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martes, 2 de enero de 2018

Se termino la buena voluntad



Han concluido las festividades decembrinas y he escuchado los buenos deseos de amigos, conocidos y familiares. Resulta difícil creer que todas estas salutaciones no sean sinceras. Es de poca importancia que, por ejemplo, en algunos casos no nos dirijamos la palabra el resto del año. La Navidad se expande por todas partes; la mera exhibición de objetos, multiplicados por millones, arrastra consigo, como la flor de la primavera o las hojas secas del otoño, la estación de los sentimientos: el perdón, la reafirmación de que todos somos hijos de Dios.

Durante todo el mes de diciembre, las preocupaciones se disipan bajo este signo de amor, fraternidad, reencuentro y solidaridad. En las calles, tiendas y paseos, encontramos amabilidad. Nos ponemos una máscara de sonrisa y vemos esa máscara reflejada en todos aquellos que nos rodean. Cuando voy a cargar nafta al auto, en diciembre me desean feliz Navidad y feliz año. Quienes me conocen saben que no acostumbro a devolver saludos, pero en ese mes lo hago. Ese "otro" me define, con la fuerza de su palabra y su rostro transpirado pero sonriente. Me conmueve, me obliga a devolver la sonrisa, la salutación. Solo en diciembre, esta interacción de buenos modales y sonrisas reproduce la cultura de la Navidad.

Dos extraños se sonríen, se saludan. "El otro y yo" actuamos sobre "los otros". Estos "otros" son influenciados. Mi "yo" es influenciado por "el otro" y "los otros". La simple aparición de objetos navideños, fruto del nacimiento de Dios, para la religión, se convierte en un fenómeno social. Recientemente, durante una conversación con una amiga, ella expresó sentirse triste a pesar del ambiente festivo. Parece un error estar triste en diciembre, como si su naturaleza estuviera equivocada por sentirse así. Aunque remarque que no hay motivos para estar triste, la vida y sus vicisitudes no se detienen en esta época. A pesar de la lluvia de objetos navideños, las estaciones de "amor, reconciliación, perdón y solidaridad" también pueden albergar momentos de tristeza.

El 1 de enero, el espíritu de fin de año desaparece. Vemos los últimos granos de arena caer del reloj. Todos tenemos la vista puesta en ese pequeño montículo de arena. Pero el primero de enero, ya sea por la resaca o por cualquier razón, el reloj se ha dado vuelta, la arena está arriba y da la sensación de que empieza una nueva semana. "Yo y el otro" ya no nos saludamos más. "Los otros" comparten ese sentimiento de que todo ha terminado. Y los buenos deseos, ¿dónde quedaron? Al menos está claro que no se ven en las máscaras de los rostros de las personas. ¿Pero existen realmente? ¿Importa si no se ven?

Saben por qué no saludo a nadie, porque muchos me desean buenos días y esperan que les devuelva el saludo, pero a ellos les importa si son buenos días. Así que invariablemente respondo "¿Qué tal?". Llega enero y cambiamos de máscara. La vida en sí es un proceso continuo a largo plazo. Los buenos deseos de diciembre son un barniz que logra detener un rato las cosas negativas que trae la vida moderna. Pero en este breve paréntesis de fin y comienzo, los procesos de la vida no se detienen. Lo que eres no cambia; solo es la parafernalia, el marketing y los buenos deseos de postal. Diciembre termina.

Las máscaras son expresiones extrañas y admirables de sentimientos, a veces veladas, discretas y superlativas. Los seres vivos, en contacto con el aire, deben cubrirse de una cutícula, y no se puede culpar a las cutículas por no ser corazones. Sin embargo, hay ciertos filósofos que parecen guardar rencor a las imágenes por no ser cosas, y a las palabras por no ser sentimientos. Las palabras y las imágenes son como caparazones: partes integrantes de la naturaleza en igual medida que las sustancias que recubren, aunque se dirigen más directamente a los ojos y están más abiertas a la observación. No diría que las sustancias existen para posibilitar las apariencias, ni los rostros para posibilitar las máscaras, ni las pasiones para posibilitar la poesía y la virtud (George Santayana, "Soliloquies in England and Later Soliloquies", 1922).
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