza arqueológica directamente relacionada con su persona, y, algo mucho más imponente,
las ruinas de Persepolis, capital imperial de la antigua dinastía fundada por el propio
Ciro; y por lo que toca a Masada, las excavaciones practicada: en el lugar, y el doble
acierto del profesor Yigae Yadin de rescatar y difundir este señalado capítulo de la
historia judía.
Hasta la manera en que esta nueva información fue penetrando en la conciencia popular de
ambas naciones presenta ciertos rasgos paralelos. En un caso, empieza con la llamada
Jüdische Wissen-schajty despliegue de erudición debido al esfuerzo de algunos judíos
alemanes que acudieron a fuentes de información griegas y romanas —desconocidas de la
cultura judía tradicional— para aclarar el hasta entonces oscuro capítulo de las luchas  
del pueblo   judío contra la   dominación   romana.
 Los nuevos   datos se   difundieron   ampliamente   a   través de novelas románticas,
debidas a la inspiración de rabinos alemanes que solían escribirlas en sus ratos libres.
Las novelas fueron traducidas al hebreo y fue así como tuvieron gran repercusión entre los
lectores judíos de Europa oriental.
Pese al hecho de haber abordado una serie de temas relacionados con la dominación romana,
estos novelistas, al parecer, no se sintieron atraídos por el trágico destino de Masada.
Aun los historiadores no hacen más que limitarse a un breve comentario con base en los
escritos de Flavio Josefo. Los arqueólogos y viajeros cristianos que durante el siglo xix
se mostraron interesados por visitar el lugar de los hechos y que trataron de describirlo,
no hallaron eco entre los residentes o entre los visi¬tantes judíos ni lograron despertar
mayor interés en el medio intelectual judío.
Un paso decisivo en la reinstauración de Masada dentro de la conciencia judía fue acaso la
publicación, en 1927, de un poema de ese nombre, debido a la inspiración de Yitzjak Lamdan,
poeta hebreo que había logrado sobrevivir a la Revolución rusa y a la subsecuente guerra
civil, así como a las terribles matanzas de judíos en Ucrania que —hasta antes de Hitler —
habían parecido a los judíos el colmo del horror y del sufrimiento. Al llegar a Palestina,
Lamdan se aferró a la débil esperanza que representaba el pequeño núcleo judío allí
establecido, como un último baluarte de la causa judía. Se daba perfecta cuenta de los
peligros y dificultades que
amenazaban a esa comunidad y de las escasas probabilidades de sobrevivir en medio de un
mundo hostil. Sin embargo, tenía la certidumbre —y ésta es una idea que aparece
reiteradamente en sus poemas— de que tal era la única y última esperanza y que, en caso de
fracasar, no quedaría nada, absolutamente nada para los judíos. El drama de Masada, con el
que indudablemente se hallaba familiarizado a través de obras literarias y eruditas, le
brindaba un símbolo, el símbolo ideal. El poema está escrito en tono apocalíptico, lleno de
oscuros presagios   de   destrucción y muerte. Pero en medio de la fatalidad brilla un rayo
de esperanza, y el verso que dice "¡Masada no volverá a caer!" es un lema particularmente
emotivo en el Israel moderno. El poema tuvo un éxito sin precedentes y vio numerosas
ediciones.   El retorno de Ciro a la conciencia del pueblo persa se debió de igual modo a
obras eruditas, a la traducción al persa de obras occidentales, a los más antiguos
documentos escritos de la antigua Persia sobre cuestiones históricas del país y a una serie
de novelas de inspiración también histórica. La primera de ellas, cuyo protagonista es el
propio Ciro, fue publicada en 1919. Al principio, dichas novelas se basaron en fuentes
occidentales exclusivamente, y más tarde en la Biblia y en textos griegos.
Por último, tanto en un caso como en otro, el rescate y difusión de estos capítulos de la
historia antigua tienen una poderosa motivación ideológica. Ambos representan un nuevo
enfoque en el conocimiento propio y un nuevo esfuerzo
 por definir la propia identidad y aspiraciones; de ahí la necesidad de trascender y
superar el pasado heredado, tradicional y familiar que presenta una imagen distorsionada de
la realidad propia de cada pueblo y que tanto dirigentes como gobernantes se habían
esforzado en remplazar.
 Hay veces en que se cuenta con fuentes hasta entonces olvidadas o pasadas por alto y que
nos dan del pasado una nueva dimensión, una nueva antigüedad, tras el hallazgo logrado por
algún experto local o, las más de las veces, extranjero. Hay otras, en cambio, en que
dichas fuentes no están a la mano y deben descubrirse o producirse de algún modo, ya sea
recurriendo a la exhumación de restos, a la interpretación de inscripciones o, en última
instancia, a la invención.   Como se   recordará, "inventar" se deriva de un vocablo latino
que significa "hallar", y el "hallazgo de la Santa Cruz" lo conocen los cristianos por
inventio crucis, y con tal designación lo conmemoran. Es muy significativo que haya sido
precisamente Santa Elena quien, según   la   leyenda   cristiana,   descubriera   la  
Santa Cruz, pues se recordará así mismo que fue madre de Constantino, emperador que abriera
nuevos cauces históricos tanto para Roma como para la cristiandad al imprimir sobre el
Imperio romano un sello cristiano. Un futuro nuevo requería de un pasado diferente.
 Hay múltiples formas, de definir y de subdividir la historia; las formulaciones de interés
tradicional son el quién, el cuándo y el dónde; luego, en una era más compleja, lo que
interesa
es el tema —el qué y el cómo, y, para quien tiene ambiciones intelectuales, el porqué; en
cuanto a metodología, por el carácter de las fuentes y la forma en que se las aprovecha; en
cuanto a ideología, por su función y su propósito— más del historiador que de la historia,
y muchas más. La clasificación aquí adoptada, según se desprende de las observaciones
anteriores, es de tres tipos, como sigue:
 1. Historia recordada, que más que historia propiamente dicha consiste en una serie de
observaciones acerca del pasado en una gama que va desde el recuerdo personal de los
mayores hasta las tradiciones vivas de una civilización, contenidas en sus sagradas
escrituran, sus clásicos y su historiografía heredada. Puede definirse como la memoria
colectiva de una comunidad o de una nación. Aquello que sus gobernantes y dirigentes, sus
poetas y sabios han considerado más digno de recuerdo, trátese bien de un símbolo o de una
realidad.
 2. Historia rescatada, que se ocupa de acontecimientos, personas e ideas que han caído en
el olvido, es decir, que en determinado momento y por alguna razón quedó borrada de la
memoria de la comunidad y que, al cabo de un lapso más o menos prolongado, fue rescatada
por la erudición académica: el estudio de los archivos, las excavaciones en los
emplazamientos de antiguas ciudades y la interpretación de inscripciones consignadas en
lenguas ya desaparecidas y que revelan aspectos olvidados del pasado. Mas la
reconstrucción, al dar por sentada la cuestión fundamental, disimula lo que en rigor
debiera
 llamarse construcción. La palabra misma indica los peligros que entraña el procedimiento,
que muchas veces desemboca en el tercer tipo de historia.
 3. Historia inventada, que persigue una finalidad, un propósito nuevo y distinto de los
anteriores. Podrá ser inventada, ya sea en el sentido latino del vocablo o en su moderna
acepción, es decir, podrá ser una historia cuyas reconstrucciones e interpretaciones se
basen en aspectos recordados o rescatados de la historia, o en su defecto podrá ser
imaginada.
 La historia recordada, ya sea de uno u otro tipo, prevalece en todos los grupos humanos,
desde la tribu primitiva hasta el gran imperio, desde el culto tribal hasta la Iglesia
universal. Al entender del pueblo, dicha historia encarna la verdad poética y simbólica,
aun cuando haya inexactitud en los detalles; mas si pone en peligro la propia imagen, o si
el pasado recordado no encaja con ella, en ese momento se la desecha como falsa. Es
conmemorada en ceremonias y monumentos que en un principio fueron religiosos y más tarde
seculares, así como en los textos y ritos correspondientes: drama y espectáculo, canto y
recitación, crónica y biografía, balada y epopeya, y sus equivalentes modernos, así como en
celebraciones oficiales, fiestas populares y educación elemental.
 La historia recobrada es fruto del descubrimiento y la reevaluación del pasado por la
crítica erudita; tarea moderna y básicamente europea. Salvo contadas excepciones, la
historia del pasado remoto no interesó a los antiguos ; hasta el Renacimiento,
 la historia se ocupó casi siempre de acontecimientos recordados o contemporáneos, y en
buena parte conservó su carácter utilitario.
 En historia la invención no es algo nuevo sino práctica corriente que se remonta a la
antigüedad y que ha perseguido propósitos muy diversos. Es común a todos los grupos humanos
y va desde los primitivos mitos heroicos de las tribus nómadas hasta la historiografía
oficial soviética y el revisionismo norteamericano.
 Volviendo a los ejemplos que nos ocupan, Masada y Ciro, consideremos ahora los problemas
que suscitan estos nuevos capítulos en el estudio de la historia judía e islámico-persa
respectivamente.
 Tanto el interés del judío por la historia como su actitud hacia ella presentan fases
diversas. La primera corresponde al Antiguo Testamento, en el que la historia reviste
primordial importancia. Desde entonces hasta nuestros días,   la   esencia misma de la
identidad judía queda determinada por una serie   de   acontecimientos   históricos:   la  
vida   de Abraham y su marcha de Ur de los caldeos a Egipto, el éxodo de las tribus judías
desde Egipto, la revelación de la Ley en el monte Sinaí, el arribo a la tierra prometida y
las ulteriores andanzas del pueblo judío bajo el caudillaje de jueces y reyes. Tanto los
libros históricos como los no históricos del Antiguo Testamento   dejan   ver claramente el
propósito   religioso   de   la historia. "No   temas:   acuérdate   bien   de   lo   que  
Yahvéh, tu Dios, hizo con el faraón y con todo el Egipto, de las grandes pruebas que tus
ojos vieron,
 las señales y los prodigios, la mano fuerte y el tenso brazo con que Yahvé, tu Dios, te
sacó. Lo mismo hará Yahvé, tu Dios, con todos los pueblos a los que temes"   (Dt., vil,  
18-19). A mayor abundamiento, "Acuérdate de los días de antaño, consi¬dera los años de edad
en edad. Interroga a tu padre, que te cuente, a tus ancianos, que te hablen" (Dt., xxxii,
7). El salmo 105, casi en su totalidad, alude   a   consideraciones   históricas:  
"¡Buscad   a Yahvé y su fuerza, id tras su rostro sin descanso, recordad las maravillas que
él ha hecho, sus pro¬digios y los juicios de su boca! Raza de Abraham, su servidor, hijos
de Jacob, su elegido: él, Yahvé, es nuestro Dios, por toda la tierra sus juicios. Él se
acuerda por siempre de su alianza, palabra que impuso a mil generaciones, lo que pactó con
Abraham, el juramento que hizo a Isaac, y que puso a Jacob, como precepto, a Israel como
alianza eterna..."
 El Isaías de la restauración, tras el cautiverio babilónico —época de importantes cambios
políti¬cos y religiosos— exhorta de igual modo al estudio de la historia para estimular y
robustecer la propia . conciencia: "Prestadme oído, seguidores de lo jus¬to, los que
buscáis a Yahvé. Reparad en la peña de donde fuisteis tallados y en la cavidad de pozo de
donde fuisteis excavados. Reparad en Abraham, vuestro padre, y en Sara, que os dio a luz;
pues uno solo era cuando le llamé, pero le bendije y le multipliqué" (Is. LI, 1-2).
 Cronistas, salmistas y profetas han insistido por igual en estos temas, presentes en la
oración
 cotidiana y conmemorados en las festividades del año judío. La historia antigua de su
pueblo reviste para el judío capital importancia, y así será hasta la destrucción de Judá.
Hasta entonces, los principales acontecimientos aparecen registrados en los libros del
Antiguo Testamento. Es cierto que existen varias versiones, que revelan aspectos diferentes
del desarrollo de la historiografía entre los antiguos hebreos, así como puntos de vista
diferentes: tribal, real, sacerdotal y profético. Mas todos ellos coinciden en la gran
importancia que tiene el estar al tanto de "la peña de donde fuisteis tallados y en la
cavidad de pozo de donde fuisteis excavados". Si bien la ubicación de la cavidad de pozo y
la naturaleza de la peña se han constituido en motivo de controversia.
 La época del segundo templo trae aparejado un rotundo cambio de actitud, que se manifiesta
de diversas maneras.   En   el   Antiguo   Testamento   se asienta la restauración del
pueblo judío en tierras de Israel, tras el cautiverio babilónico, así como la construcción
del nuevo templo; mas a partir de ese momento, bien   poco   se   alude   a  
acontecimientos históricos. Ya no figuran las maniobras políticas y militares tan
frecuentes en el periodo anterior y sólo se mencionan dos festividades históricas de menor
importancia: Purim y Hanuca. De éstas, únicamen¬te la primera fue digna de mención en el
Antiguo Testamento, y se dice que, con algunos titubeos y vacilación se la incluyó en el
canon.   A la segunda no se le menciona en absoluto.
Purim
 constituye un nuevo tipo de festividad, de carácter casi medieval y la primera de la
diáspora. Está vinculada con las minorías judías que viven en el exilio bajo leyes que les
son ajenas, a merced de un monarca bondadoso o de un consejero inhumano, y al amparo de lo
que llegaría a ser más tarde una forma clásica de intercesión a cargo de hombres y mujeres
de cierta influencia en la corte; lo que en la tradición judía se denomina ShtadlamU,
combinación de súplica, intercesión, persuasión, estímulo y buenos oficios de aquellos cuya
posición les permite ayudar a su gente de esa manera. El libro de Ester puede considerarse
como una prueba del Shtadlanut, de una tradición que se desarrolla desde Ester y Mardoqueo
en la corte de Susa, a través de Maimónides en la corte del sultanato de El Cairo, hasta
los cabilderos judíos en el Washington de nuestros días.
 La festividad de Hanuca no cuenta con el apoyo del canon, ni siquiera con una megilla
(rollo) como el libro de Ester, aunque en fecha reciente se intentó infructuosamente dar
esa categoría a una breve relación hebrea de las victorias de los macabeos. Hoy día se ha
puesto en boga celebrar la festividad de Hanuca como conmemoración de una gran victoria
política y militar de los judíos; una lucha triunfal contra la dominación extranjera y por
la independencia, y se ha vuelto una costumbre en las embajadas de Israel que sea el
agregado militar quien organice los festejos. Nunca había sido ésa la interpretación
tradicional del significado de Hanuca. Los rabinos, al parecer,
 han hecho un esfuerzo consciente por despojar a esta festividad de todo carácter político
y militar, insistiendo en su aspecto estrictamente religioso, que es el milagro de las
luces, y sin prestar mayor atención a los macabeos y sus triunfos militares.
 Podría hablarse incluso de una desautorización sistemática de los macabeos y de sus
descendientes, los asmoneos, por parte de los rabinos. Durante el reinado de los asmoneos
se escribieron libros de historia que, significativamente, no fueron conservados por los
judíos. De esos libros existen traducciones al griego, debido a que los macabeos fueron
considerados retrospectivamente por la Iglesia cristiana como héroes y santos. Los libros
de los macabeos, considerados apócrifos por el canon judío, son sin embargo aceptados como
libros canónicos por los católicos. Los originales hebreos o arameos se perdieron y la
tradición judía desconocía las traducciones apócrifas al griego. El interés de la
literatura rabínica no es la historia propiamente dicha, antes más bien expresa por ella
cierto recelo. Las referencias a la historia de la época son pocas y, en general, muy
pobres en cuanto a información.
 No es necesario ir muy lejos para dar con la explicación. Uno de los propósitos básicos de
la historiografía es el de ofrecer garantías de autoridad y, dentro del judaísmo, ésta
había pasado a los rabinos de manos de monarcas y sacerdotes, precisamente los asmoneos,
cuyos últimos reyes habían traicionado la fe judaica en favor, nada menos, que de la
civilización
helénica, contra la cual habían luchado Judas Macabeo y sus hermanos. Es muy significativo
que de las dos grandes colecciones de escritos rabínicos, la de Jerusalén y la de
Babilonia, se haya considerado como la más respetable y autorizada la de Babilonia, o sea,
la que se v desarrolló bajo la jurisdicción de los persas y no de los judíos.
 Cabe señalar otra cuestión importante. Los rabinos eran custodios de la tradición oral y
defendían su autoridad en este renglón. Para ellos, pues, un enfoque histórico de las
escrituras resultaba peligroso, puesto que un análisis crítico acerca de las fuentes de la
tradición oral y una exposición de su desarrollo podría poner en tela de juicio su
autoridad o inclusive socavarla considerablemente.
 A raíz de la destrucción del templo y del Estado judíos, se insertó una nueva fase que
permitió en   cierta forma aclarar todos estos puntos. La competencia con monarcas y
sacerdotes había llegado a su fin y los rabinos quedaban como dueños indiscutibles de la
situación;   institucionalizada su   autoridad a través del patriarcado de Palestina, luego
con el   gaonato de Babilonia   y finalmente   con sus sucesores en otras partes. El
interés rabínico por la historiografía era mínimo y su preocupación básica era la de
afirmar la legitimidad de la tradición y la de sus exponentes más autorizados. El
planteamiento histórico se ilustra   con   relatos   en torno a la revelación oral de la
ley de Moisés en el Sinaí, contemporáneamente con la ley escrita y con no menos autoridad,
así como por otras
 muchas tradiciones orales como se observa, por ejemplo, en Pirque Abhóth. "Moisés recibió
la Torá en el Sinaí y se la trasmitió a Josué, Josué a los ancianos, y los ancianos a los
profetas, y los profetas a los hombres de la gran sinagoga. Estos últimos solían decir tres
cosas: sed pacientes en la administración de la justicia, formad a muchos discípulos y
alzad una cerca en torno a la Torá" (Mishna, I, 1). Palabras que comprendían la misión y
autoridad de "los hombres de la gran sinagoga" y de sus sucesores. Como puede verse, no hay
alusión alguna a reyes   y sacerdotes.
 Como ocurre con frecuencia, en la memoria colectiva quedó bien grabado un dramático
episodio al que revistió de gran significación simbólica. La literatura talmúdica, en la
que ciertamente no abundan los comentarios históricos, nos ofrece no menos de cinco
versiones completas —aparte de otras muchas alusiones— de la historia de cómo el rabino
Yojanán ben Zakai, escapando de la ciudad de Jerusalén, sitiada y condenada sin remedio,
logró llegar hasta el campamento de Vespasiano, y haciéndose oír del caudillo romano obtuvo
la merced de fundar una escuela rabínica en la aldea costera de Yavne que, a partir de
entonces, se con¬virtió en el centro del patriarcado rabínico. Según algunas versiones,
Yojanán ben Zakai logró burlar la vigilancia de los esbirros fingiéndose muerto tras una
supuesta grave enfermedad. Sus fieles discípulos pudieron entonces trasponer los muros de
la ciudad llevándolo en un ataúd, y so pretexto de ir a sepultarlo, lo pusieron
 en camino al campa¬mento romano.   Los historiadores profesionales han querido ver en este
ardid el triunfo del espíritu " sobre la espada, de Jerusalén sobre Roma, y de la ley de
Dios sobre el poder del mundo. Más concretamente, se ha visto en las personas del rabí
Yojanán, de sus discípulos y seguidores, a los custodios de la identidad judía y a los
garantes de su supervivencia, en un momento de prueba que los despojaba del Estado, el
templo, la ciudad y la tierra que hasta entonces los había mantenido en su seno. Algunos
críticos modernos, más apartados de los valores   religiosos, descubren   una   amarga
idoneidad en la supervivencia   del   rabí Yojanán disfrazado de cadáver. Otros, han
advertido a los judíos que, de quien iba en ese ataúd y de quienes lo cargaban —hablando en
sentido figurado— es de quienes   descienden   todos,   y no   de   los heroicos defensores
de Masada, que no tienen descendencia.   Sólo un hecho de armas mereció la atención de la  
literatura   rabínica:   la   fracasada   sublevación de Simón Barcochba [Simón
Barcoquebas] contra los romanos en los años 132-135. Con pruebas no muy convincentes se
dice que Barcochba contaba con el apoyo de Akiba, uno de los más grandes rabinos, así como
con el de muchos otros rabinos y eruditos. Diez de ellos, entre quienes figuraba el propio
Akiba, fueron torturados y sacrificados por los romanos, y la tradición rabínica los venera
como mártires. Al propio Barcochba no se le trata con mayor miramiento y hay pasajes en los
que no se le baja un punto de mentiroso
 e impostor. No contó con un Josefo y sabemos de él únicamente a través de fuentes externas
y alusiones rabínicas, monedas y otros testimonios.
 La literatura historiográfica judía correspondiente a la Edad Media es pobre e inconexa.
En ese sentido, presenta un marcado contraste con los escritos judíos anteriores, con los
escritos históricos no judíos —cristianos o, sobre todo, islámicos— de esa época, e incluso
con la propia literatura judía contemporánea de carácter no histórico. Por lo que toca a la
historia, el nivel de los judíos es mucho más bajo que el de las sociedades circunvecinas o
que el nivel alcanzado por los propios judíos en otras esferas.
 Los escritos históricos judíos son básicamente de dos tipos, o tres a lo sumo, y todos
ellos funcionales. El primero es de tipo martirologio, registro de matanzas y
persecuciones, que conlleva el propósito de hacer más pertinaz la resistencia de los
sobrevivientes. El segundo tipo corresponde a la historia erudita, que habla de la sucesión
de rabinos y de la filiación de maestros y discípulos. El propósito que persigue es
obviamente la legitimación de la autoridad de los rabinos, particularmente contra
samaritanos, caraítas y otros objetores. El mejor ejemplo es el Séjer hahabalah, de Abraham
íbn Daud (escrito en 1160-1161), que establece la cadena de sucesión desde la antigüedad a
través de los patriarcas de Palestina, los gaonirn [plural de gaon] de Babilonia, y por
último las ramas que llevaron la tradición judía a Egipto, al norte de África y a España.

Un tercer tipo, que sólo en parte puede considerarse historiográfico, es la literatura de
predicción: los escritos apocalípticos que hablan del pasado con proyección al futuro y que
insisten en predecir el advenimiento del Mesías. Los ejemplos abundan en el Antiguo y en el
Nuevo Testamentos, así como en los midrashim [comentarios de la Biblia] y otros escritos.
 ¿Por qué? ¿A qué puede atribuirse esta inconsistencia del historiador judío durante la
Edad Media, ya sea en comparación con sus predecesores judíos, o con sus contemporáneos no
judíos, o con sus contemporáneos judíos entregados a otros campos del saber?
 Una razón es la falta de enfoque. Tanto en la Antigüedad   como en el Medievo la historia 
 exigía un determinado enfoque, ya fuese hacia un país, un Estado, una dinastía, o incluso
tal vez hacia una institución, pero no hacia una idea o hacia un tema. Los historiadores
judíos   no   contaban   con un foco definido. De ahí que tampoco hubiera patrocinadores  
o gente capaz de encargar y pagar obras históricas —los historiadores también tienen que
vivir—. Lo más importante era la ausencia de una necesidad real. Los puntos vitales de la
historia religiosa del pueblo judío estaban ya debidamente determinados en las escrituras,
la liturgia y el calendario. Las necesidades subsecuentes eran mínimas y quedaban cubiertas
con martirologios y sucesiones rabínicas.
 La pobreza de la historiografía judía se debe no sólo a un descuido, sino a un verdadero
rechazo. El gran teólogo, filósofo y jurista Maimónides predispuso
 a sus lectores judíos en contra de "los libros que los árabes que refieren acontecimientos
históricos y hablan del gobierno de los reyes y de la genealogía árabe, o los libros de
cánticos y obras similares, que ni encierran sabiduría ni benefician al cuerpo, y que son
mera pérdida de tiempo".   Y a propósito, el propio Maimónides relaciona con frecuencia sus
escritos religiosos y legales con aspectos históricos del Antiguo Testamento, pero rarísima
vez alude a los macabeos o a las épocas siguientes. En este renglón su información es
fragmentaria y, al parecer, se deriva exclusivamente de fuentes rabínicas.
 El rechazo de Maimónides a la historia ilustra una postura bastante común entre los
eruditos judíos de la Edad Media. En ese sentido hay también una similitud sorprendente
entre la actitud de los judíos y la de los chutas musulmanes. Para los mahometanos sunnitas
la historia reviste una importancia y una   trascendencia   de primer orden.   El punto de
partida de su fe es un   acontecimiento histórico: la misión del Profeta. Las
circunstancias y el significado de la revelación podían darse a conocer entre las futuras
generaciones sólo a través de la memoria y de la consignación por escrito, es decir, por la
obra de preservación y trasmisión llevada a cabo por los primeros historiadores del Islam.
La Sunna, equivalente musulmán de la tra¬dición   oral judaica,   es   de   carácter  
esencialmente histórico.   Según   la   doctrina   musulmana,   tras la muerte del Profeta
la orientación divina pasó a la comunidad musulmana
 en su conjunto y al consen¬so general; es decir, los precedentes sentados por sus
dirigentes y maestros son en sí mismos   una revelación de la voluntad de Dios en la
tierra. Desde el punto de vista musulmán, Dios no permitiría que su   comunidad   cayera  
en   el pecado.   Por   lo tanto, lo aceptado por la comunidad   en su   conjunto sería lo
correcto, y su actuación expresaría los designios divinos. La Sunna del Islam —el consenso
de la comunidad— se expresa en la tradición, y el estudio de la tradición —fundamento   de
la teología y de la legislación musulmanas— es, en su método,   esencialmente histórico.  
Visto   así,   el estudio de la historia desempeña un papel dé primer orden en la más
importante do todas las tareas: la preparación, en esta vida, para la siguiente.   La
opinión chiíta es diametralmente opuesta. Tras el asesinato de Ali, quien para los chiítas
era el único califa legítimo después del Profeta, todos los demás se constituían por
consiguiente en usurpadores, y la historia tomaba así un cauce equivocado. La comunidad
musulmana estaba, por así decirlo, viviendo en pecado, en algo así como un equivalente
islámico del Galut judío, o incluso de la Shekhina en Galut, o sea, la Divina Presencia en
Exilio. Para el chiíta, los actos de los usurpadores y las promulgaciones de los juristas
heréticos carecen de validez y significación. El resultado natural es que la historiografía
chiíta es pobre en comparación con la sunnita y, por otra parte, sus recelos son muy
similares a los de los judíos: las tribulaciones
 de los mártires chiítas, las cadenas de sucesión de sus dirigentes religiosos, los imanes
(imams), junto con las señales y prodigios de la llegada de Mahdl, figura mesiánica que
para ellos —como en el caso de los judíos— hará volver la historia a su cauce verdadero y
restablecerá la vo¬luntad de Dios sobre la tierra.
Sin embargo, no puede hablarse de una falta absoluta de curiosidad o de interés por la
historia entre los judíos durante la Edad Media. Abraham ibn Daud se preocupó por ubicar la
historia1 judía dentro del marco de la historia general, en un in¬terés semejante al que
demostraron los primeros historiadores cristianos por relacionar las cronologías bíblica y
clásica. La popularidad   del   Yosiphon —la única obra judía genuinamente histórica de la
Edad Media— es una prueba de dicho interés.   Mas   la   historiografía judía   propiamente
  tal comienza   en   el Renacimiento,   con   el nuevo humanismo, el renovado interés de
saber, y el nuevo tipo de relaciones con el medio exterior que dio lugar a que se filtraran
en el ghetto ciertas influencias que afectaron la vida y el saber judíos. Figu¬ras   tan  
destacadas   como   José   Ha-Cohen   (1495-1575) y Samuel Usque (muerto después de 1553),
ni igual que sus predecesores medievales, escribieron martirologios, pero con un
planteamiento diferente   y   con   nuevos   conceptos.     José   Ha-Cohen también abordó
temas de historia general y escribió una crónica de reyes de los turcos y de los francos.  
Las historias veneciana   y   turca   copiaron así mismo la
atención del historiador —o, mejor dicho, escritor de chismes— judío cretense Eli-yahu
Kapsali, nacido hacia 1490 y muerto en 1555.   Sin embargo, éstos se mantuvieron crédulos y
primitivos en comparación con los historiadores renacentistas cristianos, y está
perfectamente claro que no fueron producto de ninguna gran tradición historiográfica.
 Una nueva etapa se originó con los escritos del judío italiano Assaria dei Rossi (1514-
1577),   quien fue el primero en aplicar el enfoque crítico y el método europeo a los
estudios judíos, y en ocuparse de la historia antigua y medieval judía recurriendo a
fuentes de información externas y al análisis erudito, así como a las escrituras judías y a
la tradición rabínica. Razón por la cual fue muy censurado por los rabinos, quienes vieron
en su nuevo planteamiento un peligro para la fe, o al menos una amenaza a la posición que
ellos ocupaban. La misma actitud prevaleció a lo largo del gran desarrollo subsecuente que
tuvo lugar en el siglo XIX, y puede decirse que aún prevalece en nuestros días cuando, por
ejemplo, Haim Chernovitz   docto escritor norteamericano, publicó bajo el seudónimo de Rav
Tsa'ir una historia del Shulhan Arukh y de la Halakha —la ley rabínica—, su osadía le valió
muy duras censuras por parte de algunos rabinos que consideraban que la sola idea de
escribir una historia de la Halakha —es decir, el hecho de admitir una posibilidad de
cambio y desarrollo, o lo que es peor, la posibi¬lidad de crítica— ya era en sí misma
peligrosa y no muy digna de confianza.
 Pese
 a este tipo de obstáculos, el afán de saber no menguó entre los judíos, especialmente en
Alemania en el siglo XIX, y ya para entonces quienes se entregaban a la investigación eran
hombres de muy sólido prestigio. Fruto importante de esa labor fue el hecho de haber
rescatado para el lector judío la historia del segundo templo —de los macabeos y de la
monarquía asmonea, así como de las luchas judías en contra de la dominación romana y los
acontecimientos de los primeros siglos del cristianismo—. Hechos, todos ellos, rescatados a
través de fuentes no judías o relatados en lenguas no judías y que, por lo mismo, eran
desconocidos de los eruditos de formación tradicional y de sus seguidores. Los nuevos
letrados eran en su mayoría rabinos y judíos devotos, pero además eran europeos del siglo
xix, principalmente alemanes, a quienes interesaban en particular los asuntos políticos y
militares, desde el momento en que entendían la historia como una disciplina vinculada
especialmente con el Estado y con la actuación de los gobernantes. Jost, Herzfeld y Graetz
en Alemania, y Derenbourg en Francia, lograron pro¬gresos considerables en este campo, y
hallaron eco asimismo en la incipiente historiografía finisecular hebrea, en los escritos
de eruditos como Isaac Halevi y Wolf Yavctz, que marcan la transición del saber tradicional
al erudito y cuya influencia tuvo notable repercusión en la nueva generación de
intelectuales judíos de Europa oriental.
Esta reconsideración de actitudes respecto a de¬terminadas épocas del pasado
 judío se realizó no sólo a través de obras eruditas sino también de la novela y, en
particular, de toda una escuela de narrativa histórico romántica. En su mayor parte las
novelas eran alemanas, aunque había también algunas en inglés, pero su gran difusión en
Euro¬pa oriental se produjo cuando fueron traducidas al hebreo.   The   Vule'of Ccdars,  
de   Gracc Aguilar; Alroy,   de   Disraeli;   Daniel Deronda,   de   George Eliot, todas
tuvieron su secuela, como fue también el caso con algunos novelistas rabínicos alemanes,
entre los que cabe mencionar a Markus Lehmann, Moses   Wassermann   y   Ludwig  
Philippson,   entre otros. Particular alcance tuvo la obra de Hermann Reckendorf, adaptada
al hebreo con el título de Zi-khronot le-Bait David   (Recuerdos   de   la   Casa   de
David), y que tuvo gran repercusión entre los lec¬tores judíos de Europa oriental.
Al principio, estas obras conservaban un enfoque rabínico. Sus protagonistas eran Ben Zakai
y la gente de Yavne, no los defensores de Masada; y Akiba, no Bar-cochba [Barcoquebas].
Pero a raíz de la aparición del sionismo y, sobre todo, del des¬arrollo del Yishuv "y del
establecimiento del Estado judío de Israel, fue operándose un cambio gradual. (Todo ello
dio lugar a una búsqueda cada vez más afanosa de las propias raíces, con la idea de
afianzar la identidad nacional y rehacer el marco histórico que, dentro de un territorio,
definiera al Estado de Israel como nación. En menor grado, también, a la búsqueda de héroes
militares y, sobre todo, de una continuidad política
 nacional y territorial que llenara el hueco de la diáspora y reintegrara al Estado la
cadena de sucesión rabínica que había conservado desde el fin de la dinastía herodiana.(La
fiebre nacional por la arqueología en el Israel   de hoy   es   asimismo   clara muestra de
la urgente necesidad de encontrar raíces, literalmente, en el suelo.
 El destierro del pueblo judío tras la destrucción del templo y del Estado transformó la
propia imagen del judío y su reflejo en la historiografía. Mas la continuidad se preservó
tanto en la lengua y la escritura como en el recuerdo y la conmemoración. Los rabinos
fueron no sólo los suplantadores sino también los custodios y herederos de la antigua
tradición a la que adscribieron su propia legitimidad. En Persia y otros países del Medio
Oriente la situación era muy distinta. En esos pueblos, la conquista y conversión al Islam
significó un cambio   radical que   truncó la   continuidad   histórica. La conquista
musulmana implicó la adopción de una nueva religión y, por consiguiente, los cambios
producidos fueron mucho más profundos que en el cristianismo, por ejemplo. El triunfo del
cristianismo   sobre   el   Imperio   romano   no   fue   una conquista sino una
conversión, de suerte que se pre¬servaron el derecho y el Estado romanos y se aprovechó el
patrimonio cultural de griegos y latinos. El Islam, en cambio, imponía un tipo de
organización social, el califato; un idioma, el árabe; y una sagrada escritura, el Corán
(Qur'án). Los antiguos estados quedaban destruidos y sus lenguas y escrituras
 olvidadas. Mas la ruptura con el pasado no fue tan radical como se pensó alguna vez o como
suponían los musulmanes, pues gran parte de las costumbres preislámicas prevalecieron,
aunque con atuendo islámico. El Islam, por supuesto, no pasó por alto la cultura de la
antigüedad preislámica, pero se limitó a tomar de ella únicamente lo que juzgó ser
conocimiento práctico, útil para el bienestar del cuerpo en esta vida y del alma en la
siguiente: filosofía, medicina, matemáticas y demás. Desde el punto de vista musulmán, el
pasado no ofrecía mayores ventajas, de ahí la falta casi absoluta de epopeyas y obras de
historia. No habría, pues, continuidad alguna en la definición de la propia imagen o en la
memoria colectiva de la comunidad islámica del Medio Oriente . Para el musulmán, lo que
constituye su comunidad es el Islam; su historia es la del Profeta, la de los califas y la
de sus sucesores; sus héroes son quienes llevaron a cabo las guerras santas del Islam,
independientemente de que los vencidos pudiesen haber sido sus propios antepasados, paganos
o cristianos. La historia trascendente principia con el advenimiento del Islam, y la
historia preíslámica se limita a sólo dos aspectos: el primero, y con mucho el más
importante, es el contenido en el Corán y en la tradición, con elementos bíblicos y de la
historia antigua árabe; el segundo comprende los recuerdos del periodo inmediato anterior
en Arabia y Persia, principalmente. Lo demás no se toma en cuenta. Hasta cierto punto, la
historia árabe recuerda a los
 sasánidas, la dinastía persa derrocada por los conquistadores árabes. La historia anterior
a este periodo había caído totalmente en el olvido: los aqueménidas y los partos de Persia,
los asirlos y babilonios de Irak, los árameos y los fenicios de Siria y Líbano; incluso se
desconocía a los faraones de Egipto. Sus inscripciones aparecían en una lengua muerta y en
una escritura desconocida; sus grandiosos monumentos abandonados, cuando no deliberadamente
mutilados, sus mismos nombres olvidados, salvo por lo que toca al faraón del Éxodo, que
figura en el Corán como el malvado de una narración en la que el héroe es Moisés . La
reconstrucción de la historia antigua fue una obra que se realizó en los siglos xix y XX,
principalmente. Ya en el umbral del siglo xix, lo único que el mundo sabía de la historia
del Medio Oriente era lo que aparecía consignado en griego y en hebreo por los dos únicos
pueblos del Medio Oriente que lograron conservar la continuidad de su propia identidad, y
la capacidad de interpretar sus antiguas escrituras. Esta historia, parte integral de su  
memoria   colectiva,   logró   difundirse entre   los cristianos a través de los clásicos y
de las sagradas escrituras, mas no así entre los musulmanes, quienes no leían la Biblia ni
los clásicos.' El nombre de Ciro era bien conocido en la Europa medieval y figura aún en
leyendas de lugares tan apartados como Islandia. Mas no así en el Islam, y ni siquiera en
Persia, donde el pasado preislámico fue literalmente enterrado. La reconstrucción estuvo
por mucho
 tiempo a cargo de eruditos europeos y más tarde intervinieron también rusos y
norteamericanos. Los musulmanes del Medio Oriente la fueron aceptando poco a poco.
 El proceso de reconstrucción se originó en Egipto con la interpretación de la Piedra de
Rosetta y después la de otros textos egipcios, lo que significó el rescate de varios
milenios de historia antigua. El hecho coincidió con otros dos procesos de evolución muy
importantes. Uno, el desarrollo   de la educación   occidental que facilitó   el acceso   a
las fuentes occidentales de información y que propició una mayor apertura hacia
determinados conceptos, como   el de identidad nacional. Todo ello permitió a los egipcios
identificar su realidad con el concepto occidental de nación, tanto desde el punto de vista
étnico como territorial, y considerarse a sí mismos, por vez primera, como una entidad
nacional   independientemente de su conversión a otras religiones, primero al cristianismo
y más tarde al Islam. La segunda circunstancia favorable fue el surgimiento en Egipto de
una dinastía autónoma y local, la de los jedives, con anhelos separatistas y, por
consiguiente, interesada en definir a Egipto como una entidad política e histórica; o sea,
como una nación en el sentido europeo de la palabra y, por lo mismo, acorde con la opinión
general, autorizada a expresar una nacionalidad dentro de un Estado.
 El primero que escribió en árabe la historia del Egipto faraónico fue el jeque Riffa'á
al-Tahtavi, graduado de al-Azhar, quien pasó algunos años en París y quien,
 en 1868, publicó una historia de Egipto que abarcaba el periodo antiguo, el faraónico, los
ptolomeos, los romanos y los bizantinos, y terminaba con la conquista árabe, la cual para
la historia musulmana tradicional había sido hasta entonces el punto de partida. Esta obra
fue la primera en su tipo y marcó un momento decisivo tanto para la significación de la
historia egipcia como para el despertar de la conciencia nacional.   A partir de entonces,
con el progreso de la arqueólogía, una serie de nuevos hallazgos y la interpretación de
muchas otras inscripciones, el Egipto faraónico proyectaba hacia el pasado una perspectiva
cada vez más alejada que, por otra parte, acrecentaba en la psique del egipcio una tensión
entre su personalidad árabe islámica y su conciencia de egipcio propiamente tal, cada cual
con una identidad, una memoria y un pasado diferentes. Tensión que ya se percibe en la
versión alcoránica del Éxodo, que presenta al faraón como opresor y a los hijos de Israel
(Banü Isrá'il), guiados por el profeta Moisés (Musa), como los héroes del relato, y más que
héroes, como los favorecidos de Dios y sus depositarios en la tierra. Tensión que hoy por
hoy se acentúa todavía más, cuando los herederos ___ de los faraones se encuentran en
guerra contra los herederos de Banü Isrá'll. Una escritora egipcia que usa el seudónimo de
Bint al-Sháti' -hija de las riberas   (del Nilo)-llegó al extremo de publicar un artículo
en vísperas de la Guerra de Seis Días en el que insinuaba que el Corán se equivocaba y que
el faraón,
 después de todo, estaba en lo correcto. Hasta el mismo Nabucodonosor le pareció digno de
elogio.   En otros países árabes la reacción producida por el rescate del pasado histórico
se produjo más lentamente y, en términos generales, con menor significación política que en
Egipto. Los iraquíes mostraron cierto interés por Asiría y Babilonia, mas no se
identificaron al extremo que lo hicieron los egipcios con los faraones. En Líbano, los
maronitas reconocieron ciertos vínculos con los fenicios, hecho que les valió ser
denunciados por los musulmanes como fuerza antiárabe o antipanárabe. En Siria se presentó
una situación parecida, cuando una organización denominada Partido Popular Sirio propuso un
plan nacionalista diferente del árabe, tras haber querido reconocer en los antiguos árameos
sus propias raíces nacionales. Hoy día en Siria, a consecuencia de esto, el solo hecho de
mostrar cierto interés por la lectura aramea resulta peligroso, pues sería uno identificado
como simpatizante del proscrito Partido Popular Sirio.
 La euforia del panarabismo halló una solución al problema en la naturalización póstuma y
retroactiva de todos los antiguos pueblos semíticos, a excepción de uno solo: el hebreo. La
medida perseguía varios propósitos. En primer lugar, apuntalar la identidad árabe de esos
países y combatir cualquier tendencia peligrosa hacía lo que peyorativamente se designó
como "faraonismo" de los egipcios o sus equivalentes en cualquier otro sitio. En segundo
lugar, extendía en milenios la historia del arabismo
 e incrementaba más que considerablemente las contribuciones arábigas a la humanidad,
reclamando como suyos los logros de todos,o de casi todos, los pueblos semíticos del
antiguo Oriente. En tercer lugar, hizo remontar a fechas de gran antigüedad los derechos
territoriales árabes   en Medio   Oriente,   y en   particular   identificando a los
canaanitas como   árabes, se hallaban en la posibilidad de reclamar títulos en Palestina,
anteriores a la primera colonización israelita. Una ventaja adicional era extender los
alcances del arabismo en el norte de África mediante la adopción de los cartagineses.
Puesto que, según esta doctrina, los antiguos pueblos semitas -aparte de los israelitas que
aún viven y que por lo mismo se hallan excluidos-eran todos árabes. La gran expansión  
islámica que tuvo lugar durante los   siglos vil y vin no tuvo carácter de conquista sino
de liberación, y de hecho es así como, se la presenta en los textos escolares: la
liberación árabe de los imperialismos persa, bizantino y demás.
A últimas fechas, junto con el ocaso del panarabismo, se ha observado alguna reacción
contraria. En Egipto se ha despertado un vivo interés por lo propiamente egipcio, como algo
distinto de la identidad árabe, e incluso en los países de la antigua región agrícola que
se extendía al noreste del Nilo hasta el Tigris y al sureste hasta el golfo Pérsico y en el
norte de África, se habla cada vez con mayor insistencia de los fenicios, árameos,
cartagineses y demás pueblos. Mucho de esto, empero, se hace subrepticiamente
 y más con carácter cultural que abiertamente político, pues aunque el panarabismo se halla
en plena. decadencia, sigue siendo la única ideología que puede confesarse públicamente sin
riesgo alguno. La única resistencia abierta proviene de un grupo de poetas que se designan
a sí mismos con el significativo nombre de al-Rafidun, los opositores, y cuyos versos
revelan un deseo de remontarse más allá de la conquista árabe y buscar sus raíces en un
pasado más lejano.
En esto muestran un estrecho paralelismo con los llamados "canaanitas" del Israel moderno y
su predecesor, el poeta Saúl Chernijovsky, quien volvió anhelante la mirada en busca de un
pasado secular pagano con que identificar a la nación judía antes de la aparición del
judaismo histórico.   En Turquía el problema lo constituían no dos, sino tres pasados
diferentes. El más reciente y familiar era el otomano islámico, basado en la historia del
Imperio otomano y de sus predecesores inmediatos, los Imperios del Islam medieval. Hasta
ahí llegaba el recuerdo colectivo del pueblo otomano turco, inculcado en textos escolares,
poemas, obras literarias y su propia conciencia. La historia de Turquía rescatada durante
los siglos XIX y XX apuntaba en dos sentidos diferentes. Por una parte,   estaba la
historia de la región antes de la llegada de los turcos: los pueblos y civilizaciones de
Anatolia cuya antigüedad se remontaba hasta la época de los hititas, aunque excluyendo por
supuesto a los armenios y a los griegos quienes junto con los judíos, por el lamentable
 hecho de constituir pueblos aún vivientes, no tuvieron el privilegio de ser contados entre
los antepasados gloriosos. Por otra, estaba la historia de los turcos antes de su llegada a
Turquía, lo cual abrió un vasto panorama a los estudios centroasiáticos en relación con la
historia antigua del pueblo turco. Sus equivalentes en el campo de la política eran, por
una parte, el sentido patriótico de lealtad al país, y por otra, el panturquismo, doctrina
nacionalista que establecía una identidad común para todos los pueblos de habla turca.
Entre los árabes, más que el patriotismo de tipo local ha dominado el panarabismo, aunque
su influencia ha empezado a menguar. En Turquía, en cambio, Kemal Atatürk optó
conscientemente por el patriotismo y rechazó el panturquismo. Este punto queda aclarado en
una cláusula del programa del Partido Republicano del Pueblo adoptado en 1935, en la cual
se ilustra gráficamente la relación entre identidad política e historiografía: "La patria
es la tierra sagrada comprendida dentro de nuestras actuales fronteras políticas, donde
vive la nación turca, con su ilustre y antigua historia y con sus glorias pasadas vivas aún
en las profundidades de su suelo."
 También en Irán se efectuaron importantes hallazgos arqueológicos y se descifraron
inscripciones como en Egipto, aunque estos descubrimientos llegaron a los iraníes con mayor
retraso. No era, como en el caso de los pueblos de habla árabe, que los iraníes hubiesen  
perdido   su   identidad dentro del Islam arábigo; al contrario, entre los pueblos
 conquistados   durante   la   primera   expansión   islámica, ellos fueron los únicos que
lograron conservarla. Los persas abrazaron el Islam y adoptaron la escritura arábiga, mas
no así el idioma. Preservaron   su propia lengua y   una   arraigada   identidad, si no de
tipo político al menos cultural. Cuando un siglo o dos después de la conquista árabe los
persas trataron de revivir su tradición historio-gráfica nacional, descubrieron que no
había mucho que hacer. Apenas quedaba un borroso recuerdo de los sasánidas, mas de sus
predecesores ya ni el recuerdo. Los persas tuvieron que acudir entonces a la mitología,
base de la gran epopeya nacional de Ferdusi, a la Sháhncima, y a toda la historiografía
musulmana,   desde el   antiguo   Irán   hasta nuestros días. Paradójicamente, la memoria
colectiva retuvo sólo dos nombres históricos de la antigüedad y olvidó por completo los de
Ciro, Jerjes y Artajerjes. El nombre de Darío lo recordaba, aunque de un modo muy vago y
confuso, ya que habían sido tres los monarcas   de   ese nombre.   Mucho más famoso era, en
cambio, Alejandro, quien con el nombre de Iskandar se convirtió en el protagonista de un
poema heroico persa. Como a menudo sucede, el conquistador acaba por convertirse en héroe
nacional del pueblo conquistado, y es así como Alejandro se presenta en el mito como el
príncipe persa que llega a reclamar lo suyo.   Se observa aquí un paralelismo evidente con
la argumentación presentada en Inglaterra por los historiadores-abogados del siglo xvii,
que rehusaron ver en la conquista
 normanda una derrota o una discontinuidad y que, en cambio, insistían en que Guillermo el
Conquistador era por derecho propio un aspirante legítimo al trono de Inglaterra.
 En Persia, el nuevo interés por la antigüedad se despertó gracias a la obra de los
modernos historiadores, novelistas y poetas persas, hasta que llegó un momento, en la
actual dinastía, en que dicho interés se convirtió en política oficial. Los propósitos que
se persiguen son varios: inculcar una identidad nacional y un sentido de continuidad
histórica en el suelo patrio a lo largo de milenios y asociar todo esto a la monarquía como
institución, fuerza aglutinante y foco de lealtad. Y al fortalecer la conciencia nacional
se debilitará al propio tiempo la conciencia religiosa, pues antes que musulmán el persa se
identificará a sí mismo como persa.
 Ciro había permanecido olvidado de su pueblo por espacio de dos milenios y medio, mientras
en otros pueblos se exaltaba su memoria. Asimismo, los defensores de Masada yacían en el
olvido entre los suyos, recordados únicamente por un renegado que escribió para extraños en
una lengua extraña. Sin embargo, ambos capítulos han sido rescatados y reinterpretados, y
se les ha asignado un nuevo papel en la historia de sus respectivas naciones.
 II. PROCEDIMIENTO   Y MENSAJE

Las primeras expresiones de la memoria colectiva de una comunidad son generalmente
literarias. En ciertas regiones de África, los cantos que suelen escucharse durante el
encierro anual del ganado recogen la historia de la tribu
 a lo largo de generaciones y llegan a remontarse hasta acontecimientos que tuvieron lugar
tres siglos atrás. Aunque la cronología de tales recuerdos es necesariamente muy vaga, los
hechos que pueden ser corroborados con pruebas de otras fuentes -acaso por el   testimonio 
 de   algún   viajero   árabe   o   portugués- han demostrado asombrosa exactitud en lo
esencial del relato. Las epopeyas homéricas de la antigua Grecia, las sagas de los
islandeses, las míticas batallas: de los árabes en épocas anteriores a la expansión
islámica, perseguían todas un mismo propósito. Entre los pueblos primitivos el poema
heroico se destinaba a ser recitado en voz alta como una invitación a los oyentes, por
medio de la narración, a admirar las proezas de los protagonistas y así fortalecer la moral
y el pundonor del grupo. El relato no se circunscribe necesariamente al aspecto histórico
sino que suele echar mano de elementos mitológicos, religiosos o meramente fantásticos.
Trata por lo regular de un conflicto, de una lucha del grupo al que representan los héroes
de la narración, contra fuerzas externas que bien pueden ser humanas -otros pueblos u otras
tribus -o sobrehumanas.   Cabe señalar que   en   los poemas heroicos de esta naturaleza la
esencia de la proeza se encuentra en la acción y en las virtudes que dicha acción entraña,
más que en el resultado.   El   héroe   épico   no   es   forzosamente   el vencedor; su
carrera puede terminar en la muerte o la derrota, pero no por ello dejará de exaltar el
honor y entereza de la
 tribu o del grupo al que pertenece. El culto de Masada es nuevo entre los judíos, pero la
batalla de Kosovo, que tuvo lugar en 1389, inspiró entre los servios todo un ciclo de
poesía épica, pese al hecho de haber sido la derrota que marcó el principio de la
dominación turca sobre los servios. Pero lo que cautivó a los poetas no fueron los
resultados, sino el temple y heroísmo de los guerreros servios y de su rey. Las crónicas de
Kosovo ayudaron a sostener la moral de los servios durante los siglos subsecuentes de
sujeción.
 Casi todos los pueblos primitivos cuentan con tradiciones heroicas que constituyen la
memoria colectiva del grupo y que sirven para amalgamar y dirigir la lealtad de sus
miembros, así como para alentarlos a luchar en momentos de prueba. La narrativa de tipo
funcional, ya sea histórica o seudo histórica, en modo alguno es exclusiva de los pueblos
primitivos. Cabe señalar, empero, una distinción importante entre lo que podría denominarse
una epopeya primaria -que sería la que brota espontáneamente de un pueblo que en ese
momento vive o acaba de vivir los acontecimientos que celebra-y la   epopeya   secundaria. 
 Esta   última,   un poco   más   artificial,   más   literaria,   compuesta   en una etapa
más avanzada de civilización o propia cíe un nivel social más alto, y a menudo sujeta a la
dirección de un patrocinador o incluso de un gobernante   que se propone   un   fin  
determinado. Un ejemplo clásico del contraste que ofrecen unas y otras se aprecia entre la
epopeya griega y la romana. Los poemas homéricos
 son primarios y espontáneos; la Eneida de Virgilio es, en cambio, un derivado un tanto más
estudiado, producto de una sociedad imperial antes que heroica; su contenido no es
tradición viva sino invención literaria, atribuida a un pasado remoto y en gran parte
imaginario. Su propósito no es la mera consolidación de la moral colectiva,   sino más bien
la   promoción   de la nueva política imperial de Augusto. En diversos pasajes del Antiguo
Testamento pueden apreciarse diferencias similares en lo que es la presentación de actos
heroicos vividos y la creación literaria artificial   inspirada   en   acontecimientos  
del   pasado. Ambos tipos de narración, con numerosas variantes, han persistido hasta
nuestros días, y algunos bordean -cuando no rebasan- las fronteras entre el recuerdo y la
invención. Hoy por hoy, el desarrollo de los medios masivos de comunicación -el teatro y el
cine, y, sobre todo, la radio y la televisión- han incrementado muchísimo tanto el alcance
como los efectos de las emisiones populares sobre la memoria colectiva.
 Otra forma de preservar y avivar la memoria colectiva de una comunidad es a través de
conmemoraciones: festividades, días de ayuno y celebraciones. De las cinco festividades
principales del año judío, una, la Pascua hebrea, es explícitamente histórica y año tras
año trae a la memoria del pueblo   el acontecimiento   medular de su historia antigua, el
Éxodo. A otras dos, relacionadas con la época de la cosecha, Shevuoth y Sukkolh, se les ha
dado una connotación histórica: la primera
 conmemora la revelación de la Ley en el monte Sinaí, la segunda conmemora los días del
éxodo de Egipto. Las festividades secundarias de Purim y Hanuca recuerda así mismo, año
tras año, hechos históricos. Hay   además   muchas   otras   conmemoraciones   de menor
importancia, entre las que destaca el ayuno del noveno día del mes de Ab, en señal de duelo
por la   destrucción   del templo;   otra es el ayuno de Gedaliah, en memoria del sabio
gobernante de Judea,   muerto   bajo   la   dominación babilónica,   y tantas más que
recuerdan ya sea con ayunos alguna desgracia del pueblo judío o que celebran con júbilo el
haber logrado escapar de un gran peligro. Aun   la fiesta   del sábado se presenta en el  
Pentateuco en términos cuasi-históricos, en conmemoración   no sólo   de la   creación  
del mundo,   sino también del éxodo de Egipto   (Lev., xxiii, 29-43).
 Virtualmente todos los textos históricos del periodo rabínico son listas de los días de
ayuno y fiestas conmemorativas. La información histórica que contienen es muy pobre.
 La implantación de tales conmemoraciones no fue privativa de la antigüedad sino que
prosiguió a través de la Edad Media como, por ejemplo, en la institución de varios festejos
locales de Purim, para celebrar el venturoso escape de alguna comunidad judía amenazada por
el desastre inminente.   Aparte de las fiestas propiamente dichas, consignadas en el
calendario litúrgico de los judíos, a diario se hace referencia al pasado histórico, con la
idea de recordar al practicante judío, en todas las oraciones que
 pronuncia y en cada bocado que consume, los grandes acontecimientos formativos de la
comunidad a la que pertenece. Tal es precisamente la historia recordada, en su
manifestación más vigente y explícita.
 También los romanos implantaron festividades conmemorativas que tenían lugar preponderante
en su vida pública y social; la más importante recordaba la fundación de Roma, punto de
partida de su calendario, y la proclamación de la república después del derrocamiento de la
antigua monarquía.
 El cristianismo principia con una sola secuencia de acontecimientos históricos entre los
que destaca la crucifixión. Ésta se conmemora anualmente en el Viernes Santo y las
festividades de la Pascua de Resurrección con todas las ceremonias inherentes; está
simbolizada así mismo en el signo de la cruz que, a diferencia de la media luna o de la
estrella de David   es algo más que una simple insignia, pues constituye una potente
evocación tanto del hecho histórico en sí como de la creencia medular de la cristiandad.
 La otra gran festividad histórica del mundo cristiano es la Navidad. La diferencia entre
esta fiesta y la Pascua de Resurrección es interesante y significativa. Una conmemora el
nacimiento de Cristo, otra su muerte y su resurrección. Es cierto que las fiestas  
pascuales   coinciden   aproximadamente   con la Pascua judía y que no existen dudas dignas
de consideración sobre la historicidad   de la crucifixión o sobre la fecha en que tuvo
lugar. Mas por lo que toca al nacimiento de Cristo, la crítica erudita ha llegado a
la conclusión de que tanto la fecha como el lugar de su nacimiento son inciertos. No fue
sino hasta una época comparativamente tardía cuando se adoptó formalmente el 25 de
diciembre para celebrar dicho acontecimiento. Todo indica, al parecer, que se trata de una
adopción y adaptación cristiana de las celebraciones del solsticio de invierno, y
concretamente de las fiestas romanas llamadas Saturnalia.
 Aparte de estas dos festividades históricas principales, el cristianismo celebra muchas
más, entre las que figuran, a lo largo de todo el año, los incontables días de santos en
que se conmemoran acontecimientos históricos relacionados con héroes y mártires religiosos
que a menudo encierran especial significación local. En el cristianismo como en el
judaismo, los ritos y la liturgia desempeñan un papel de primer orden en la renovación y el
fortalecimiento de la memoria colectiva en relación con los grandes acontecimientos del
pasado. En términos generales, la liturgia cristiana es menos explícita e insistente en sus
referencias históricas que la liturgia de la sinagoga. Por otra parte, la Iglesia compensa
sobradamente este vacío con la representación pictórica de los principales acontecimientos
de la Historia cristiana. Los vitrales, pinturas y esculturas .de las iglesias constituyen
un recordatorio constante a los fieles de todos los incidentes formativos más importantes
del pasado cristiano.
 Como religión, el Islam es más francamente histórico que el cristianismo o que el judaísmo
y su nacimiento lo determina toda
 una clara secuencia de acontecimientos. Resulta difícil saber con certeza quién fue el
fundador del judaísmo; Cristo, el del cristianismo, en cambio, sabemos que sufrió y murió
en la cruz, y sabemos que sus devotos integraron por espacio de siglos una minoría
perseguida. El fundador del Islam llegó a ocupar en vida el rango de soberano, gobernó a
una comunidad, administró la justicia, actuó al frente de los ejércitos, y la historia
convencional tomó su vida como punto de partida. Tal vez sea ésa la razón, por la que las
principales fiestas musulmanas no son primordialmente históricas. El nacimiento del profeta
Mahoma es, empero, una festividad secundaria, y las fiestas de numerosos santos locales se
celebran en forma muy semejante a las de santos cristianos.   Al parecer, lo musulmanes
adoptaron también de los judíos la práctica de compilar calendarios históricos, conocidos
como taqivim, y concebidos con él propósito de divulgar los grandes acontecimientos del
pasado; en parte como recordatorio y en parte como auxiliares en la predicción del futuro.
Hasta la época moderna, tales conmemoraciones eran de carácter casi exclusivamente
religioso; aun la fundación de Roma, acontecimiento ostensiblemente civil, era celebrada
con sacrificios ofrecidos por los sacerdotes. Al parecer, el enfoque que se da actualmente
a los aniversarios conmemorativos tuvo su origen en la celebración del 4 de julio en
Norteamérica, y cabo señalar que los historiadores estadounidenses que han abordado el
problema con espíritu crítico no han
 podido llegar a un acuerdo sobre la significación real de esa fecha. ¿Qué fue exactamente
lo que ocurrió el 4 de julio, dado el caso de que efectivamente haya ocurrido entonces? Sin
embargo, en nada afectan a la memoria colectiva tales sutilezas eruditas. La Independencia
estadounidense implicó todo un complejo y prolongado proceso que la imaginación popular,
como de costumbre, se empeñó en resumir en un solo acontecimiento de gran trascendencia,
que pudiera celebrarse anualmente en una fecha determinada.  
De idéntico modo, unos años más tarde, la torna de la Bastilla, el 14 de julio, brindó a
los franceses una fecha exacta para la celebración de toda esa interminable serie de
cambios y alzamientos que implicó la Revolución francesa.
 Siguiendo el ejemplo de Francia y de los Estados Unidos, muchas otras naciones se
apresuraron a decretar sus respectivos días de fiesta nacional. Ello les brindaba la
ocasión de celebraciones, discursos y maniobras tendentes a apuntalar y robustecer el celo
nacionalista o revolucionario, según el caso. Aun las viejas naciones que no habían tenido
que pasar por los rigores de una revolución o   de una liberación se vieron precisadas, en
un momento dado, a ajustarse a la nueva costumbre y a elegir, en forma por demás
arbitraria, su día de fiesta nacional, ya fuese en relación con algún acontecimiento o con
la figura de algún santo. En Inglaterra, donde la antigua constitución y libertades
garantizadas a los ingleses desde mucho tiempo atrás imposibilitaban la atribución de una
fecha
 determinada a la institución de cualquiera de ellas, el cumpleaños del monarca, oficial y
permanentemente establecido en los primeros días de junio, brindaba la ocasión ideal para
ese tipo   de   celebraciones. La afición popular, empero, se inclina más por el día de Guy
Fawkes, conspirador católico quien en 1605 intentara hacer volar el Parlamento   y cuya
captura sigue celebrándose cada 5 de noviembre con juegos pirotécnicos y efigies simbólicas
llamadas guys. Hay actualmente en Washington más de un centenar de embajadas y legaciones,
y como cada una celebra anualmente por lo menos una fiesta nacional con invitados
oficiales, el resultado es que dichas celebraciones constituyen ya un serio impedimento
para la atención de los asuntos públicos.
 En ocasiones, las autoridades interesadas en implantar una fiesta nacional para celebrar
un acontecimiento del que fueron protagonistas, no conformes con la celebración de un
simple aniversario, pretenden la institución de una nueva era.   En la antigüedad se
acostumbraba casi en todo el mundo fechar los acontecimientos a partir del comienzo de un
nuevo reinado o de una nueva dinastía. Costumbre que aún prevalece en ciertas regiones. La
fundación de Roma y la vida de Alejandro fueron puntos de partida en calendarios de uso más
generalizado. El judaismo, como religión que no tiene un punto de partida específico,
tampoco ha tenido un calendario específico, sino que ha utilizado varios, hasta que optó
por el que sigue actualmente, cuyo punto de partida se pretendió hacer coincidir
 con la creación del mundo. El cristianismo y el Islam iniciaron nuevos calendarios, el
primero a partir del nacimiento de Cristo, el segundo a partir del día en que Mahoma huyó
de La Meca a Medina, o más exactamente, del principio del año árabe en que dicho evento
tuvo lugar. En épocas más recientes, tanto los revolucionarios franceses como los fascistas
italianos pretendieron hacer destacar la importancia de sus conquistas y la trascendencia
de su advenimiento iniciando nuevos calendarios. Inútil es decir que su vigencia fue muy
efímera.
 Otra forma de historia recordada,   que reviste mayor   significación   en   unas  
sociedades   que   en otras, la constituyen las leyes y las costumbres vigentes, que
mantienen vivo el pasado en la existencia   cotidiana.   El   derecho   consuetudinario  
inglés, al igual que la Halaja judía y la Sunna musulmana,   es   esencialmente   ciencia  
del   derecho   basada en la antigua costumbre, modificada por precedentes y decisiones
judiciales. En las sociedades en que rige este tipo de legislación, el papel de los
juristas -término que comprende a los rabinos y la ‘ulemá, así como a los fiscales y
procuradores- reviste especial importancia en el recuerdo de los acontecimientos pretéritos
tanto en las leyes como en las instituciones a través de las cuales se administran.
 Por último, está la historiografía, arte cuyo propósito expreso es el de registrar los
acontecimientos del pasado para información y orientación del presente y del futuro. Tiene
su punto de partida en las inscripciones
 de la Antigüedad, con las cuales reyes y sacerdotes definían sus puntos de vista acerca  
de   los   acontecimientos,   para   instrucción de quienes supieran leer -relaciones
públicas y propaganda de antiguos gobernantes y patrocinadores-. A las inscripciones
siguieron, tanto en la Antigüedad como en la Edad Media, las crónicas y biografías de tipos
diversos, compuestas general mente ya fuese por encargo o con la esperanza de una
retribución. El grupo en el poder controla en buena medida la forma de presentar el pasado,
y procura asegurarse de que se haga de tal modo que reafirme su autoridad y le imprima un
sello de legitimidad, y que además destaque los derechos y merecimientos de su facción.  
Este fenómeno se aprecia de manera ininterrumpida desde las más antiguas inscripciones
rupestres, pasando por las crónicas medievales y los modernos textos escolares, hasta la
mitología oficial que hoy por hoy se presenta con carácter de historia en la Unión
Soviética.
 En todas las etapas del proceso del desarrollo humano ha habido, al parecer, pequeñas
minorías o individuos a quienes mueve la que podríamos llamar la curiosidad erudita.
Constituyen, empero, verdaderas excepciones. El rescate de la historia es un fenómeno
básicamente europeo, que tuvo su punto de partida en el Renacimiento y que prevalece hasta
nuestros días como una preocupación y un logro propios, más que nada, de la civilización de
Europa occidental y de sus hijas y discípulas en otras regiones del mundo. Para algunos
letrados, es éste el único
 tipo de historia digno de ese nombre; para cualquier otro, convendrían más los términos de
mito, leyenda, tradición, crónicas, explicar, e incluso justificar, el presente -un
presente determinado- sobre el que puede haber controversia. Donde se presentan intereses
antagónicos y corrientes conflictivas, cada cual tendrá su propia versión del pasado y su
forma particular de enfocar los acontecimientos más importantes. Como lo señala el Dr.
Plumb, "autoridades en conflicto significa pasados en conflicto".   Son tales situaciones
las que han llevado desde tiempo inmemorial y llevan aún hoy en día a la invención del
pasado, es decir, a las rectificaciones cíe la memoria.
 Desde los primeros tiempos, se le ha visto una segunda utilidad al pasado: la de predecir
e incluso manipular el futuro. Así lo confirman los huesos adivinatorios de la antigua
China, las tablillas agoreras de Babilonia, los tractos mesiánicos de judíos, cristianos y
musulmanes, Nostradamus, y los almanaques de Francis Moore que hasta la fecha se publican
con su nombre, y los clásicos marxistas leninistas del comunismo moderno.   Todos ellos
dignos de la misma confianza.

La invención puede ser de varios tipos y llenar funciones diversas. En términos generales
tienen como propósito embellecer: corregir o eliminar todo lo desagradable del pasado y
sustituirlo por algo más aceptable, más alentador y más acorde con el objetivo que se
persigue. Puede ser espontánea, como en las sagas heroicas; romántica, como en buena parte
de los escritos de los siglos
 XIX y xx, o bien ser fruto o incluso imposición de la iniciativa oficial.
 Gran parte de la producción es literaria y continúa o imita la tradición de los antiguos
poemas heroicos. La célebre epopeya portuguesa, Os Lusiadas, de' Camoens, aunque no muy
original y de sabor neoclásico, trata de acontecimientos contemporáneos y presenta una
versión idealizada de los grandes descubrimientos y conquistas portugueses, en que
orgullosamente participa el poeta. Los acontecimientos que tuvieron lugar en Palestina en
1929 y en Cachemira en 1947 inspiraron cantos guerreros árabes y afganos en genuino estilo
heroico. Con otra tónica, la conquista del Oeste norteamericano y las luchas contra los
pieles rojas fueron exaltada de modo parecido en baladas y leyendas, en ciclos completos de
narraciones neoépicas y seudoépicas, en poemas y canciones, y en filmes y novelas. A través
de estas obras, así como en textos escolares y obras de literatura infantil, las hazañas
del Oeste ocupan en la conciencia colectiva norteamericana un lugar comparable al que
ocuparon en la conciencia de la antigüedad clásica las gran* des proezas de griegos y
romanos.'^ A últimas fechas se ha producido un cambio repentino en el autobombo con que
habitualmente se hablaba de la conquista del Oeste en Norteamérica, pero aun así, dista
mucho del cambio que en la evaluación del pasado se operó en México a raíz de la
Revolución, cuando se establecieron claras diferencias entre el legado indígena y el
hispánico, y se buscó una mayor identificación con el primero.
 El visitante europeo que viaja a México y a los Estados Unidos no puede menos de
sorprenderse ante el contraste de actitudes de unos y otros frente al problema indígena. )
Mientras los estadounidenses hablan con cierto complejo de culpa de "lo que hicimos a los
indios", los mexicanos, aun los de más clara ascendencia europea, hablan de "lo que nos
hicieron los españoles". El contraste de actitudes es todavía más evidente en los vastos
murales de tema histórico pintados por Diego Rivera en el Palacio Nacional de la ciudad de
México.
 El movimiento romántico y su derivado, la novela histórica, desempeñaron un papel decisivo
en la conformación,   y no pocas   veces deformación, de la imagen popular de pasado
histórico. Las novelas de sir Walter Scott, uno de los iniciadores de este género, son
claro ejemplo del contraste que presentan la historia recordada y la inventada. Las novelas
que este autor escenifica en la Escocia del siglo xviii evocan recuerdos vivos y genuinos;
las de ambiente medieval, en cambio, resultan artificiales y se desarrollan sobre el telón
de fondo de un pasado igualmente fingido. Fueron estas últimas, empero, las que sirvieron
de modelo a su gran sucesor francés, Alexandre Dumas, y a todo un ejército de imitadores
que se dieron a la tarca de rehacer el pasado histórico según los requerimientos del
orgullo nacional. Durante el siglo Xix y principios del XX, el auge de la novela histórica
entre judíos, árabes, persas y turcos fue factor decisivo en la configuración de una nueva
imagen para
 el público lector de educación seglar en dichos pueblos, y tuvo así mismo una gran
repercusión política.
 El embellecimiento o la idealización del pasado no constituye, en modo alguno, una
innovación de la época romántica o de los tiempos modernos, como tampoco es algo que se
haya limitado exclusivamente a la novela. En un momento dado, el pasado puede ser de gran
utilidad para fines diversos, y su manipulación es una práctica ya conocida desde épocas
remotas. Constituye uno de los primeros recursos de la mitología; su influjo se percibe en
crónicas e inscripciones, monografías y libros de texto, y en los demás medios de difusión
destinados a proyectar una imagen o a presentar un caso.
 Un ejemplo característico de idealización está en lo que podríamos llamar el mito básico.
Las naciones, los pueblos y las fuerzas en el poder tienen por lo regular origen muy
humilde, y es por ello que una vez que han logrado sobresalir se esfuerzan por mejorar su
imagen u ocultar su baja estirpe identificándose con algo más antiguo y de mayor valía. Así
los romanos, al verse dueños del poder, y para no sentirse como advenedizos al lado de los
griegos, hicieron remontar su linaje hasta los troyanos. De manera análoga, los pueblos
bárbaros de Europa que lograron encumbrarse sobre las ruinas del Imperio romano, se
esforzaron por identificarse con antepasados nobles, ya fuesen romanos, griegos o troyanos
en relación con cada una de las distintas tribus.   También, en el mundo islámico, las
dinastías africanas de conversión reciente
 se han procurado remotos antepasados cuyo origen está vinculado de algún modo con el
Profeta o con algún califa, o bien, ya en el último de los casos, por lo menos con los
árabes. Los sultanes otomanos trataron de emparentarse con los selyúsidas, y a través de
ellos, con Estados islámicos anteriores, y casi todas las dinastías de Europa y Asia
reclamaron para sí linajes más antiguos de los que pudiera justificar la historiografía
critica, ha habido casos en que aun naciones enteras han querido modificar o transformar su
identidad y su origen, debido muchas veces a conflictos ideológicos internos. Un par de
ejemplos nos lo brinda, por una parte, la influencia recíproca de las personalidades árabe
y faraónica en Egipto, y por otra parte, en México, las facetas azteca y española de esa
nación. Caso singular en el cambio de la propia imagen histórica lo ilustra el Imperio
cristiano de Constantinopla, cuyos súbditos eran en un principio griegos que se hacían
pasar por romanos y más tarde bizantinos que se hacían pasar por helenos.
Hasta las revoluciones requieren de un pasado determinado, y los mitos oficiales en torno a
las revoluciones   inglesa,   norteamericana,   francesa   y rusa, para no mencionar otras
más recientes, difieren abiertamente en cuanto a una serie de hechos, las más de las veces
muy desagradables, que los historiadores han pasado por alto, es decir, donde se les ha
permitido hacerlo sin tener que someterlos   a   tratamiento   psiquiátrico.   Las  
revoluciones ilustran así mismo con muy vivos
 colores otro tipo de invención histórica: el refrito, o imitación consciente   de  
acontecimientos pasados que se loman como   modelo   a   seguir.   La   fascinación  
jacobina por la república romana, o el remedo bolchevique de la Revolución francesa, son
realidades que saltan a la vista tanto en la actuación como en los pronunciamientos de unos
y otros. El mismo tipo de remedo grotesco de antiguas costumbres lo ejemplifican   la  
reimplantación   en   la   Alemania   nazi de la   decapitación por hacha,   y   de la pena
  de mutilación en la Libia de nuestros días.
 Otra función del pasado es la de conferir carácter de legitimidad a la autoridad
instituida. En cierto sentido tal es también el propósito del embellecimiento de la
historia, aunque este es más específico en sus fines y en sus métodos. Un ejemplo nos lo
brindan las pretensiones rabínicas en cuanto al hecho de haber heredado la autoridad de los
ancianos y de los profetas, juntamente con su afirmación del origen divino de la tradición
oral. El consenso de la 'ulemá musulmana y la atribución de gran número de máximas al
profeta Mahoma constituye un caso paralelo. Ejemplo muy notable es de igual modo la
argumentación que en el siglo XVII, a raíz de sus disputas con la Corona, presentaron los
parlamentarios ingleses acogiéndose a los conceptos de "costumbre inmemorial" y "antigua
constitución". El monarca, como principio de autoridad y fuente de derecho, podía cambiar
la ley según su real voluntad, lo cual era inaceptable a juicio de los parlamentarios. Para
salvar
 este escollo idearon la doctrina de la antigua constitución británica y de la costumbre
inmemorial de los ingleses, cuyo origen se perdía en la más remota antigüedad, pero cuya
vigencia se había mantenido a lo largo de milenios y que, por eso mismo, establecían
ciertos derechos inviolables, más allá de cualquier posible cambio u objeción. Aun la
conquista normanda, que implicó el derrocamiento por la fuerza de un régimen y la
implantación de una nueva monarquía, no impidió ni desconcertó a los abogados historiadores
parlamentarios, quienes con gran habilidad supieron ajustar la situación al esquema general
de acontecimientos, presentando a Guillermo el Conquistador no como un usurpador sino corno
un aspirante legítimo al trono de Inglaterra, desde el momento en que fincaba sus derechos
en la antigua constitución.
Un método que permite poner a cubierto la legitimidad consiste en asociar el propio régimen
al de algún predecesor ampliamente reconocido que, en ese caso, sirve para revestirlo no
sólo de dignidad sino también de autoridad. La fabricación fraudulenta de antepasados y
documentos, tan común en la Europa medieval, nos proporciona un claro ejemplo de esto. Otro
tanto podría decirse de las numerosas dinastías que en el mundo musulmán se empeñan en
hacer llegar su ascendencia hasta el Profeta o hasta los primeros héroes del Islam, para
adquirir en esa forma carácter de legitimidad ante los ojos de sus correligionarios y que,
de no ser así, les haría falta. Un ejemplo en el campo religioso nos lo brinda
 la ortodoxia perpetua de la Iglesia maronita de Líbano, lograda tras haber reescrito los
primeros capítulos de la historia de esa secta con objeto de ocultar su origen heterodoxo y
demostrar que siempre se había mantenido en comunicación con Roma.
Hay veces en que se ha llegado a la falsificación descarada, como en el sonado caso de la
"Donación de Constantino", supuestamente entregada por el emperador al papa Silvestre I y a
sus sucesores, en la cual le reconoce supremacía espiritual sobre u otros patriarcas y
obispos y le otorgan autoridad temporal sobre Roma, Italia, y "las provincias, lugares y
civitates de las regiones occidentales". Este documento fue falsificado en el siglo viii, a
fin de apoyar las demandas papales, y su autenticidad fue puesta en tela de juicio por vez
primera en 1440 por el erudito humanista Laurentius Valla. La controversia se prolongó
hasta el ocaso del siglo xviii, cuando se desistió de toda defensa. Casos análogos de
falsificación en el Islam son las cartas atribuidas al Profeta, así como el llamado "Pacto
de Ornar", en el cual supuestamente el califa Ornar implantó una serie de restricciones que
debían imponerse a los subditos no musulmanes de un | Estado musulmán.
Las falsificaciones de esta naturaleza son actualmente muy raras, aunque no inexistentes.
La más célebre -y exitosa-de los últimos tiempos se dio a conocer bajo el título, de
Protocolos de los sabios de Sión, certeramente definida por Norman Colín como un "decreto
de genocidio", y que sucesivamente ha servido a los
 intereses de la Rusia zarista, de la Alemania nazi y de los gobiernos -árabes menos
escrupulosos.   Con mayor frecuencia y en sociedades más complejas, el resultado apetecido
se logra con ligeros retoques al pasado. Los gobiernos totalitarios de nuestro siglo han
demostrado particular destreza en esta técnica.
 Otras veces, el móvil de quienes gustan de inventar la historia no es el de legitimar la
autoridad sino el de socavarla: hacer valer nuevas demandas y argumentaciones, o incluso
una nueva identidad, en conflicto con el viejo orden. Un ejemplo clásico es la historia
nacionalista: de escaso valor para el historiador propiamente dicho, aunque inapreciable
para el historiador del nacionalismo.
 Ésta se originó con el nuevo concepto de nación, entendida como entidad política
fundamental. En una época en que casi todos los países europeos se hallaban
territorialmente definidos y estaban gobernados por dinastías monárquicas, se difundió un
concepto nuevo y revolucionario que definía la nación como unidad política determinada por
un mismo origen, un mismo idioma y una misma cultura. De lo cual se desprendía que
cualquier nación que no se hubiese expresado en un país autónomo se hallaría en cierto modo
despojada de un derecho y, en forma análoga, cualquier Estado no basado en ese concepto de
nación se hallaría, por mí decirlo, viciado. Todo esto dio como resultado un
resquebrajamiento general de la lealtad política y una reorientación del concepto de
lealtad nacional, que culminó con el rompimiento del sistema político
 europeo y su reconstrucción en diversos agrupamientos y según criterios diversos. E1 siglo
XX extendió los beneficios del nacionalismo al resto del mundo, y los baños de sangre aún
no terminan.   La historiografía nacionalista rechaza el pasado dinástico, rechaza el
antiguo concepto de lealtad, y rechaza hasta las antiguas bases de identidad de grupo. La
historiografía nacionalista, en coincidencia con la época romántica, presenta una versión
apasionada del pasado con el fin manifiesto de alentar estos nuevos conceptos y echar por
tierra los antiguos. En un edicto del gobierno sirio, del 30 de mayo de 1947, se afirma que
el propósito de la enseñanza y del estudio la historia es "fortalecer los sentimientos
nacionalistas y patrióticos en el corazón del pueblo. .. porque el conocimiento del pasado
nacional es uno de los mayores alicientes del comportamiento patriótico".   ¿Qué podría ser
más claro?
 Otros ejemplos son la historia reformista, más moderada en sus fines, que pretende
enmendar el sistema existente, y la historiografía revolucionaria, más radical, cuyo
ambicioso propósito es destruirlo para luego rehacerlo. Casi siempre se pretende hallar
raíces en un pasado reconstruido ex profeso. El sabio ruso del siglo xix, T. N. Granovsky,
denunció con mordacidad implacable "los lamentos seniles de quienes no aman a la verdadera
Rusia, palpitante de vida, sino un viejo fantasma exhumado por ellos mismos y ante el cual
se deshonran, pues se inclinan frente al ídolo que engendró su morbosa imaginación".  
Idolatría
 y quimeras tales son las penas que aquejan a casi todos los pueblos del orbe.
 El mito de una edad de oro en el pasado, y las conjeturas acerca de privilegios y derechos
que datan de tiempo inmemorial, es un recurso muy difundido. Fue utilizado en Inglaterra
por los partidarios del Parlamento para justificar su causa en contra de la monarquía. Su
argumento fue que los asistía la costumbre inmemorial de los ingleses. No faltó quien
atribuyera dichas costumbres a los anglosajones y vinculara así este concepto con otra idea
relacionada: la antigua libertad de los pueblos germánicos en sus bosques vernáculos. Idea
que fue acogida con   gran   entusiasmo   por los románticos alemanes y que, en cierta
forma, contribuyó a sentar las bases del liberalismo alemán del siglo XIX. Cuando   el
virus del nacionalismo fue trasmitido por los europeos a los pueblos de Asia y África, no
tardaron en presentarse allí también los primeros   brotes.   Las   ideas nacionalistas  
se prestaban admirablemente para facilitar el complejo proceso de importación   de
opiniones   e   instituciones, propias de una cultura ajena pero más vigorosa. Tener que
recurrir a otros era irritante y hería el orgullo nacional. El mal no sólo se aliviaba sino
que se transformaba en deleite, siempre y cuando lograra demostrarse que los recursos
ajenos, lejos de ser tal cosa, habían sido siempre propios, y no sólo eso sino que, en
realidad, los extranjeros los habían tomado de ellos en alguna época anterior. Una rica
mitología de la edad de oro de la civilización
musulmana, fomentada en parte por la erudición europea y en parte por la fantasía oriental,
allanó el camino a la aceptación, como de algo propio y de origen islámico,   de casi todo
cuanto pudiera suponerse tomado de los europeos.
Una forma más explícitamente política de este proceso es el mito de la antigua libertad, a
la manera inglesa entendida, pero aplicada a los árabes y a los turcos. Así, según la
versión árabe, los antiguos pobladores de su península habían vivido en un ambiente de
democracia y libertad hasta el día en que cayeron bajo la dominación turca. Los turcos, por
su parte, y según su propia versión, habían sido libres y demócratas allá en las estepas
del Asia central de donde eran oriundos, basta el día en que se vieron sometidos por la
autocracia musulmana. Claro está que ambas versiones son ridículamente falsas, aunque en un
sentido no dejan de tener algo de cierto, y es que tanto unos como otros, árabes y turcos,
eran pueblos primitivos y sencillos que fueron transformados por algo que no era ni árabe
ni turco: la antigua civilización del Medio Oriente, con sus tradiciones autocráticas y
burocráticas que se remontaban milenios atrás. Resulta así mismo engañoso llamar
democrática a la primigenia libertad tribal. Como quiera que se interprete la democracia -
palabra de la que tanto se abusa-, siempre designará una forma de organizar la autoridad de
un país. No cabe aplicarla, pues, a una sociedad tribal nómada, en la que no hay
propiamente un Estado y en la que el concepto mismo de autoridad es
 muy rudimentario.
 Una versión más moderna y compleja de este tipo de mitología se aprecia en algunos
escritos de la llamada escuela revisionista estadounidense, que vuelve hacia atrás la
mirada en busca de una edad de oro y que atribuye virtualmente todos los males del mundo al
estado de cosas que prevalece hoy día en su país. Estos autores, con implacable irreflexión
ante los hechos y las probabilidades, así como su apasionada motivación, constituyen un
equivalente casi exacto de la historiografía oficial soviética, con la única diferencia de
que en un caso se pretende acabar con el estado de cosas, y en otro consolidarlo. Uno y
otro son igualmente ajenos a la historia.
 Cuando el grupo de la oposición radical o revolucionaria logra al fin hacerse del poder,
se ve en la necesidad de modificar el enfoque de utilidad del pasado. La función que el
grupo le asignó en un principio fue la de minar la autoridad y justificar el derrocamiento
del gobierno establecido; pero ahora, en cambio, debe constituirse en un elemento que
legitime la autoridad del grupo, es decir, la autoridad establecida, por más que se diga
revolucionaria. El problema está en justificar el triunfo de una revolución sin justificar
al propio tiempo el de otras ulteriores, en contra de la primera, o justificar una
autoridad establecida sin justificar una restauración de lo que se ha echado abajo. La
inestabilidad política y el caos historiográfico de muchos países de Asia, África y América
Latina dan una idea de la complejidad del problema. Tal vez
 no haya otra solución que la que se descubrió y que se practica hoy en la Unión Soviética,
y que consiste en un control absoluto, por parte del Estado, de los medios de producción,
distribución e intercambio de escritos y conocimientos históricos.
 Hay varias formas de control oficial que apenas difieren del sistema soviético y que
permiten así mismo alentar y dirigir la invención histórica. Una es el patrocinio, otra la
demanda popular, otra el fraude oficial -que cuando se practica en nombre de una iglesia
adopta la designación de mentira piadosa-, y otra los matices ideológicos. Si bien, con
mucho, el método más eficaz es el de la fuerza. Ello no significa únicamente que el pasado
tenga que ser reescrito en concordancia con los requerimientos del presente, sino que cada
vez que se produzca un cambio en el presente, ya sea por el triunfo de una facción sobre
otra o por un simple cambio de política del grupo en el poder, el pasado tendrá que
rehacerse una vez más, en conformidad con las exigencias del momento. No sin razón ha
afirmado un historiador soviético que la mayor dificultad para el historiador es la
idealización del pasado.
 III
 CÓMO DEBIÓ HABER SIDO
 “Dilo cómo ocurrió" reza una sentencia popular norteamericana que hace eco
inconscientemente al célebre precepto de Leopold von Ranke para escribir la historia wie es
eigentlich gewesen: como realmente fue.   Aunque esto no es tan sencillo ni tan simple como
parece. Lo que ocurrió, lo que recordamos, lo que rescatamos y lo que relatamos, son cosas
que
 a menudo difieren entre sí y, desgraciadamente, las respuestas suelen ser vagas y causar
dolores de cabeza al investigador. Muchas veces la tentación es demasiado grande como para
decir las cosas exactamente como fueron y no como nos gustaría que hubiesen sido. En los
capítulos que preceden he querido definir y esclarecer los tres tipos de historia que
suelen ofrecerse al lector interesado en esta materia, a saber: historia recordada,
rescatada e inventada. Me gustaría considerar ahora una serie de ejemplos específicos
tomados principalmente de la historia del mundo musulmán. •
 Mi primer ejemplo se refiere al rescate de las glorias pasadas de la España musulmana. En
1492, cuando la toma de Granada -postrer reducto de los moros en la Península Ibérica-puso
fin a ocho siglos de dominación musulmana, ese mismo año los Reyes Católicos dieron a
conocer un edicto en el que se ordenaba la expulsión de "moros y judíos" de todo el
territorio de las Coronas de España. Muchos musulmanes españoles huyeron al norte de África
y algunos llegaron hasta el Medio Oriente. Por un tiempo, el recuerdo y la nostalgia de las
tierras perdidas de al Ándalas persistieron en la memoria. A principios del siglo xvii, un
historiador marroquí llamado al-Makkarí escribió una obra de alcance enciclopédico sobre la
historia y la literatura de la España musulmana desde su advenimiento hasta la pérdida de
Granada. Después, este capítulo de la historia musulmana y de las tierras que por un tiempo
gobernaron cayó prácticamente en el olvido; acaso
 algún recuerdo logró mantenerse entre los descendientes de los deportados que se
establecieron en el norte de África, pero en el Oriente, la otrora gloriosa civilización
hispanoárabe se borró por completo de la memoria.
 El rescate de este capítulo de la historia musulmana se debió básicamente al esfuerzo de
los europeos, entre ellos algunos españoles. El himno monumental de al-Makkarí a la gloria:
de al-Andalus, fue impreso por vez primera en Londres en 1840, en tina traducción al
infles, inconclusa, debida al erudito español Pascual de Gayangos.   El texto árabe salió
por vez primera a la luz del día en Leiden, Holanda, donde la primera parte fue publicada
en edición conjunta del holandés Dozy, el inglés Wright, el francés Dugat y el alemán
Krehl, entre 1855 y 1861.
 La historia de los árabes en España captó poderosamente la atención del europeo de
principios del siglo XIX, cuando el culto por lo español constituía un ingrediente
imprescindible del movimiento romántico. Destacan los escritos de Washington Irving sobre
las glorias y el ocaso de la Alhambra y la grandeza pretérita de la España islámica. El
historiador francés Louis Víardot escribió una obra titulada Essai sur l'histoire des
árabes el des maures d’ Espagne, que publico en 1833 en París, en dos tomos. Se trataba de
una obra de divulgación, de no mucha enjundia erudita, pero cuya repercusión en Oriente fue
considerable. El redescubrimiento entre los musulmanes de este capítulo semi olvidado de su
pasado puede fecharse con toda precisión en los años
 1863-1864, a raíz de la publicación, en Estambul, de una versión turca de la obra de
Viardot. Una traducción al árabe del cuento romántico de la España mora de Chateaubriand,
El último Abencerraje, apareció en la ciudad de Argel en 1964.
En los años 1886-1887, la obra de Viardot fue reimpresa en turco en cuatro volúmenes, en
coincidencia, precisamente, con los años en que cundía en el mundo islámico un renovado
interés por al-Ándalas. Interés que se vio alentado por dos fuentes distintas: una, y la
más importante, la presencia de los musulmanes por vez primera en un congreso internacional
de orientalistas donde, además de trabar relación con algunos delegados europeos, tuvieron
conocimiento de la obra de grandes eruditos sobre la historia de los moros en España.
Circunstancias que dieron acceso a la segunda fuente: la decisión tomada por el sultán
otomano Abdul Hamid II en 1886 de enviar emisarios a España en busca de manuscritos árabes.
 Fueron éstos los primeros de una larga caravana de. peregrinos procedentes de Turquía,
Egipto y otros países musulmanes, incluso desde la lejana India, interesados en visitar los
grandes monumentos del pasado musulmán en España. Cuantiosas obras fueron traducidas y poco
después se escribieron algunos más en árabe, turco y otras lenguas islámicas, sobre la
historia de los moros en España, hasta integrar todo un cuerpo de literatura romántica con
obras de teatro / novelas en esos idiomas, en una edad de oro que tuvo como escenario una
semi legendaria ciudad de Córdoba.
No es
 difícil entender la fascinación que al-Andalus ejercía sobre los musulmanes. Era una época
en que el mundo islámico, de Marruecos a Indonesia, se hallaba en plena retirada y sentía
sobre sí, cada vez con mayor fuerza, la presión avasalladora del cristianismo, que avanzaba
por ambos extremos de Europa: primero los portugueses, los españoles, los franceses, los
holandeses y los ingleses por el extremo occidental, y luego los rusos por el oriental,
avanzando primero por los extremos y luego sobre el corazón mismo de las tierras del Islam.
El culto de al-Andalus llenaba un profundo hueco emocional entre los intelectuales
musulmanes. En una época en que, gracias a la educación
 europea que estaban recibiendo, comprobaban apenados su propia debilidad y atraso,
hallaban apoyo y alivio en el recuerdo de un gran Estado musulmán, rico, civilizado y
poderoso, un Estado que, como se imaginaban, había servido de guía y de modelo a la
civilización europea. En los días mismos de su derrota y decadencia, el ocaso de la
esplendorosa Alhambra se constituía en espejo de su melancolía. Las glorias pasadas de al-
Andalus se convirtieron así en la tónica de los poetas y novelistas de la nostalgia. Los
aciertos reales, y más quizás los imaginarios, de la civilización hispanoárabe brindaban
excelente materia prima a la escuela romántica y apologética de la historiografía islámica,
  que surgía   como   una   respuesta   a   las devastadoras incursiones de Occidente y
como un paliativo a los complejos de inferioridad que engendraba.
 El hecho
 mismo de que la historia y la civilización de la España musulmana se hubiesen dado a
conocer entre ellos, gracias únicamente al esfuerzo de eruditos occidentales, ya era en sí
bastante ignominioso. Es pues natural que, en general, se procure disimular este realidad,
pero algunos "historia-. dores" musulmanes han llegado incluso al extremo do afirmar que
este   glorioso capítulo   de su   historia,   que   revela la   ingente   contribución  
de   los árabes a la civilización europea a traves de España, ha sido deliberadamente
velado por los historiadores europeos predispuestos o mal intencionados en contra del
Islam. Así pagan los inventores de la historia a los descubridores que les proporcionaron
la materia prima.
 Para los inventores de la historia hispanoárabe, el Islam fue en España el principal
venero de las artes y las ciencias; la fuente en la que Europa entera bebió lo más selecto
y peculiar de su cultura. Esta doctrina, apoyada en ciertos aspectos que le dan
credibilidad, cumplía un doble cometido: por una parte, el de brindar alivio al orgullo
herido de los pueblos musulmanes conquistados; y por otra, el de hacer más aceptable todas
las aportaciones europeas haciendo ver que en rigor eran de origen árabe islámico.
 Una de las grandes virtudes que estos historiadores atribuyen con mayor alarde al Imperio
islámico en España es la tolerancia. El mito en sí de la tolerancia hispanoárabe nos brinda
un ejemplo digno de consideración sobre los peligros y ambigüedades que entraña la
historiografía. Para empezar hay
que dilucidar con toda claridad el significado mismo de la palabra. Para algunos,
tolerancia significa ausencia de persecución; algo así como lo que ocurre actualmente en la
Unión Soviética, cuyos portavoces rechazan con gran indignación el cargo de antisemitismo,
cuando ellos, en realidad, no están mandando a los judíos a la cámara de gas. Para otros,
tolerancia significa Ausencia de discriminación, o sea, una comunidad en la que todos
disfrutan de igualdad de privilegios y derechos, independientemente de toda consideración
racial, de credo u origen. Si tolerancia significa ausencia de persecución, entonces puede
decirse que, en términos generales, el mandato islámico en España constituía una sociedad
tolerante, y no es de sorprender que los historiadores liberales europeos de principios del
siglo XIX, por simple contraste con las prácticas de la Europa medieval o incluso con la de
su tiempo, la considerasen de buena fe como una sociedad tolerante. Mas si por tolerancia
hemos de entender la ausencia de discriminación, es evidente que el Islam en España jamás
fue tolerante ni pretendió siquiera pasar como tal. Lo que es más: así entendida, la
tolerancia habría sido considerada por juristas e historiadores musulmanes como una falta
de celo en el cumplimiento del deber, como un pecado en contra de la sagrada ley del Islam,
que prescribe la superioridad de los verdaderos creyentes, al tiempo que asigna a los demás
un lugar de tolerancia, pero inferior.
 El mito de la tolerancia hispano islámica lo fomentaron en particular
 los eruditos judíos para utilizarlo a manera de palo con que fustigar a sus congéneres
cristianos.   En nuestros días, ha pasado a manos de los eruditos musulmanes, quienes lo
utilizan con otro propósito. Quien ciertamente llegó al colmo en sus comentarios fue un
distinguido erudito musulmán, paquistaní, quien en "un libro publicado en 1951, al
referirse a los súbditos no musulmanes de un Estado musulmán durante la época clásica
expresa: "Cuentan con plena protección de vida, credo y honor; no se les impondrá
obligación alguna, ya sea de orden legal o económico. Gozan de plena igualdad de
oportunidades e igualdad unte la ley."
La afirmación es falsa en casi todos sus detalles.
 No obstante, su autor -a quien conocí personalmente-era un hombre intachable y, al
parecer, estaba convencido de algo que estaba en franca contradicción con la evidencia
histórica, con los mandatos de la ley y con los hechos mismos que a diario presenciaba a su
alrededor. Es una prueba pasmosa del poder de la invención histórica sobre un mito en el
que se insiste a porfía en la actualidad, cuando es bastante claro que persigue fines
políticos.
 El material presentado por quienes se dan a la tarea de rescatar la historia no siempre es
aceptable. El gran historiador árabe del norte de África, Ibn Jaldún (1332-1406), es
considerado en forma unánime como el más grande y original de los pensadores que diera al
mundo el Islam en el campo de la historia, y también como uno de los más grandes
historiadores de todos los   tiempos.   Sin embargo,
 un hecho curioso es que su obra, y hasta su nombre, se habían   virtualmente borrado del
recuerdo de los árabes. Su memoria perduró entre los turcos, entre quienes era leído, e
incluso es probable que haya sido a través de una fuente turca como los eruditos europeos
supieron de él por vez primera. La publicación de la obra más destacada de Ibn Jaldún en el
campo de la historia, los Muqaddimah o Prolegómenos, se debió a un erudito francés llamado
Étienne Quatremère. Su traducción al francés fue obra de otro europeo, el irlandés De
Slane. Por otra parte, fueron así mismo historiadores, sociólogos y letrados europeos los
primeros en justipreciar la obra   de   Ibn Jaldún,   a quien situaron desde el primer
momento al lado de las grandes figuras de la historia intelectual de la humanidad. No fue
sino en una época comparativamente tardía cuando los árabes tuvieron noticia del más grande
de sus historiadores; conocimiento   que   llevó   aparejados   ciertos   problemas. Como
todo verdadero historiador, Ibn Jaldún no siempre es blando con los suyos y, en ocasiones,
critica severamente el papel desempeñado por los árabes en determinados momentos de su
historia. El filósofo egipcio Ajmad Fuad al-Ajwani llegó al extremo de acusar a los
orientalistas europeos de haber aceptado a Ibn Jaldún y haberlo encomiado tanto, únicamente
por sus ataques al arabismo y no por sus verdaderos méritos como historiador.   Y en
efecto, hubo época en que las obras de Ibn Jaldún estuvieron prohibidas en la república de
Irak por sus comentarios
 críticos contra los árabes.
 La decadencia de la civilización árabe durante la Edad Media y su final caída bajo la
dominación extranjera han sido tema de acaloradas discusiones y reiterados exámenes de
conciencia entre los historiadores de la época actual. No ha sido sino hasta fecha muy
reciente cuando el problema comenzó a afectarles, o incluso que se percataron de su
existencia. Los   historiadores musulmanes   no estaban habituados a dar a sus problemas un
enfoque de carácter étnico, de suerte que el paso de la autoridad de manos de los árabes a
los persas, a los turcos y a otros pueblos, nunca revistió mayor significación   para   los
  historiadores   musulmanes. Sólo muy contados, entre ellos Ibn Jaldún, muestran cierto
interés por este proceso; Ibn Jaldún lo atribuye más bien a una intervención de la
Providencia, en bien de la comunidad musulmana:   el hecho de que, cuando una raza se halla
en franca decadencia, surja otra más dinámica que asuma la responsabilidad y tome las
riendas del poder, es algo providencial. Con ese enfoque presenta Ibn Jaldún el ocaso de
los árabes y el surgimiento de la hegemonía turca.
Hasta el final del Imperio otomano en el Medio Oriente, los árabes no se consideraron nunca
como una nación sometida a los turcos, sino más bien veían en ellos a correligionarios en
el último de los grandes Estados islámicos universales, gobernado por sultanes musulmanes.
No fue sino a raíz de la caída del Imperio otomano y con el surgimiento del nacionalismo
árabe y de los Estados nacionales cuando
 los historiadores nacionalistas principiaron, como suele ocurrir, a ver la historia hacia
atrás y a escribirla de cabeza. El ocaso de la civilización árabe, del , que felizmente
nunca tuvieron conciencia quienes lo vivieron, es un hecho que destaca con claridad
suficiente en vista retrospectiva como para pretender ocultarlo. Por lo tanto, había que
hallar una explicación, una causa, un culpable, pero fuera del mundo árabe. Casi todos
coincidieron entonces en culpar a los turcos y a los mongoles, en quienes reconocieron a
los destructores y subyugadores de la gran civilización del Islam medieval.
Es claro que la llegada de los turcos, y todavía más la de los mongoles, significó
profundos cambios para la civilización islámica del Medio Oriente; cambios comparables en
cierto modo a los que originaron las migraciones de los pueblos durante y después de la
caída del Imperio romano. Mas no deja de ser descabellado atribuir todos los males del
Medio Oriente * la destrucción perpetrada por los mongoles o al mal gobierno denlos turcos.
A manera de ejemplo, cabría recordar aquí el comentario, un tanto grotesco, de un alto
funcionario del gobierno sirio, según lo cita un periodista suizo:
 “Si los mongoles no hubiesen incendiado las bibliotecas de Bagdad en el siglo xiii, los
árabes habríamos progresado tanto en la ciencia, que desde hace mucho habríamos inventado
ya la bomba atómica. El saqueo de Bagdad nos atrasó en siglos.”   Seguramente que los
historiadores árabes serios no llevarían las cosas tan lejos como este
"alto funcionario del gobierno sirio" cuyo nombre no se. menciona, pero lo que es indudable
es que este tipo de observaciones representa el sentir general.
 Claro está que turcos y mongoles tienen su propia versión de los hechos, en que el papel
por ellos desempeñado es diametralmente opuesto: ellos salvaron a una sociedad-al borde de
la ruina total, defendiéndola de sus enemigos externos y lanzándola por nuevos cauces de la
actividad creadora. Uno de los méritos que en particular reclaman para sí los turcos es el
de haber defendido d" las Cruzadas al Islam.1 Hecho, por cierto, suficientemente palmario,
ya que tanto los jefes como los ejércitos que hicieron frente al asalto de los cruzados,
quienes, verdaderamente lograron contenerlos y finalmente rechazarlos fueron en su inmensa
mayoría turcos. El carácter tuteo de la defensa del Islam y el contraataque subsecuente no
es, empero, que quede debidamente asentado en las más recientes exposiciones árabes en .
torno a las Cruzadas.
 La actitud general de la historiografía musulmana frente a las Cruzadas es un tema que
encierra en sí mismo no poco interés. Actualmente los historiadores musulmanes presentan
aquellas guerras con un enfoque diferente -ya sea como una agresión al inofensivo mundo
islámico, llevada a cabo por fanáticos cristianos, o bien como una invasión de tipo
imperialista perpetrada por los europeos con el fin de dominar y explotar a los árabes e,
indirectamente, como una prefiguración de la Declaración de Balfour y de la creación del
Estado de Israel-,
 un intento de crear, con el apoyo de Occidente, un enclave extranjero en el corazón del
mundo árabe. Resulta curioso que los historiadores de la época de las Cruzadas -que los
hubo muchos y muy prolíficos-jamás se refirieron al conflicto en términos semejantes. Lo
que es más, por extraño que parezca, ni siquiera se ocuparon de las Cruzadas. Mientras la
Europa cristiana mostraba el más vivo interés por las luchas entre moros y cristianos y por
la conquista de Tierra Santa y de los santos lugares, los contemporáneos musulmanes, en
cambio, se mostraron indiferentes. Cabe aclarar que en la vasta historiografía musulmana de
aquella época jamás aparecen siquiera las palabras "Cruzada" o "cruzado". Todo indica, al
parecer, que ni siquiera existía el equivalente árabe de esas palabras hasta el día en que,
mucho tiempo después, fue requerido por escritores' árabes cristianos, y su uso no se
generalizó sino hasta hace relativamente poco tiempo. Los historiadores musulmanes de la
época aluden a los "francos" o a los "infieles" en relación con los cruzados, y no
establecen distinción alguna entre ellos y otros invasores bárbaros o infieles que acosaban
al mundo islámico ora en un punto ora en otro, en el decurso de los siglos durante la Edad
Media.   Al parecer, la llegada de los cruzados a Palestina y la toma de Jerusalén no
significó para los musulmanes contemporáneos algo más que la pérdida de cualquiera otra
provincia o ciudad provincial. No fue sino por la influencia y el ejemplo de los propios
cruzados por lo que los
 musulmanes empezaron a darle importancia y por lo que el triunfo de Saladino en la
reconquista de Jerusalén se constituyó después en la gran victoria musulmana. Pues no
acababan de recobrar a Jerusalén cuando se desvaneció su interés, e incluso se prepararon a
cederla una vez más a los cristianos, como de hecho ocurrió después, tras el pacto
celebrado entre el. sultán al-Malik al-Kámil y el emperador .Federico II de Occidente, en
1229.
 Tras la retirada y. derrota final de los cruzados el asunto se: olvidó por completo, y no
fue sino hasta ,1a. época moderna, y una vez más gracias a fuentes europeas, cuando
.revivió el interés musulmán por este capítulo de la historia. Su punto de partida fueron
las novelas románticas y la historiografía popular, y luego cobró renovado impulso en los
,últimos años, cuando los historiadores musulmanes trataron de ver en las guerras de las
Cruzadas, y especialmente;, en el surgimiento y caída.,de los principados que aquéllas
habían originado, acontecimientos paralelos a los de nuestros días.   Algunos historiadores
árabes han seguido con gran interés las huellas de los cruzados, en forma retrospectiva,
hasta Europa, y han tratado de relacionar directamente aquellas guerras con la cuestión
judía actual. Así, en una ponencia de un profesor de historia medieval de la Universidad de
El Cairo, encontramos las observaciones siguientes:
 “El odio demostrado contra los judíos por diversos pueblos del orbe a lo largo de la
historia nada tiene que ver con su credo, sino con su proceder y sus
 acciones, así como la actitud asumida ante los pueblos en que se han-establecido. La
tónica de su proceder ha sido invariablemente la explotación, la ingratitud y la maldad "en
pago a la cortesía... Reyes, príncipes, caballeros, obispos y seglares de Europa se
hallaron ante grupos de judíos que vivían' entre ellos y que jamás demostraron tener
principios ni conciencia, interesados únicamente en enriquecerse cada día más a expensas de
ellos mismos. Implacables, los judíos no hacían más que chupar la sangre y usurpar sus
propiedades. De ahí. únicamente el odio.... el sentimiento de exasperación e indignación
frente a un grupo caracterizado por su crueldad y peligrosidad...
 En la Alemania medieval, la mayor ola de persecución contra los judíos no fue ajena a las
Cruzadas. Los propios judíos se mostraron hostiles ante el temor de ver afectadas sus
actividades financieras. Esto no fue sólo en Occidente, sino también en Oriente. Al propio
tiempo, los príncipes y caballeros de la primera Cruzada consideraron peligroso abandonar
su país para ir al Oriente, dejando tras de sí a una pandilla de judíos explotadores y sin
escrúpulos. Los caballeros y príncipes pueden haberse visto acosados por desmesurados
compromisos financieros derivados de las Cruzadas y, en un momento dado, comprender que la
única forma para salir de sus deudas era deshaciéndose de sus acreedores judíos. Maguncia y
otros poblados de las riberas del Rin presenciaron en 1096 matanzas en gran escala, en las
que se dio muerte a gran número de judíos.”
Tal
 es la tónica en que suele escribirse de los judíos en árabe. Si bien conviene aclarar que
en los países árabes pocos son los historiadores serios que descienden a este nivel.
Pocos, es cierto, han mostrado interés en la historia judía, más bien se han preocupado por
los cruzados y el paralelo histórico que ofrecen.
 La moraleja y el alivio que tal comparación brinda a los árabes no puede ser más evidente.
Los cruzados llegaron, como los sionistas, de allende el mar para establecerse en Palestina
con el apoyo de fuerzas europeas y fundar allí un Estado independiente. Por un tiempo ese
Estado se las ingenió para conservar su posición e infligir a los musulmanes una derrota
tras otra, mas poco a poco fue debilitándose y en el curso de los años los musulmanes
lograron reunir la fuerza suficiente que les permitió al fin echar al mar a los cruzados. •
La lección es, pues, bien clara: podrá tomar un siglo, o incluso dos, mas tarde o temprano
Israel seguirá esos mismos pasos. Los cruzados fueron una especie de protosionistas, y los
sionistas, una especie de modernos cruzados, pero ambos presentan un denominador común.
Hay, claro está, ciertas dificultades en esta interpretación, y no es la menor de ellas que
entre los héroes de la contra-cruzada no figuró un solo árabe.; Saladino y su dinastía eran
curdos, el resto eran todos turcos; pero estas son consideraciones sin importancia, que
pueden ser pasadas por alto, o que pueden interpretarse de otro modo; incluso para los más
escrupulosos existe la posibilidad de crear
 genealogías árabes. Naturalmente que en Israel no es menor el interés que despiertan las
Cruzadas. Los historiadores israelíes analizan detenidamente los pasos de quienes los
precedieron, .de quienes fundaron en esa región un Estado circundado por el mundo hostil
del Islam y que sufrió una erosión progresiva hasta su final extinción. Ahí donde los
historiadores árabes buscan paralelos o similitudes, los israelíes buscan diferencias, y
unos y otros encuentran sin mayor dificultad lo que buscan.
 Acaso el más claro ejemplo ; en nuestro tiempo de la aplicación de la historiografía
inventada con un propósito determinado sea el de escribir la historia colonial y
poscolonial, para terminar por la precolonial. Hacia el siglo XIX la mayor parte de los
territorios de Asia' y África habían caído bajo el dominio de cuatro grandes potencias
imperialistas: Inglaterra, Francia, Holanda y Rusia, y otras tres de menor importancia:
Portugal, Bélgica e Italia. En el Lejano Oriente conservaron su independencia China y
Japón, y en Medio Oriente Turquía y Persia, pero salvo raras excepciones, el resto de Asia
y África quedó bajo el dominio imperial. Los intelectuales de los grandes imperios europeos
se. esforzaron considerablemente por estudiar y conocer a fondo la historia, lenguas y
cultura. Se ha acusado a los orientalistas de trabajar al servicio de intereses
imperialistas, y se ha dicho de sus escritos e investigaciones que fueron concebidos
únicamente para satisfacer los requerimientos del imperio. Aunque tendenciosa, la
acusación se basa en el hecho de que el imperio y, sobre todo, el comercio brindaron a los
eruditos europeos la oportunidad y los medios para estudiar textos orientales, así como
documentos y archivos. Pero en cuanto a la índole de la obra, ya sea por su enfoque o por
la actitud de los grandes orientalistas europeos, la acusación carece en absoluto de
fundamento. De muy pocos podría decirse que trabajasen o que estuviesen al servicio de los
intereses imperiales o comerciales ; por el contrario, muchos de ellos impugnaron al
gobierno imperial y se mostraron más . solidarios con los indígenas que con sus
compatriotas.
 No faltó, empero, algún historiador que, consciente, o no de ello, enfocara sus escritos.
hacia la consecución de un fin calculado de antemano. El fenómeno se da con mayor
frecuencia en las primeras fases del imperio, cuando predominan los sentimientos de euforia
y autosuficiencia, antes de .la aparición de complejos de culpa que puedan menoscabar la
autoridad de los gobernantes.. Esta actitud se manifiesta con claridad palmaria, por
ejemplo, en el prólogo escrito por sir Henry Elliot en 1849, para su obra consistente en
ocho tomos de traducciones al inglés de escritos tomados de fuentes persas y árabes para la
historia de la India musulmana:
 "Por pequeño que sea el valor intrínseco de estas obras, quien las examine con
detenimiento hallará, no obstante, mucho material digno de consideración... Permitirán  
comprender   mejor   a nuestros súbditos las enormes ventajas con que los favorece nuestro
gobierno
 con   su benignidad y equidad. Si se recurriese a ellas en busca de instrucción, se'
evitarían las declaraciones imprudentes que sobre la India-mahometana externan con
frecuencia personas de cierta preparación...   No tendríamos que escuchar más a los
ampulosos intelectuales hindúes -que gozan bajo nuestro gobierno-de las más amplias
libertades personales y a quienes se les han otorgado más privilegios políticos de los que
jamás se hayan   concedido   a nación conquistada alguna-, despotricar en contra de su  
situación   actual   en nombre   del patriotismo. Si se adentrasen en cualquiera de estos
volúmenes les tomaría muy poco tiempo a estos émulos de Bruto y de Facio enterarse de que
en los días aciagos de aquella edad oscura por la que tanto suspiran, la sola formulación
de sus ridículas demandas habría sido atendida de inmediato, pero no ciertamente con
silencio y menosprecio, sino con la implacable elocuencia del plomo derretido en el
empalamiento...Comprobaremos que una lectura cuidadosa de estas obras nos reportará muchas
lecciones útiles que acrecentarán en nosotros el amor y la admiración por nuestro país y
sus venerables instituciones... estas consideraciones... servirán para disipar las vanas
ilusiones que suelen forjarse en torno a pasadas dinastías y demostrarán que, a despecho de
una política civil hostil, que nos impide hacer de este país una morada permanente y
obtener satisfacción personal o provecho alguno de su adelanto, y pese a las numerosas
fallas inherentes a un sistema de administración
extranjera en el que el idioma, la raza, la religión, las leyes y las costumbres excluyen
toda posible natural simpatía entre. soberano y súbdito, hemos logrado más en medio siglo
de dominio en beneficio sustancial del pueblo de lo que nuestros predecesores en el país de
su propia adopción estuvieron en posibilidad de lograr en más de diez veces ese lapso; y
apoyando en el pasado nuestros augurios, se derivarán esperanzas futuras, y así, inspirados
en el éxito alcanzado por nuestros esfuerzos hasta el momento, continuaremos entregados al
cumplimiento de nuestra elevada misión como regidores de los destinos de la India."
Preocupaciones similares se revelan en la disertación de un erudito soviético acerca de
"Los archivos del Estado en la Jiva feudal del siglo xix", Traza el autor un sombrío
panorama de la tiranía y el estado de miseria imperantes en dicha localidad hasta antes de
la conquista rusa, pero deja escapar la interesante observación de que "el archivo
desbarata   por completo   el mito de un supuesto paraíso en la tierra para los compesinos
de Jiva", revelando: así, en primer lugar, la existencia de tal mito; y en segundo, el
deseo soviético de acabar con él.   El mismo espíritu se echa de ver, aunque pocas veces en
forma tan explícita como en el caso de-sir Henry Elliot, en escritos franceses sobre
África' del Norte y en escritos rusos -tanto de la época zarista como • soviética-sobre el 
 Cáucaso y-el Asia central. El propósito es invariablemente el mismo: desacreditar a los
regímenes anteriores al . advenimiento
 del imperio presentándolos como bárbaros o tiránicos, para justificar así la conquista y
la instauración del gobierno imperial. Este enfoque, se impone a súbditos y gobernantes en.
la enseñanza de la historia dentro del imperio a manera de pábulo intelectual para unos y
otros, con el doble propósito de desalentar cualquier 'tendencia de autoafirmación entre
los indígenas, y de fortalecer la moral de los gobernantes para hacer cumplir ciertas
disposiciones que, de otra suerte, su misma conciencia tal vez les habría recriminado.
 El cuestionamiento de este tipo de historiografía se suscitó principalmente entre los
eruditos de las respectivas naciones imperialistas. Fueron historiadores ingleses quienes
se preocuparon por estudiar más a fondo la historia de la India anterior a la dominación
inglesa. De igual modo, fueron historiadores franceses los que condenaron los mitos
oficiales que proclamaban haber salvado de la barbarie y el atraso a los pueblos del norte
de África. Y fueron también historiadores rusos quienes -en el breve lapso de libertad que
siguió, a la Revolución, soviética-sometieron a juicio las doctrinas oficiales del
paternalismo zarista y quienes trataron, por empatía, de entender la historia de la cultura
de los pueblos sometidos al Imperio ruso, llamados despectiva y colectivamente tártaros.
Por lo regular, estos eruditos hallaron en los distintos pueblos, entusiastas discípulos
deseosos de brindar les todo su apoyo y de proseguir ellos mismos el trabajo, y por mucho
que hayan cooperado
 como historiadores al imperialismo, no deja de ser .evidente su inmensa contribución a las
causas nacionalistas, para las cuales proporcionaron, a través del rescate erudito, buena
parte del material intelectual.
 Claro está que, para los nacionalistas, el material rescatado era insuficiente. Se
requería algo más; por ello, cuando ingleses, franceses y holandeses decidieron al fin
hacer las maletas y emprender el regreso, nuevas tareas   aguardaban ya   a los:
historiadores de los países: que dejaban a sus espaldas. Hoy día subsisten únicamente dos
de los imperios europeos, precisamente los iniciadores del proceso: el ruso, de la Europa
oriental, y el portugués, de. la occidental. Los rusos han conservado sus territorios
asiáticos y los portugueses sus territorios africanos, y unos y otros mantienen el viejo
estilo de gobierno imperial.   Ejemplo similar al de sir Henry Elliot, en el que contrasta
la barbarie de la India con su salvadora, la ilustración británica, nos lo ofrece la
moderna historiografía soviética en su presentación de la conquista rusa de Transcaucasia y
del Asia central. Ni el gobierno comunista ni la doctrina marxista lograron impedir que los
grandes rusos adoptasen una postura extremadamente nacionalista en su historiografía. Al
referirse   a la expansión de la Rusia zarista en Asia y otras regiones, el carácter
"progresista" del gobierno soviético se proyecta hacia el pasado, y así, toda expansión
rusa era considerada objetivamente como progresista, ya que situaba a la sociedad
conquistada en
una etapa superior de desarrollo. Mérito que, por supuesto, jamás le atribuirían ellos a
los ingleses, franceses o a cualquier otro gobierno imperialista de Europa occidental. Los
historiadores rusos se aferran con no menos pasión a la preeminencia de los eslavos en la
antigüedad y, en particular, los de su propia rama. La teoría, generalmente ! aceptada en
una época, acerca del origen vikingo del primer Estado ruso, en Kiev, es hoy día rechazada
con indignación y en forma unánime por los historiadores soviéticos, quienes la consideran
como una afrenta intolerable.   Otro ejemplo, que sorprende por lo grotesco, nos lo brinda
el historiador soviético Yevgeni Alexandro-vitch Belyaev, quien pretende hacer creer a sus
lectores que en el Imperio bizantino las masas trabajadoras volvían anhelantes la mirada
hacia las tribus de nómadas eslavos, en quienes habían reconocido a sus aliados y
libertadores.   Resulta verdaderamente difícil concebir algo más descabellado. Precisamente
en Rusia empezó la descolonización de la historiografía y la liberación del pasado. Tras la
caída del zarismo, el nuevo pensamiento revolucionario dio Jugar a un nuevo enfoque de la
historia de los pueblos vasallos del Imperio y de la. Historia de sus relaciones con el
Imperio ruso.
 El idioma, la producción literaria y los monumentos doto a pueblos, fueron objeto de
acucioso estudio. Más aún, algunos dirigentes nacionales y religiosos que habían opuesto
resistencia al imperialismo ruso, fueron redimidos y aclamados como héroes nacionales, no
sólo
 en la historiografía, sino que incluso se les hizo figurar en novelas, óperas y obras de
teatro. Los pueblos musulmanes de Rusia asiática que, como a los establecidos en el norte
de África, se les había enseñado que no eran más que polvo étnico disperso de tribus
.destrozadas en espera del advenimiento salvador de sus amos imperiales, se enteraron
entonces de. que no era así, sino .que, por el contrario, constituían el testimonio vivo de
una gran civilización que había alcanzado la gloria en el pasado, y sobre la cual podían
fincar su pundonor y orgullo nacional.
 En Rusia el cambio se. operó en sentido inverso: se buscó reafirmar la autoridad del
gobierno central, sobre los territorios dependientes,,y. todos los héroes locales, ..que
habían resurgido   brevemente como grandes figuras de la liberación nacional en contra del
imperialismo, fueron nuevamente degradados, esta vez a la condición de reaccionarios
feudales, enemigos del avance progresivo que, evidentemente, representaba Rusia. Claro está
que a los héroes .nacionales en cuestión, muertos ya de tiempo atrás, en nada   afectaron
estos repentinos cambios de opinión, mas los historiadores que habían decidido
reivindicarlos, seguramente que se vieron en aprietos ante el cambio de línea. A partir de
entonces quedó estrictamente prohibido todo cuanto tuviese que ver, aun remotamente, con
ideologías nacionales o religiosas entre cualquiera de los países súbditos del Imperio
ruso, y el dogma se mantuvo en términos que habría entendido perfectamente sir Henry
Elliot,
 de que los rusos zaristas, y con mayor razón soviéticos-habían rescatado de la barbarie a
esos pueblos, para implantar un régimen. mucho mejor del que ellos hubiesen logrado
concebir por sí mismos.   En ese mismo espíritu, los historiadores soviéticos explican cómo
el Asia central precolonial fue explorada por todo un desfile de oficiales ingleses y
rusos; los primeros como espías y agentes del imperialismo, los segundos consagrados a la
investigación científica y" erudita. Cuando el Asia central accedió a la protección de los
-rusos (la palabra' "conquista" procura evitarse), éstos otorgaron a sus pueblos una doble
merced: primero, haberlos librado de los horrores del imperialismo británico, como los
perpetrados en la India y luego haberlos guiado en la senda del glorioso pueblo de Rusia.
Los historiadores soviéticos podrían añadir -aunque no lo hacen-que el adelantarse los
rusos a la conquista británica, salvaron a esos pueblos de la carga y los peligros que
entraña la democracia y la independencia, como han tenido que soportarlo los antiguos
súbditos imperiales de Inglaterra, en tanto : que ellos han logrado mantenerse a salvo, en
el seno protector de la familia soviética.
En las antiguas colonias inglesas, francesas y holandesas no se eliminó tal posibilidad y
el proceso ' de descolonización del • pasado prosiguió su marcha.
El presente quedaba a salvo, sus esfuerzos lo habían logrado; el futuro estaba asegurado,
sus ideologías así lo prometían. Quedaba aún la tarea de rescatar el pasado del control
imperialista. La historia que había servido al gobierno imperial y a sus esbirros
aborígenes resultaba inoperante; no era algo que conviniese a pueblos independientes y
Estados soberanos. Para atender los nuevos requerimientos se concibió una nueva
historiografía y se integraron equipos de historiadores, o cuando menos de maestros y
escritores de historia, con el propósito de emprender la conquista y la liberación del
pasado.
 Parte del trabajo logrado fue de gran valor. Es natural y explicable que las cuestiones
que plantea un historiador al pasado sean las que le sugieren los acontecimientos de su
tiempo; y mucho puede aprenderse de lo que busca tal cuestionamiento. Lo que sí es
totalmente inadmisible es que los intereses de su tiempo sugieran no sólo las preguntas
sino también las respuestas. En casi todas las ex colonias se hicieron grandes esfuerzos
por reescribir el pasado; en primer lugar, para desenmascarar la oculta villanía de los
imperialistas, y, en segundo lugar, para restaurar la verdadera imagen del pasado que
aquellos deliberadamente habían ocultado o incluso distorsionado. Es precisamente aquí
donde surge casi inevitablemente la imaginaria edad de oro. Resulta sumamente difícil"
incluso al historiador. más concienzudo, justificar a los amos caídos. Aún hoy día, a
cincuenta o cien años del dominio otomano, a los historiadores de los Estados de los
Balcanes, y más todavía a los árabes, se .les , hace muy cuesta arriba dar crédito alguno a
los turcos.   Quizás tenga que pasar aun mucho tiempo para
que los historiadores de los países ex coloniales puedan analizar objetivamente los errores
y los aciertos de. los grandes conquistadores y gobernadores del. imperialismo europeo.
 Mientras tanto, pueden darse a la tarea más atractiva y emocionante de redescubrir o de
inventar la edad de oro las glorias del Islam medieval, de la India brahmánica, y hasta:.
de los corsarios beréberes. Hay lugares en que el problema presenta graves dificultades. En
gran parte de África tropical, por ejemplo, muy poco se sabe de la historia de esos pueblos
antes de la llegada del hombre blanco y de, los documentos por .él elaborados. En una
ocasión, durante el apogeo .de Kwame Nkrumah, se pretendió encajar, en forma por demás
forzada, una historia enteramente falsa sobre el hombre negro, en la que se pretendía
compensar con creces su aparición comparativamente reciente en el escenario de la historia.
La civilización negra se remontaba a la más lejana antigüedad, y los exponentes de esa
teoría llegaron en ocasiones a los extremos más descabellados.
 No faltó algún historiador que sostuviera que los antiguos egipcios habían sido negros, y
que insinuara que los egiptólogos europeos habían destruido deliberadamente miles de momias
con la idea de ocultar toda posible prueba.   Otro, que1 no sin razón: denunciaba
airadamente' la perfidia 'del mercado de esclavos en el Atlántico, bajo los auspicios del
hombre blanco, se irritó mucho cuando se le recordó que los árabes no se quedaban a la zaga
en el comercio de esclavos, el cual practicaron
 a través del desierto y del Océano Indico y por un espacio mucho mayor de tiempo; a lo que
argumentó después que, Tippu Tip, por ejemplo -uno de los más notorios traficantes de
esclavos, musulmán-, no hacía en realidad sino "administrar una especie de agencia de
colocaciones". Por fortuna los historiadores africanos han evolucionado rápidamente y
procuran evitar ese tipo, de comentarios -en Europa occidental llevó varios siglos, tras la
retirada de los romanos- y consagran sus esfuerzos más bien al rescate de la historia
antigua en sus respectivos países, a través de la arqueología y la investigación histórica
propiamente dicha. Mas la historia rescatada del África es aún muy raquítica y la tentación
de inventar se presenta con frecuencia.
 La historia del África plantea otro problema: la invención, no sólo . de la historia, sino
de la entidad misma sobre la que se escribe. La historiografía tradicional se ha enfocado
por lo regular hacia los jefes, reyes y sacerdotes, o. hacia las ciudades, países e
imperios; en otras palabras, hacia aquello que   puede constituir un elemento de identidad,
de lealtad; o de autoridad. La. épica romántica trajo .consigo la historia de las naciones,
en un sentido subjetivo, e idealista; la época de la erudición crítica .agregó la historia
de las. instituciones, .de las ideas, e incluso,,de las .prácticas y las, tendencias.
 En nuestros días, mediante una formulación, abstracta tomada de ,1a geografía,. tenemos
además la historia de los continentes.
 Los antiguos griegos dividieron
 el mundo en dos partes a las que. llamaron Europa y Asia, y luego subdividieron esta
última y el total ascendió a tres.
 El tercer continente fue llamado Libia. Los romanos adoptaron la misma clasificación y
dieron a Libia el nombre de África. El límite entre Asia y África se situaba unas veces en
el istmo de Suez y otras en el Nilo. La misma división tripartita la conservaron los
geógrafos medievales europeos, aun que es algo que muy rara vez mencionan los
historiadores. En las postrimerías. de la Edad Media, devino más común el uso de la palabra
"Europa", para designar una entidad real y con aspiraciones comunes.
En relación con esta clasificación tripartita de los continentes,' cabe destacar dos puntos
importantes.
 El. primero es que se trata de un concepto estrictamente europeo, al cual eran totalmente
ajenos los pueblos y las culturas vernáculas de los otros dos continentes, desde el tiempo
de los antiguos griegos hasta la época moderna, y que aquellos pueblos ignoraban incluso
los nombres que les habían asignado griegos y romanos. El segundo,;.relacionado con el
primero, es que de los tres continentes, sólo Europa representaba un ,tipo específico de,
entidad histórica, con una cultura común derivada de raíces grecolatinas y judeocristianas,
y un sentido compartido de su propia identidad en cuanto al resto del mundo. En tal
sentido, la idea de Europa es una. continuación de lo que se ha llamado helenismo,
latinidad y cristiandad
 En los vastos continentes designados por los europeos como Asia y África,
no había ni podía haber un sentido de identidad comparable. En el Imperio islámico los
geógrafos dividieron el mundo en una serie de "climas" (iqlim), en cortes transversales
sobre los tres continentes, mas la división realmente significativa estaba determinada por
lo que llamaban la Casa del Islam (Dar al-Islam) y el resto del mundo, la Casa de la Guerra
(Dar al-Harb). La preocupación de los europeos no llegaba ya a las remotas tierras situadas
más allá del mundo''islámico: China, la India, y el África al sur del Sahara. No fue sino
hasta la época moderna cuando la influencia europea -primero 'por medio de la fuerza y
luego a través de la ciencia-persuadió a los habitantes de' Asia y África de que eran
asiáticos y africanos, y que tal circunstancia revestía cierta significación política e
histórica.
 No obstante, incluso ahora, la división resulta artificial y engañosa. La frontera
convencional entre Europa y África-es el1 Mediterráneo, ' aunque en "realidad la barrera
efectiva sea el Sahara en atención a que los pueblos del litoral nor-africano tienen más en
común con sus vecinos del Medio Oriente e incluso del sur de Europa que con los pueblos del
sur del Sahara. Justificación suficiente para que el presidente Senghor identificase al
África con los pueblos negros. Objeciones similares, si no mayores, podrían hacerse en
relación con Asia, entendida como una entidad que se extiende desde el Mediterráneo,
oriental hasta el Japón, con fronteras bastante vagas entre Turquía
 y la URSS. Ocuparse de la historia de África
 o de Asia en nuestros días implica tropezar con variados y muy notables ejemplos del
triunfo de la ideología sobre la realidad y de la voluntad sobre los hechos.
 Vuelvo a mis temas iniciales: Ciro y Masada. La celebración del aniversario de Ciro en
Persepolis fue criticada en su momento por algunos observadores extranjeros, quienes se
refirieron a ella como un espectáculo inútil y costoso. La celebración bien pudo ser
costosa, pero de ninguna manera puede decirse que haya1 sido inútil. Al contrario, fue un
claro ejemplo del uso provechoso de la historia. El soberbio desfile y las ceremonias que
tuvieron lugar ante la tumba de Ciro y en las majestuosas ruinas de Persepolis dramatizaron
como nunca antes uno de los mayores acontecimientos que hayan tenido lugar en Persia, y uno
de los objetivos principales de sus gobernantes: crear una nación laica de lo que más bien
parecía una comunidad religiosa, haciendo sentir al pueblo que la parte medular de su
identidad y de su lealtad residía más en el Irán que en el Islam. El proceso está ya en
marcha aunque aún está muy lejos de cumplirse y, por lo visto, se requerirá ayuda ulterior.
El .objeto de la celebración fue destacar la milenaria continuidad tanto étnica como
territorial del Irán a través de religiones y culturas sucesivas, así como el papel de la
monarquía, como institución, en el mantenimiento de dicha continuidad.
 De modo similar, el culto de Masada en el Israel ' moderno fue indudablemente concebido
con la idea de restaurar el aspecto político de la identidad
 judía que, junto con todas sus implicaciones militares, prácticamente se habían "echado
por mucho tiempo al olvido.
 Mas la elección .entraña sus peligros. Como ya se dijo -antes,-Ciro señaló, un comienzo,,
Masada un final.. Cuando Masada se borró de la memoria colectiva de los judíos, que
prefirieron elegir como símbolo al rabí Yojánán ben Zakai huyendo de Jerusalén para
gestionar la autorización de los conquistadores romanos a fin de abrir un seminario
rabínico, se demostró un instinto sano. Masada era un callejón sin salida en la historia
judía. Más allá, lo único ¡que podía proyectarse era el olvido. Por doloroso que parezca,
"fue" el camino señalado por Ben Zakai el más justo y realista: el de la supervivencia y,
por consiguiente, el del futuro. Es decir, hacer a un lado el orgullo personal,
congraciarse con el amo de la tierra y tratar de preservar el legado judío y la identidad
con apoyo en la fe y en la ley. Hoy Masada es un hecho histórico, clara y definitivamente
rescatado, que vive no sólo en las páginas de publicaciones arqueológicas eruditas, sino
"como algo firmemente arraigado en la conciencia de los judíos y de los no judíos”,tanto en
Israel como fuera de Israel. Pero cuidado con querer llevarlo más allá y caer en la
ilusión. La perseverancia y el valor son virtudes nobles y muy necesarias, mas no deben
llevar otra vez a la autodestrucción, en un callejón sin salida de la historia.

libro: historia rescatada, historia renombrada, historia rescatada
 autor: bernard lewis
 editorial: fondo de cultura economica

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